Vidas desgastadas por el neoliberalismo.
El caso de las obreras de las maquilas en Nicaragua
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Revista Realidad 158, 2021
ISSN 1991-3516 – e-ISSN 2520-0526
ENSAYO
Vidas desgastadas por el
neoliberalismo.
El caso de las obreras de las
maquilas en Nicaragua.
The eroded lives of Neoliberalism.
The case of female Maquila workers
in Nicaragua
Danny Ramírez-Ayérdiz
Universidad de Buenos Aires
Argentina
dannyramirezayerdiz@gmail.com
Resumen: En este artículo, el autor busca dar cuenta de la situación
de derechos y condiciones laborales en las que las trabajan las obreras de
las maquilas textiles del régimen de zona franca en el marco de casi treinta
años de su reinstalación en Nicaragua. El documento revisa cómo este tipo de
sistemas de trabajo instalados en pleno auge del neoliberalismo ocasionan
serias consecuencias en el cuerpo, las emociones y los proyectos vitales de las
obreras. La articulación perversa entre la intensa explotación laboral, la ausencia
de supervisión o cial y la discriminación con guran un estado sistemático de
indefensión potenciado por el encadenamiento de desigualdades a las que
están sometidas estas obreras pertenecientes a los sectores menos favorecidos y
postergados de la sociedad nicaragüense.
Palabras clave: Neoliberalismo, zonas francas, explotación, desigualdad,
obreras, Nicaragua.
Abstract: In this article the author seeks to give an account of the situation
of rights and working conditions in which the workers of the textile maquilas
of the free zone regime work in the framework of almost thirty years of their
reinstatement in Nicaragua. The document reviews how this type of work system
installed in the height of neoliberalism causes serious consequences in the body,
emotions and vital projects of the workers. The perverse articulation between
intense labor exploitation. The absence of of cial oversight and discrimination
constitute a systematic state of defenselessness that is reinforced by the chain
Vidas desgastadas por el neoliberalismo.
El caso de las obreras de las maquilas en Nicaragua
No. 158, Julio-Diciembre de 2021, 33-60
DOI: https://doi.org/10.51378/realidad.v0i158.6430
Recibido: 28 /07/2021 Aceptado: 6/10/2021
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of inequalities to which these workers belonging to the most disadvantaged and
disadvantaged sectors of Nicaraguan society are subjected
Key words: Neoliberalism, free zones, exploitation, inequality, workers,
Nicaragua.
1. Las zonas francas, testimonio del neoliberalismo
en Nicaragua
En las postrimerías de la guerra
de agresión en Nicaragua nanciada
por Estados Unidos (1982-1990), se
avizoraba una contienda electoral
que generó anhelos legítimos en la
sociedad de poner n a la desgas-
tante contienda. Además de aque-
llos anhelos emergieron otros, por
parte de las élites oligárquicas y el
gran capital, que estaban puestas
en devolver al país al sendero
democrático-liberal (Arévalo, 2007, p.
47; Monroy, 2001; Pérez-Baltodano,
2008, p. 611).
Violeta Barrios de Chamorro, la
principal candidata opositora en
aquellos comicios, viuda del perio-
dista nicaragüense Pedro Joaquín
Chamorro, simbolizaba a la madre
nicaragüense (la reina-madre”, diría
Pallais (1992), que anhelaba el n
del conicto para que los hijos en
los bandos en contienda volvieran
a casa (Chamorro Barrios, 2012). Ella
también terminó simbolizando el
triunfo de la ideología neoliberal y
de su perspectiva ética superadora
y sustituta de cualquier anterior
(Harvey, 2006, pp. 7-8). Esta perspec-
tiva superadora” fue especialmente
importante en un país que desde
1979 a 1990 fue gobernado por
éticas de orientación” marxista.
Las elecciones generales de
1990, una de las más observadas
en la historia de Nicaragua, dio la
victoria a Barrios de Chamorro y, así,
los años revolucionarios nalizaron,
junto a con su economía centrali-
zada, racionada y mixta. La promesa
de apertura del mercado por
Chamorro, en un país devastado por
la guerra, representó la transición
político-económica radical hacia el
neoliberalismo el cual fue proba-
blemente mucho más severo que
en otros países de la región cuyos
sistemas seguían siendo liberales-.
De acuerdo con Sánchez (2000),
para países como Nicaragua esta
situación redundó en la apertura
unilateral al comercio extranjero, la
privatización de empresas estatales,
la liberalización del mercado de
capital, el ajuste scal, la reducción
del gasto público y el debilitamiento
de la injerencia del Estado en la
administración macroeconómica con
un crecimiento muy irregular de la
economía” (Sánchez, 2000, p. 4).
