Presentación
Presentación No. 153
Presentation No. 153
Realidad Revista realidad.director@uca.edu.sv
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador
Presentación No. 153
Este número de Realidad está dedicado en su integridad al tema de memoria histórica. Trae consigo un Dossier titulado: “Memoria histórica del conflicto político-militar de El Salvador”, preparado por el antropólogo Carlos Benjamín Lara Martínez, editor invitado del presente número. Adicionalmente, la sección reseñas evalúa libros de publicación reciente, relevantes para dicha temática.
Lara Martínez define el conflicto político-militar como el período que se abre con la crisis del proyecto de modernización autoritaria a comienzos de la década de 1970. Fue un período que se caracterizó por un descomunal número de víctimas causadas no sólo por el accionar bélico de los bandos enfrentados, sino por una feroz represión al movimiento popular que fue orquestado desde los aparatos del Estado y que muchas veces afectó a la población civil no contendiente. Lara Martínez nos recuerda que la construcción colectiva de la memoria histórica está presente en toda sociedad, aunque ello no siempre se reconozca. Por dicha razón, podría afirmarse que, en los años inmediatamente posteriores al cese del conflicto, no hubo ausencia de memoria, sino una polí-tica oficial de olvido, de borrón y cuenta nueva o, si se prefiere, una política que imponía el imperativo de ver sólo al futuro, oscureciendo los clamores de justicia por los crímenes cometidos durante el conflicto político-militar.
Con la llegada del FMLN al poder ejecutivo en 2009, hubo un importante giro en la política oficial que levantó, al menos parcialmente, el velo de silencio con respecto a la historia reciente. Pudieron verse algunos gestos simbólicos del presidente Mauricio Funes, como la admisión de la culpa por las atrocidades cometidas por el Estado o la petición de perdón a las víctimas de la masacre de El Mozote. Desafortunadamente, estos gestos de apertura hacia un debate necesario sobre la memoria, la justicia y la reparación a las víctimas se vieron empañados por conductas que apuntaban en una dirección opuesta como la protección gubernamental a los líderes militares acusados del asesinato de los mártires de la UCA, ante una eventual extradición, o la negativa del ministro de Defensa a abrir los archivos del Ejército para investigar crímenes de guerra o de lesa humanidad. Al cabo de un tiempo, la política de la memoria de los gobiernos del FMLN adoptó formas tal vez más veladas de la retórica del perdón y olvido, que no dieron satisfacción a las demandas sociales de verdad y de justicia. Esta actitud quedó plastificada en el Monumento a la Paz y la Reconciliación erigido sobre el Bulevar Monseñor Óscar Arnulfo Romero durante el gobierno de Salvador Sánchez Cerén. En un estilo kitsch absolutamente desprovisto de ironía, esta burda alegoría personifica únicamente a las partes beligerantes mediante las figuras de un soldado y una combatiente guerrillera que se tienden para coger una rama de laurel rodeados de una bandada de palomas, mientras una descomunal musa color turquesa parece ordenarles con la dirección inequívoca de su dedo índice, el imperativo de ver hacia adelante, de no ceder a la tentación de volver la vista atrás. Las efemérides de la firma de los Acuerdos de Chapultepec, por otra parte, han derivado en un vacío ritual de elogios mutuos por parte de los antiguos dirigentes de ambos bandos, hoy cómodamente instalados en nuestra desgastada clase política.
En lo que se refiere al actual gobierno, su comportamiento también ha mostrado signos contradictorios. Por un lado, el presidente Nayib Bukele inauguró su gestión con la orden de eliminar el nombre de Domingo Monterrosa de las instalaciones de la Tercera Brigada de Infantería, situada en la ciudad de San Miguel. Fue un gesto considerable, pues bautizar edificaciones públicas con el nombre de un militar acusado de participar en la masacre de El Mozote, era una constante afrenta a la memoria de las víctimas. Sin embargo, a lo largo de los primeros meses, el nuevo gobierno ha mostrado estar mucho menos determinado en abrir los archivos en poder del Ejército a las investigaciones sobre crímenes de guerra y de lesa humanidad. Más preocupante es todavía la permanente y poco matizada exaltación por parte del presidente de unas fuerzas armadas que, aparte de deber al país una admisión de culpa de sus crímenes pasados, continúan siendo señaladas por organismos de defensa de los derechos humanos por el uso excesivo de la fuerza en la realización de tareas de seguridad y policía, lo cual contradice su mandato constitucional.
