El orden del día, de Éric Vuillard 127
Revista Realidad 158, 2021
ISSN 1991-3516 – e-ISSN 2520-0526
RESEÑAS
El orden del día, de Éric Vuillard.
The order of the day, by Éric Vuillard.
Ricardo Roque Baldovinos
Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”
El Salvador
rroque@uca.edu.sv
El terreno intermedio entre la
cción y formas de narrar con preten-
sión de verdad –como la historia, el
periodismo o las memorias– ha cons-
tituido uno de los lones más ricos de
la literatura desde la segunda mitad
del siglo XX. Desafortunadamente,
en Latinoamérica su exploración ha
estado dominada por la categoría
de “testimonio. El problema del
testimonio no es tanto su dimen-
sión práctica (a veces justi cable
por la urgencia de denuncia), sino
la implícita suposición de muchos
de sus promotores, para quienes
existiría un acceso directo a los
hechos reales sin la distracción del
juego con las palabras. Nada más
equivocado, pues siempre habrá
que pasar por el lenguaje. Pero
también porque en las formas de
referir los hechos, de relacionarlos
o, incluso, de rescatarlos del silencio
y el olvido al nombrarlos, se está
pensando el problema. Por eso, me
parece más feliz la fórmula que usa
Alexander Solzhenitsyn para carac-
terizar su monumental Archipiélago
Gulag: la investigación literaria. En el
momento en que el acceso al archivo
era casi imposible, en que sólo se
dispone de la memoria propia o de
los relatos contados en voz baja, la
operación su composición, de su
combinación imaginativa, es las que
nos hace visible una verdad negada:
El gulag, no como aberración estali-
nista, sino como el lado oscuro de la
experiencia soviética.
No es de extrañar, entonces,
que Jacques Rancière se niegue a
reducir la  cción a lo imaginario que
se opone a lo verdadero. La cción
es una forma de racionalidad, que
consiste en presentar nuevos arre-
glos de lo que se entrega a nuestros
sentidos, de arrancarlo del orden de
lo evidente y, con ello, volver visible
lo invisible; pensable, lo impen-
sado. Por esta razón, el ejercicio de
contar de nuevo hechos históricos
veri cables que realiza el escritor
francés Éric Vuillard en sus obras
cabe perfectamente dentro de lo
novelístico. Tristeza de la tierra: una
historia de Buffallo Bill (2014) es la
coincidencia poco explorada entre
El orden del día, de Éric Vuillard
No. 158, Julio-Diciembre de 2021, 127-131
DOI: https://doi.org/10.51378/realidad.v0i158.6434
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la destrucción de los pueblos indí-
genas de los Estados Unidos con
el nacimiento de la sociedad del
espectáculo. 14 de julio (2016), por
su parte nos entrega una crónica de
la toma de la Bastilla, que restituye
a sus verdaderos protagonistas, no
la burguesía como entelequia, sino
el pueblo anónimo de París. Vuillard
redescubre la historia en su estilo
elegante, sintético, lapidario, a través
de pinceladas en que no recurre ni a
personajes tipos ni a tramas compli-
cadas. Compone sus cuadros a partir
de huellas y sombras que nos deja
el pasado.
La edición de Tusquets de El orden
del día, que le valió a Éric Vuillard el
premio Goncourt de 2017, trae en la
esquina inferior derecha de la portada
un círculo dorado que promete “la
agenda oculta del ascenso de Hitler
al poder”. De eso es precisamente de
lo que no trata el libro. No devela
escondidos complots en que inteli-
gencias malignas deciden los hilos
de la historia. Si la novela reere
sucesos que la historia ha ignorado
o dejado de lado, estos nos hablan
de una banalidad que habría horrori-
zado a la misma Hannah Arendt.
En la fotografía de portada de
Tusquets y también en la de la
edición francesa, se nos presenta al
señor Gustav Krupp von Bohlen und
Halbach, uno de los barones de los
grandes conglomerados industriales
alemanes. Quizá la foto fue tomada el
día en que junto sus pares, los grandes
magnates de la industria alemana, se
dirigía a una reunión convocada por
Hermann Göring, el amante jefe
del Reichstag (parlamento alemán),
luego del reciente triunfo electoral
de los Nacionalsocialistas de Hitler.
Nos describe así la llegada de estos
elegantes caballeros: “Eran veinti-
cuatro, junto a los árboles muertes
de la orilla, veinticuatro gabanes de
color negro, marrón, o coñac, vein-
ticuatro pares de hombres rellenos
de lana, veinticuatro trajes de tres
piezas y mismo número de panta-
lones de pinzas con un amplio
dobladilo (Vuillard, 2018, p. 14). Y
luego de personicar sus trajes como
un solo cuerpo colectivo, caracteriza
su ethos: “Eran duchos en reuniones,
todo acumulaban consejos de
administración o de suspensión,
todos pertenecían a alguna asocia-
ción patronal. Por no hablar de las
siniestras reuniones familiares de
aquel patriarcado austero y tedioso
(Vuillard, 2018, p. 23).
Göring les hace una oferta que
ninguno podría rechazar: “había que
acabar con un régimen débil, alejar
la amenaza comunista, suprimir los
sindicatos y permitir a cada patrono
ser un Führer en su empresa”
(Vuillard, 2018, pp. 22-26). A cambio
de ello, estos poderosos señores,
que parecen ser descendientes en
línea directa de Los Buddenbrook
de Thomas Mann o personajes de
La caída de los dioses de Luchino
Visconti, permiten a Hitler conver-
tirse en el patrono indiscutible de
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Alemania y arrastrarla a la vorágine
de destrucción y maldad de todos
conocida.