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La “apertura” y “liberalización”
del mercado marcó el regreso y la
reactivación” de diversas formas de
inversión extranjera proscritas por el
gobierno sandinista, entre ellas las
maquilas de zonas franca (Vukelich,
1993). En 1991 se reestableció el
régimen de zonas francas de la
mano del gobierno de doña Violeta
y de su equipo económico, centrados
en la aplicación de los Programas de
Ajuste Estructural que consistían en
un proceso “(…) acelerado de libe-
ralización económica, llevando a
cabo la estrategia de estabilización
y reforma estructural, formulada
y enmarcada dentro de la visión
conceptual del FMI y el BM” (Cabrera
Solarte, 2015, p. 7).
En medio de la inanición econó-
mica y el hambre sufridos por más
del 60 % de la población a causa
de las medidas de reajuste” neoli-
beral, las zonas francas dedicadas, se
ofrecieron a la sociedad empobre-
cida como esperanzas atractivas” y
positivas” para conseguir un empleo
rápido y con él un mejor porvenir,
garantizado en el tan ansiado
retorno de la inversión extranjera y
la reactivación económica. Muestra
del triunfo del capitalismo celebra-
torio (Bayón, 2019, p. 9), esta espe-
ranza” controvertida que popularizó
el gobierno de Chamorro, consagró al
neoliberalismo y a su retórica triunfa-
lista centrada en que la mejor manera
de promover bienestar es liberalizar
y no restringir el libre desarrollo de
las capacidades empresariales y las
libertades del individuo, en un marco
institucional caracterizado por la
propiedad privada fuerte, mercados
libres y libertad de comercio (Harvey,
2007, p. 6).
De este modo las zonas francas
se constituyeron casi de forma exclu-
siva en la opción desesperada para
obtener un empleo para las clases
que ocupan el extremo inferior de
la escala de desigualdad” (Bauman,
2011, p. 14), sobre todo, para personas
de las áreas urbanas o suburbanas
de Managua, el centro neurálgico
del país. Precisamente, este tipo de
regímenes personican las peores
formas de trabajo que el Norte puede
imponer al Sur y se aplican “[…] en
áreas que, gracias a las condiciones
coloniales/capitalistas y autoritarias/
patriarcales que han predominado
durante siglos, pueden garantizar
la pronta disposición de una mano
de obra masiva y de bajo costo (Von
Werholf, 2011, p. 5).
A pesar de la perversa romanti-
zación gubernamental a favor de
las zonas francas, estas no implican
ninguna inversión directa en el país
—desde 1991 están exentas ciento
por ciento de cualquier carga tribu-
taria, es decir, no aportan nada al
erario- y no son el ideal de empleo
propugnado por el discurso desarro-
llista. Todo lo contrario, las fábricas
de este régimen —las maquilas- son
reconocidas por ser espacios donde
se violan casi todos los derechos
humanos de sus obreras y obreros.
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Tiene las características de un
trabajo sin n” (Araujo y Martuccelli,
2015, p. 92). En la maquila la explota-
ción no sólo es laboral: las extensas
jornadas, lo extenuantes que resultan
ser y las inhumanas metas y cargas
de producción son un combo que
producen un daño severo de la salud
física y psicosocial y en el tiempo se
puede observar un deterioro irrever-
sible del proyecto vital de las y los
arrojados por el neoliberalismo en
estos centros.
La corrupción, la pobreza y el
subdesarrollo han provocado que
las zonas francas sean necesarias”
para paliar el desempleo y, por ello
se han quedado estacionadas ya
por casi treinta años en Nicaragua.
Esto implica dos dilemas impor-
tantes en términos de la actitud de
los sucesivos gobiernos frente a las
maquilas. El primero es que, junto
a la expoliación de los bienes del
Estado en los años 90 y la pobreza
a niveles de hambruna endémica,
las fábricas de la zona franca son el
testimonio fehaciente de un periodo
donde lo que interesaba, más que
la creación de empleos en condi-
ciones de dignidad era garantizar
el enriquecimiento de empresarios
nacionales y extranjeros, en nombre
de la reactivación” económica. Sin
embargo, este horrible testimonio de
un sistema económico que supuesta-
mente nalizó en 2007 conrma la
perennidad del “Estado neoliberal”
nicaragüense (Harvey, 2007).
El segundo dilema es que los
sucesivos gobiernos desde 1991
han preferido retener” a este tipo
de empresas a cambio de tolerar
los cientos de violaciones de dere-
chos humanos contra una población
obrera mayoritariamente joven. A
los parques industriales no puede
ingresar nadie más que las y los
trabajadores y los empleadores. Así,
dentro de los muros de las fábricas
de la confección, sin observación
ocial comprometida, ha existido
una violación persistente y siste-
mática de derechos económicos,
sociales, laborales y de género que
tal vez no tenga comparación con
las de ningún otro sector laboral del
país.
Esta falta de observación en
el sector, como veremos a lo largo
de este trabajo, deja a una pobla-
ción obrera resignada e indefensa
de poder retraer sus cuerpos y
emociones de la explotación “inevi-
table” ante la siempre pesada, ininte-
rrumpida y angustiante necesidad de
satisfacer el hambre en los hogares
más oprimidos de la sociedad.