Pese a estas limitaciones de la parte oficial, se puede señalar como saldo positivo que finalmente se hayan avivado en nuestro país las batallas de la memoria y superado la política del silencio y del olvido. Estas disputas se han intensificado gracias a sucesos que vienen de otros sectores del gobierno y de la sociedad. Vale la pena destacar dos: el fallo de inconstitucionalidad de la Ley de Amnistía emitido por la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, en respuesta a una demanda interpuesta por el Instituto de Derechos Humanos de nuestra universidad (IDHUCA) y a la culminación del proceso de canonización de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Así se ha abierto un espacio que permite traer a un plano más destacado del escenario político nacional los reclamos de justicia, verdad y reparación que se han mantenido desde el final del conflicto.
Si algo muestra el presente Dossier es que el debate necesario sobre la memoria histórica del conflicto político-militar puede enriquecerse gracias a la seriedad y riqueza de matices con que se ha estudiado desde distintas disciplinas de las ciencias sociales, tanto fuera como dentro del país. El editor invitado introduce los enfoques teóricos y metodológicos involucrados en estos estudios en la presentación del Dossier. Sin embargo, vale la pena resaltar algunas ideas allí expuestas para situar este aporte en la trayectoria de Realidad.
La primera de estas ideas es que la memoria histórica no es un asunto que atañe al pasado. La memoria surge de las necesidades del presente y nos proyecta hacia un futuro, en este caso, hacia la construcción de una nueva sociedad que, cuando menos, desea superar los errores que nos llevaron precisamente al conflicto político-armado y sus descomunales costos humanos. En segundo lugar, habría que destacar que ningún trabajo de memoria puede reclamar neutralidad. Es una construcción colectiva que tiene lugar en sociedades atravesadas por antagonismos que se hace desde visiones e intereses específicos. Erik Ching destaca, en su contribución a este número de Realidad, que puede hablarse de comunidades de memoria, es decir, de distintas propuestas de hacer memoria histórica que participan y contienden en el escenario público. La tercera idea que cabe retomar es que, partiendo de esa pluralidad inherente de comunidades de memoria, este Dossier resalta el protagonismo de sujetos colectivos populares. Dichos sujetos asumen la representación de la causa de las víctimas, distan de ser actores pasivos y se convierten, por el contrario, en constructores activos de memoria y de sus propias agendas sociales.
Al igual que en los números anteriores, en la presente edición hemos incluido como portada la obra de un artista que dialoga de manera sugerente con el tema del Dossier. En esta ocasión, la portada trae una imagen de la obra “Entre las flores”, de Ronald Morán, artista visual salvadoreño. Su carrera dio inicio en la década de 1990 con la pintura y el dibujo, pero luego pasó a explorar nuevos formatos y soportes, siempre en la búsqueda de una interacción poética con la vida cotidiana, pero también con otros problemas actuales como la migración y la memoria histórica. Morán ha participado en exposiciones personales y colectivas en El Salvador, Guatemala, Cuba, Estados Unidos, Colombia y España. Es parte del equipo coordinador del colectivo artístico ADAPTE, que realiza intervenciones en el espacio público de El Salvador. “Entre las flores” se realizó en 2007 para conmemorar a las víctimas indígenas del genocidio en Guatemala. El título a la obra traduce literalmente la expresión que en lengua achí se aproxima más a nuestro concepto de jardín. La pieza se realizó con papel parafinado, alambre de amarre y piedras blancas. Las flores se hicieron con papel que lleva impresos los testimonios de mujeres indígenas sobrevivientes a las masacres.
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