La novela no nos deja olvidar que
quien se entroniza lejos de ser un
genio maligno es un payaso furioso,
rodeado por una camarilla criminal
de pacotilla que impone en su país
y en el mundo a través de su juego
de mentiras y matonería. Narra para
dejarlo claro una sucesión de ejem-
plos en que vemos el lado miserable
y tragicómico tras esta historia.
Vemos así el despliegue de las recién
inauguradas divisiones Panzer en la
anexión de Austria (der Anschluss),
despliegue que resulta ser, desde el
punto de vista militar, un vergonzoso
fracaso. Los temidos tanques del
nuevo renacer de Alemania como
potencia mundial son, en ese año de
1938, poco más que armatostes, a los
que se les funde el motor a medio
camino y siembran de obstáculos
la ruta del Führer a su aclamación
apoteósica en Viena. Sin embargo,
el hábil manejo propagandístico de
Goebbels y la complicidad cobarde
de las potencias occidentales no sólo
les permite a los nazis salirse con la
suya sino plantar los cimientos del
mito de su invencibilidad de los
tanques.
Asistimos también a la humilla-
ción del canciller austríaco, Kurt von
Schuschnigg, arrogante aristócrata
que confía que su alcurnia será su-
ciente para manipular a su favor a los
plebeyos nazis. Pero no cuenta con
que estos maestros del engaño y la
intimidación incumplen sistemática-
mente todos los acuerdos y arrebatan
despiadadamente lo que les intersa.
Para coronar esta matonería elevada
a estrategia diplomática, nos trasla-
damos a Londres. Allí somos testigos
de las jugarretas casi infantiles de
von Ribbentrop, entonces embajador
de Alemania ante la corona británica
pero futuro ministro de Relaciones
Exteriores del Reich. Su ardid
durante la anexión es digno de una
comedia de Ernst Lubitsch. Consiste
en retrasar en salir de una cena de
gala que se ofrece en su honor y a
la que asisten el primer ministro
británico, Neville Chamberlain, y sus
colaboradores. Con ello pretende
retrasar su intervención en la crisis
que se ha desatado esa noche por
la ocupación sorpresiva de Austria.
Cuenta la novela que, años después,
los responsables de esta maniobra
ridícula, von Ribbentrop y Göring,
intercambiaron miradas y risas de
adolescentes traviesos cuando se
hizo referencia a este incidente
durante los juicios de Nürenberg, en
el que ambos serían condenados a
muerte.
La historia nos enseña que el
recibimiento que recibió Hitler
cuando arribó a Viena convocó
multitudes como ningún otro suceso
de su carrera política. Se dice que
gozaba de un apoyo casi unánime
de la población local. La simpatía
era real, pero no hay que olvidar
que también era posible porque el
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aparato de propaganda nazi lo había
hecho posible. Cabe preguntarse
entonces qué mueve realmente a la
gente que aclama en un momento
de especial confusión a quienes
habrán de llevarlos por la senda de
la desgracia. Cabe preguntarse cuál
es la verdad de una esperanza que
se deposita en un maestro prestidi-
gitador que es, al n y al cabo, un
farsante. La novela lo resume así:
ofuscada por una idea de nación
mezquina y peligrosa, sin futuro, esa
multitud inmensa, frustrada por una
anterior derrota, tiende el brazo al
aire” (Vuillard, 2018, p.121).
Como contrapunto al espectáculo
triunfal de los invasores, la novela
pasa a enumerar casos con nombre
y apellido de personas que se suici-
daron en Viena en los días inmedia-
tamente posteriores a la anexión. No
eran perseguidos políticos o detrac-
tores de los nazis, eran personas
comunes, a los que la aclamación del
Führer por su pueblo no salvó de la
desesperación:
Y no se puede hablar ya de
suicidio. Alma Bino no se suicidó.
Karl Schlesinger no se suicidó.
Leopold Bien no se suicidó. Tampoco
Helene Kuhner. Ninguno de ellos. La
muerte no puede identicarse con
el relato misterioso de sus desdi-
chas. Ni siquiera puede decirse que
eligieron morir dignamente. No. No
fue una desesperación íntima lo que
desgarró sus vidas. Su dolor es algo
colectivo. Y su suicidio es el crimen
de otro (Vuillard, 2018, p.133)
En el último capítulo, nos ente-
ramos de que, ya anciano y senil,
sufría don Gustav Krupp von Bohlen
und Halbach alucinaciones terro-
rícas en las que se le aparecían
fantasmas en sus aposentos. Cabe
imaginarse que podrían haber sido
los espectros de quienes habían
muerto como mano de obra esclava
en sus bien montadas factorías, para
sostener el esfuerzo bélico del Reich.
Von Krupp había perdido la cordura,
pero no su fortuna ni mucho menos
su ascendiente social, al igual que
muchos de los otros barones, a los
que la reconstrucción ofreció nuevas
oportunidades de enriquecerse. Pues,
“las empresas no mueren como los
hombres. Son cuerpos místicos que
no perecen jamás” (Vuillard, 2018,
p.18).
Al nal, la novela nos advierte:
“Nunca se cae dos veces en el mismo
abismo. Pero siempre se cae del a
misma manera, con una mezcla de
ridículo y de pavor” (Vuillard, 2018,
p.141). Pero son caídas, nos recuerda,
en que el sufrimiento lo acumulan
los más débiles y se muestra más
bien indulgente con la estupidez y
cobardía de los poderosos. Debemos
de preguntarnos si estamos conde-
nados a repetir esta historia.
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Referencias bibliográcas:
Rancière, J. (2001). La fábula cinematográca. Reexiones sobre la cción en
el cine, Paidós.
Vuillard, E. (2018). El orden del día, Tusquets.