Se trata de como si dentro de las
tapias fabriles todos fueran el homo
sacer de Agamben, arrastrados a un
impune espacio/tiempo gris y clan-
destino donde, por consiguiente, la
juridicidad y la jerga de los derechos
humanos se esfuma.
Nos interesa en este escrito
concentrarnos en las mujeres
que trabajan en estos recintos de
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explotación. La división sexual del
trabajo considera tareas femeninas
a las labores de confección en las
maquilas y, por tanto, la agresividad
de la precariedad laboral está poten-
ciada aún más por un sistema que
desprecia y se niega a reconocer el
aporte laboral de las mujeres a la
economía nicaragüense.
Coser miles de camisas o pegar
miles de botones en pantalones “de
marca” es una extensión natural”
de las tareas no pagadas que la
socialización de las relaciones de
explotación asigna a las mujeres
frente a los hombres. De ahí que
las trabajadoras de la confección
reciban tratos, condiciones salariales,
de higiene, salud y seguridad ocupa-
cional severas y precarias, con muy
pocas chances de poder elevar sus
voces para exigir a un régimen que
básicamente sigue siendo igual de
rígido, impermeable, discriminatorio
y menospreciante que hace tres
décadas de su instalación.
A lo largo de este documento
se brindará un panorama de cómo
decenas de miles de obreras de la
confección son sometidas y arro-
jadas a un estado inevitable de
indefensión por sus empleadores
con la connivencia estatal. Si bien
la articulación general del ensayo
está pensada desde una perspectiva
de derechos, la indefensión produ-
cida por la inexistencia de estos en
las fábricas nos llevará a recorrer
cómo el sistema maquilador absorbe
las fuerzas, las emociones y los
proyectos vitales sin que nadie haga
nada o a nadie le interese que estas
trabajadoras atraviesen condiciones
de servidumbre con el velo impostor
de la globalización antidemocrática.
Apoyados en las estadísticas,
testimonios y estudios producidos
por el Movimiento de Mujeres
Trabajadoras y Desempleadas “María
Elena Cuadra” (MEC), entidad civil que
nuclea a miles de estas obreras en
sus demandas, clamores y reclamos
organizados, veremos cómo la explo-
tación hace que vidas residuales”
(Bauman, 2004) como estas, por
ejemplo, acaben su el ciclo laboral
“útil” alrededor de los 35 años con
cuerpos totalmente arruinados e
incapacitados por los millones de
movimientos repetitivos realizados
en las máquinas de coser.
2. ¿Qué implican las maquilas de zona franca en
Nicaragua?
Según la estatal Comisión
Nacional de Zonas Francas, las
empresas de este régimen gozan
de extensos ygenerosos” incentivos
para la inversión que incluyen el
100% de exención en el pago de los
impuestos sobre la renta, enajena-
ción de bienes inmuebles a cualquier
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título inclusive el impuesto sobre
ganancias de capital, de aduana
sobre materias primas, maquinaria
y transporte, de importación sobre
lo elaborado en estas industrias,
entre otros. Un estudio del Instituto
de Estudios Estratégicos y Políticas
Públicas (López, 2010) señaló que, si
bien las industrias maquiladoras han
tenido impacto en la generación de
empleos, a cambio los Estados “(…)
han tenido que sacricar su poten-
cial de recaudación tributaria” y no
han demostrado “(…) ser la panacea
del desarrollo sostenido (López,
2010, p. 16) por la facilidad con la
que emigran hacia otros países con
mejores ventajas” scales.
No obstante, este sistema maqui-
lador, que en 1993 contaba con poco
más de 7000 obreras y obreros y en
2019 con unos 121 mil, tiene un lado
B nada alentador. La contrapartida
que ofrece la iniciativa extranjera es
la creación de miles de puestos de
trabajo en condiciones de preca-
riedad y con pagas que siguen siendo
las más bajas de la región centroame-
ricana tal como lo destaca la estatal
agencia de inversiones ProNicaragua.
Se trata de la inclusión desfavorable
de amplios sectores de la sociedad
por el neoliberalismo en condiciones
de precariedad y desventaja (Saraví,
2015, p. 14).
Vukelich (1993) ya señalaba
tempranamente el carácter deshu-
manizado del trato que sufrían las
obreras y destacaba el carácter
intensivo de las actividades de
producción. Desde 1999, el MEC ha
demostrado de manera especíca las
violaciones de derechos humanos
laborales al sector maquilas en sus
estudios y se ha conrmado a lo
largo de otros: violencia verbal, sala-
rios bajos, presión, metas y cargas
de producción excesivas, tiempos
limitados de descanso, entre otras.
Turcios (2002), FIDH (2005), Bilbao,
Mayorga y Rocha (2006), Gamboa,
Angela y Kries (2007), MEC (2009,
2010, 2013) OIT (2010), Asociación
Mujeres Transformando (2016) han
dado a conocer, casi sin variación,
que estas empresas violentan la
gran mayoría de estos derechos.
Por su parte, las autoridades han
mantenido una actitud sistemática-
mente tolerante, en independencia
del gobierno de turno, a n de que
la inversión extranjera que genera
estos miles de puestos en condi-
ciones de precariedad no se retire del
país. Paradójicamente, la tolerancia
no ha sido suciente para evitar que
se fuguen estas empresas llamadas
golondrinas”, pues al encontrar otros
países con mayores ventajas scales,
cierran operaciones casi de forma
inesperada. Desde 1993, miles de
obreras y obreros han quedado sin
puestos de trabajo y sin la paga de
sus prestaciones laborales.
El MEC, por ejemplo, logró docu-
mentar que sólo en el periodo
2006-2010, cerraron 38 fábricas
despidiendo a más de 36 mil
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empleados y empleadas de este
sector (Ramírez-Ayérdiz y Martínez,
2020, pp. 23-29). Las autoridades
han informado a algunos órganos
internacionales, como el Comité de
Derechos Económicos, Sociales y
Culturales, (gobierno de Nicaragua,
2020) que el clima y la situación de
protección de los derechos laborales
en las maquilas está garantizado a
través de inspecciones laborales.
Inspecciones controvertidas, por
supuesto, pues los estudios que se
han realizado a lo largo de los años
demuestran la potencia violatoria de
derechos de las empresas maquileras
y ponen en duda la ecacia de las
investigaciones gubernamentales en
las fábricas.
La acción colectiva frente a las
situaciones que viven las obreras
ha sido férreamente rechazada y
desconocida por los empresarios,
quienes han ejercido medidas siste-
máticas de despido o amedranta-
miento contra los sindicatos que se
forman en las empresas. Un reporte
del Observatorio Centroamericano
de Violencia Laboral evidenció que
en 2017 apenas existían 43 sindi-
catos en 179 empresas del sector, lo
que apenas cubría el 30 % del total.
Esto puede atribuirse a que la ley
no reconoce otras formas de orga-
nización distintas a las sindicales
lo que limita cualquier exigencia
espontánea ante los empleadores
por parte de las trabajadoras de las
fábricas de zona franca.
3. ¿Quiénes son las obreras que trabajan en las
maquilas?
El modelo maquilador de zonas
francas en Nicaragua tiene antece-
dentes en los años 70 (Vukelich, 1993;
Bilbao, Mayorga y Rocha, 2003) en el
marco de las olas de tercerización
de ciertos procesos en la cadena de
ensamblaje de productos requeridos
por el Norte Global. No obstante, con
el advenimiento de la Revolución
Popular Sandinista (1979) la Junta
de Gobierno de Reconstrucción
Nacional derogó el sistema de
zonas francas, con lo cual casi todas
las empresas textiles quedaron en
manos del Estado. Para 1991, con la
esperanza mítica difundida por el
gobierno de doña Violeta, de que la
apertura del mercado traería trabajo
y con él, mejores oportunidades de
vida, las maquilas se abrieron, sobre
todo, como anota Vukelich en un
artículo de 1993, a la elaboración de
productos textiles y de vestuario.
En el contexto de vuelta de “la
iniciativa privada” —la expoliación
globalizadora- el gobierno neoliberal
de Barrios de Chamorro (1990-1997)
y sus sucesores (1997-2007), ante
una población en edad de trabajar
inmensamente joven, establecieron
como política perenne de Estado
ofrecer a la juventud como mano de
obra barata y explotable. Una suerte
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de extractivismo humano, caracterís-
tica común del neoliberalismo, que
somete a los menos congraciados
por el sistema a una extenuación sin
n, como si el trabajo en condiciones
de explotación es la paga ideal para
los que menos tienen, a estos que
el sistema arrincona en el “fracaso
social” (Saraví, 2015; Wilkinson y
Pickett, 2009, p. 22).
Según un estudio reciente del
MEC (Ramírez-Ayérdiz y Martínez,
2020) elaborado con población
obrera de este sector laboral en los
municipios de Managua, Tipitapa
y Ciudad Sandino, localidades que
concentran el 70% de la industria
textil/vestuario adherido al régimen
de zonas francas, la población de las
maquilas es abrumadoramente joven:
El 88.1% se encuentra en las edades
de 18 a 45 años. A propósito de
esta fuerza laboral altamente joven,
Gutiérrez (2015) anotó con preocu-
pación que las zonas francas son
las únicas que están aprovechando
la transición demográca que está
viviendo el país hasta 2030, con una
población joven, pero sin mayores
oportunidades laborales dignas, en
especial para las y los más pobres,
rasgo que notamos inherentemente
ligado a la dimensión precarizadora
y de desinterés en el valor humano
de las masas laborales en el neoli-
beralismo.
Asimismo, el nivel educativo que
predomina en las trabajadoras de las
maquilas es la secundaria, completa
e incompleta (64.2 %), además de
un 22.8 % de obreras con niveles
de primaria completa e incompleta
y sólo un 9% posee estudios univer-
sitarios incompletos en el contexto
de un país con una educación “de
tan poca calidad” (Vijil, 2020) y que
requiere al menos entre 10 y 13
años de instrucción obligatoria para
asegurar el umbral de bienestar más
próximo a la media de familias nica-
ragüenses” (Laguna y Porta, 2013, pp.
27-28).
Las obreras de las zonas francas
no logran acceder a la educación
superior que, de todas formas, nos
dice Bayón (2019), no es garantía
de una movilidad social ascendente
segura. La permanencia de estas en
niveles educativos no demandados
por el mercado tiene varios efectos
crueles. El primero es que, al no tener
altos niveles de formación educativa
o técnica, el sistema maquilador con
la connivencia del Estado justica
la paga de salarios irrisorios que
no alcanzan para cubrir ni siquiera
la mitad de la canasta básica. En el
monitoreo anual del MEC (2020a)
sobre el precio de la canasta básica
frente al salario mínimo recibido,
determinó que las obreras con el
sueldo promedio apenas pueden
comprar el 41% de la canasta que
actualmente cuesta unos C$ 14,500
(o sea, unos 420 dólares), diseñada
para dos adultos y tres niñas y niños
(Argüello y Zamora, 2020, p. 18). En
13 años, entre 2007 y 2020, el salario
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de las obreras, por su trabajo sin n,
apenas ha aumentado un 14%.
El mito de pagar poco a las obreras
por su educación formal incompleta
se destruye cuando se verica que
las empresas, las exportaciones y la
población trabajadora de este ramo
ha crecido vertiginosamente entre
2007 y 2018. Las labores de confec-
ción no necesariamente requieren
preparación técnica, sino destreza
en el ámbito de una producción
intensiva y extenuante. Lo anterior
nos conduce a otro de los efectos
crueles de “la falta” de educación:
en realidad es un pretexto para la
explotación de personas que perte-
necen a las clases con mayor acumu-
lación de dicultades para la mejoría
de la calidad de vida. Esto redunda
en un desprecio proveniente de las
clases dirigentes y el empresariado
internacional instalado en el país
en contra de la población en situa-
ción de pobreza que trabaja en estas
fábricas, trabajos que constituyen
una violación al derecho de desarro-
llar la capacidad humana” (Therborn,
2015, p. 14).
Asimismo, otro efecto cruel de la
falta de educación como pretexto
para la sobreexplotación es el enca-
denamiento al que las obreras se ven
sometidas sin que puedan encontrar
otros trabajos con ingresos jos de
manera rápida, en especial, desde
2018 donde la población del país en
situación de pobreza del país pasó
de 20,3 % en 2017 a proyectarse un
27.9 % en 2021, un aumento del 7.6
% en apenas en tres años (FUNIDES,
2020, 2021).
El encadenamiento a las
desigualdades por las obreras
como veremos- tiene varias mani-
festaciones. La primera es que los
ingresos percibidos anulan la posi-
bilidad de realizar cualquier tipo
de movilidad social (recuérdese el
magro aumento de sus salarios en 13
años). El segundo es que el carácter
extensivo de la sobreexplotación
con jornadas laborales medias entre
49 a 51 horas semanales (Argüello
y Zamora, 2020, p. 38), sumado a las
insoportables metas de producción
no les permite desarrollar activi-
dades de formación ya sea por la
noche o nes de semana.
Además, este encadenamiento
es también familiar, especialmente
femenino, pues hijas, madres y
abuelas se incorporan en estos
puestos de explotación “heredados”,
es decir, como anota Therborn (2015,
p. 24) se trata de una transmisión
generacional de las oportunidades
económicas”. En este caso oportuni-
dades cercenadas y disminuidas. Lo
anterior contradice el discurso hege-
mónico neoliberal de que el trabajo
sin n lleva a una mejoría del estatus
de vida (Han, 2014).
Por otro lado, el encadenamiento
obligatorio a las maquilas ha de
verse desde un trío de circunstan-
cias que revelan cómo la explotación
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profundiza la desigualdad y lo difícil
de sostener una calidad de vida
aceptable, a saber: el hecho de tener
a su cargo (1) a una cantidad alta de
personas dependientes, (2) además
de sus hijas e hijos (3) con salarios
de precariedad.
Los datos estadísticos reco-
gidos por el MEC (Ramírez-Ayérdiz y
Martínez, 2020) muestran que si bien
el 85.4 % de las obreras son madres,
en su mayoría de 1 a 3 hijas o hijos,
el número de dependientes econó-
micos los supera. El MEC encontró
que el 92.1% de las obreras tienen
dependientes directos, destacándose
un 36.4 % con un promedio de 3 a 8
personas a su cargo. Esto indica que
la carga, además de ser alta para una
sola obrera va más allá de sus hijos e
hijas y que probablemente incluya a
personas sin empleo producto de la
crisis actualmente en curso, adultos
mayores o personas discapacitadas
o con enfermedades incapacitantes.
Las circunstancias económicas
descritas permiten revelar cómo
las barreras de la falta de recursos
y oportunidades hace difícil aban-
donar estos puestos de trabajo
donde la vida y el tiempo no alcanzan
para otras actividades económicas
adicionales. La presión de ser la
principal proveedora de ingresos
de sus hogares (57% de las obreras)
potencia aún más la indestructi-
bilidad de las barreras que estas
enfrentan. La mayoría de las traba-
jadoras expresan constantemente
que trabajan en las maquilas por
necesidad”. Una necesidad dramáti-
camente innita (Ramírez-Ayérdiz,
Argüello y Loáisiga, 2018).
4. Las maquilas, una suerte de campo de trabajo
del neoliberalismo
El sistema de trabajo en una
fábrica textil/vestuario bajo el
régimen de zonas francas es rígido
y altamente exigente. Está diseñado
para que las obreras laboren con
todas sus fuerzas físicas disponi-
bles para cada día, incluso hasta la
extenuación. La presión y el estrés
es constante. La rigidez exige la
llegada puntual a los centros de
trabajo, entre las 6 y las 7 de la
mañana so pena de sanciones contra
los magros sueldos. Las trabajadoras,
por lo general, son sometidas a un
régimen donde no pueden hablar
con otros compañeros o compañeras
y contadas son las veces que acuden
al baño a n de cumplir las metas
de producción, bajo el ojo constante
y agresivo del supervisor nacional o
extranjero casi siempre hombre, lo
que le da ventajas de superioridad,
aspecto que abordaremos después-.
Este sistema de extenuación no
puede ser de otro modo: para poder
cumplir con los inmensos pedidos
Vidas desgastadas por el neoliberalismo.
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a los que se comprometen las
empresas instaladas en el país que
tercerizan la elaboración de prendas
de vestuario para marcas como Gap,
Liz Claiborne, Dickeys, AMC, Tommy, VF,
Hanes entre otras, se somete a las
trabajadoras a niveles altísimos de
presión. El cumplimiento de pedidos
implica la contratación siempre insu-
ciente de personas entre las que se
distribuye las metas de producción, a
veces individuales y otras colectivas
por líneas”. En Argüello y Zamora
(2020) las obreras manifestaron que
día a día cada una tiene a su cargo
de 500 a 3000 unidades en las que
el método de trabajo asigna a grupos
de operarias” tareas distintas hasta
que la prenda queda elaborada y
pasa a las manos de “las inspectoras”
quienes pueden devolver decenas o
cientos de piezas para arreglarlas, si
no están acordes a los estándares
exigidos.
El enorme esfuerzo realizado es
manifestado con claridad por las
obreras: los autores citados regis-
traron que el 70.8% de las trabaja-
doras consideró que las metas son
desde altas, muy altas hasta inalcan-
zables. Su incumplimiento conlleva
el despido (Argüello y Zamora, 2020,
pp. 38-39), sin importar las conse-
cuencias físicas que son destruc-
toras de la salud de la que nos
ocuparemos pronto. El sobreesfuerzo
físico que ejecutan, con un nivel
de cumplimiento del 70.8 % de las
metas asignadas, da cuenta de que
estas humanas son consideradas por
los empleadores como cuerpos con
fuerzas que deben ser innitas por
la necesidad del salario. Cuerpos
forzados a la robotización y la auto-
matización ante la inhumanidad de
la jornada y la tarea.
Adicionalmente, como se
mencionó, las obreras se encuen-
tran en un estado prácticamente de
sometimiento de la vida una vez que
ingresan a los parques industriales.
Los empleadores actúan mediante
los supervisores, cuales kapos, de
quienes las trabajadoras son víctimas
de violencia laboral y acoso sexual.
El estudio Estado de la violencia
laboral y sus implicaciones de género
en Nicaragua (Gutiérrez y Renzi, 2018)
reveló que en las maquilas de zona
franca las relaciones laborales están
altamente atravesadas por la discri-
minación y que no existe interés en
implementar un enfoque de género
en su abordaje ni por empleadores
o autoridades laborales. Esta preva-
lencia de discriminación torna el
ejercicio de las labores no sólo en
explotación de las fuerzas vitales,
sino en la generación de un sistema
donde las mujeres además deben
callar ante la violencia laboral para
conservar sus puestos de trabajo.
Los estudios recientes dan
cuentas que la violencia laboral y el
acoso sexual sufridos por las obreras
es persistente, a pesar de que ambas
conductas son sancionadas penal-
mente por la legislación nacional.
Danny Ramírez-Ayérdiz44
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Argüello y Zamora (2020) encon-
traron que las trabajadoras consi-
deraron sus relaciones de regular a
malas con los supervisores extran-
jeros en 32.2 % y en un 58.3 % con
los nacionales (p. 49). Así, además
de ser esas fábricas lugares donde
el cuerpo es explotado, por si no
bastara, se suma la violencia física y
psicológica: las obreras denunciaron
que han recibido de los superiores
violencia física (12.7 %) y verbal (42.6
%) y por parte de los compañeros de
trabajo ambas formas de violencia
(18.6 %) (Argüello y Zamora, 2020, p.
21).
Gutiérrez y Renzi (2018) han
expuesto que el acoso sexual es
un tema tabú en las relaciones
laborales de explotación de las
maquilas ocasionando impunidad.
Ante empleadores que conciben
ontológicamente a las obreras como
una especie de robots programadas
únicamente para elaborar indumen-
taria que se exporta al Norte Global,
las otras situaciones que atraviesan
como humanas no son de su interés e
incluso son potenciadas por ellos. En
estos campos de trabajo, las obreras
opinan que existe el acoso sexual
(25.4 %) y que los perpetradores
son los compañeros de trabajo (44.8
%), inspectores o supervisores (25.3
%) y personal de administración y
gerencia (27.6 %) (Argüello y Zamora,
2020, p. 50). No obstante, estos casos
quedan en la arbitrariedad porque
las obreras consideran que, si denun-
cian, los empleadores: (1) les prestan
atención, pero nunca hacen nada; (2)
escuchan, pero dicen que vayan a
quejarse a otro lado o (3) les echan
la culpa (Ramírez-Ayérdiz y Martínez,
2020, p. 54).
El sistema de estas fábricas son
un reejo del entroncamiento y
la interrelación perversa entre el
capitalismo y el patriarcado, ambos
evidenciados por la explotación
y la discriminación que sufren las
obreras. Esto llega a tal punto que
el 23.8 % de las trabajadoras han
armado que los mejores puestos se
los otorgan a los hombres, quienes,
como dijimos, son ubicados en
cargos que representan autoridad,
sujeción o mando mediante la gura
del supervisor”. Lo anterior reitera
cómo la división sexual del trabajo
aún en un mismo lugar opera en
torno de quiénes tienen la autoridad
y quienes son sujetas de ella.
Por supuesto que la conjun-
ción de ambas formas de opresión
congura el lado oculto del sistema
maquilero. Dichas formas de opre-
sión se han visto radicalizadas por
los discursos antiderechos/obliga-
ciones del neoliberalismo que se
reproducen desde hace treinta años
en estas fábricas. Estos discursos y
prácticas marcan una acumulación
de desprecios contra la dignidad
humana de muchas de estas mujeres
que, sin otras oportunidades, proba-
blemente sufren experiencias de
violencias dobles en su hogares y
centros de trabajo.
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Además de compelerlas a cumplir
las extensas metas y jornadas de
producción, las relaciones laborales
atravesadas por la discriminación,
la rigidez del tiempo requerido
por estos campos de trabajo limita
momentos vitales necesarios para las
personas, entre ellos la alimentación.
Las obreras han denunciado que el
45.2 %, para tomar el almuerzo,
tienen entre 15 a 30 minutos y el
71.8 % no tiene otro tiempo aparte
del almuerzo para ingerir alimentos
durante la jornada diaria (Argüello y
Zamora, 2020, pp. 63-64).
Otro hecho que no debe perderse
de vista en este sistema de explo-
tación es que resulta falso que sus
efectos opresivos sólo estén vigentes
mientras las trabajadoras perma-
necen en los parques industriales. El
hermanamiento del sistema de opre-
sión maquilero con el patriarcado
repercute en que este sistema rígido
limita el tiempo para realizar otras
tareas, como de cuidados, reproduc-
tivas y del hogar. Esto está conectado
con la cantidad de horas de sueño
que las obreras dedican cada día:
apenas el 34.6 % duerme ocho horas.
Trasnochadas, sobreexplotadas
y, seguramente, mal alimentadas,
las obreras van acumulando en sus
cuerpos las señales de un desgaste
físico prematuro que a muchas las
deja fuera de la población econó-
micamente activa en tiempos más
tempranos que a sus pares de otros
sectores laborales, lo que evidencia
la potencia violenta, agresiva y
despreciativa del sistema maquilador
contra los cuerpos de las mujeres. De
esto daremos cuenta en la siguiente
sección.
Las obreras han alzado su
voz contra la explotación laboral
exigiendo mejoras de condiciones y
contra la violencia laboral y el acoso
sexual. En un contexto tan absorbente
del tiempo, el esfuerzo por organi-
zarse, pronunciarse y dejar por escrito
sus demandas constituye un acto de
resistencia invaluable. Por un lado, la
Agenda de los derechos laborales de
las mujeres trabajadoras de la indus-
tria maquiladora en Centroamérica
(REDCAM, 2014) “la cual muestra un
conjunto de propuestas y estrategias
para avanzar en el cumplimiento de
los derechos de las mujeres y en el
reconocimiento de sus aportes a la
economía nacional de sus respec-
tivos países” (REDCAM, 2014, p. 5), en
su punto referido a “derechos a un
empleo y salario digno, las obreras
y las organizaciones que las nuclean
demandaron que:
Los gobiernos de la región centroamericana deben garantizar
que las Zonas Francas respeten la aplicación y cumplimiento
de la ley laboral, por el impacto negativo que esto tiene sobre
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el cumplimiento de los derechos laborales de las y los trabaja-
dores de este sector económico (p. 27).
Y respecto de la violencia y el acoso laboral exigieron:
(ii) Que los Ministerios del Trabajo de la región centroamericana
mejoren las inspecciones en las zonas francas para prevenir
cualquier hecho de violencia laboral por parte de supervisores
o personal de seguridad, que hacen revisiones y tocamiento
abusivos a sus partes íntimas aduciendo cumplir con órdenes
superiores.
(iii) Mejorar los mecanismos de prevención y sanción del acoso
sexual, acoso laboral y cualquier hecho de violencia contra las
mujeres y proporcionarles instrumentos legales efectivos; agiles
y disuasivos de estas prácticas ilegales que frecuentemente son
denunciadas por las trabajadoras (p. 33).
En una declaración adoptada
en el XXII Coloquio de las Mujeres
Trabajadoras de las Maquilas (MEC,
2020c), otra manifestación clara
de estrategias de resistencia” y
denuncia frente a los discursos y
las prácticas neoliberales (Bayón,
2019, p. 19) en las zonas francas, las
obreras demandaron el n de las
condiciones históricas de opresión y
explotación:
El Estado debe prohibir el uso de toda práctica de exibilización
e inestabilidad laboral en los puestos de trabajo que conducen
a la explotación de la salud física, emocional y la vida de las
mujeres trabajadoras. Esta disposición debe ser cumplida por
los empresarios sin mayor dilación y a cabalidad. Además, el
Estado debe permitir la libertad real de organización para exigir
nuestros derechos en las maquilas, como un derecho estable-
cido en la constitución política del país (punto III, eje 1).
Y respecto de la violencia laboral y el acoso sexual en los centros de trabajo
dijeron:
Exigimos la raticación e incorporación urgente en la ley
laboral, el Convenio 190 (Convenio sobre la violencia y el
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acoso, Organización Internacional del Trabajo, 2019) y que se
establezcan mecanismos efectivos para acceder a la justicia y
lograr la reparación integral de víctimas de todas las formas de
violencia de género.
Demandamos al empresariado crear, en las normativas corres-
pondientes, los mecanismos y respuestas efectivas a las denun-
cias sobre acoso sexual, acoso laboral y cualquier otro hecho de
violencia. Además, por ley existirá la obligación de capacitación
y sensibilización de todo el personal, incluido el personal de
recursos humanos y supervisores nacionales como extranjeros
(puntos II y III, eje 3).
La violencia laboral y sexual al
que son sometidas las obreras trans-
miten la noción de que estas condi-
ciones “las merecen” a causa de que
su pobreza “las impregna” de una
inferioridad (Bayón, 2015) que no les
permite y, no las hace meritorias de
igualarse con sus empleadores que si
pueden “funcionar plenamente como
seres humanos” (Therborn, 2015, p.
47). La acumulación de desventajas
también transmite una noción, an-
cada en el paradigma neoliberal”
(Bayón, 2019, p. 9) de que, lamen-
tablemente, ellas están destinadas
a esos puestos y a esa “desigualdad
por explotación”, ante una vida sin
logros simbólicamente importantes.
Por tanto, “la recompensa” de sus
nulos logros se las asigna una ideo-
logía extremadamente cruel e insen-
sible con “los perdedores” donde
“la riqueza se gana y la pobreza se
merece” (Therborn, 2015, p. 56, 61;
Bayón, 2019, pp. 11 y 15).
5. Un sistema que destruye cuerpos
Con el tiempo el trabajo de las
maquilas de zona franca produce
efectos negativos en la salud
osteomuscular de las obreras. Este
aspecto, que es de reciente atención
y estudio, revela dolencias, síntomas
y enfermedades, derivadas, sobre
todo, por la superación considera-
blemente excesiva de movimientos
repetitivos que las trabajadoras
realizan cada día, cada semana, cada
mes y los años que transcurren en
estos puestos de explotación. Las
maquilas de zona franca no sólo
vacían aceleradamente las fuerzas
de miles de obreras empobrecidas
en sus líneas de producción: también
destruye sus cuerpos.
Esto sucede sin que hasta el
momento ninguna autoridad inter-
venga para aplicar alguna política
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concreta que reduzca los daños que
con el paso del tiempo sufren seve-
ramente las obreras. Si bien existe un
marco jurídico regulatorio de leyes
de higiene, seguridad y salud laboral,
un sistema de salud previsional y
normas y autoridades especícas,
los empleadores siguen imponiendo
modos de trabajo que generan en
ellas un conjunto de enfermedades
relacionadas con traumas musculoes-
queléticos, producidos, además por
los movimientos repetitivos, por los
nulos periodos de descanso, condi-
ciones disergónomicas insucientes
y posturas corporales prolongadas
que aumentan las posibilidades de
desarrollar estos padecimientos.
La ausencia de supervisión ocial
de forma preventiva es evidente.
Atrapadas sin descanso en sillas sin
respaldar; apoyadas en las máquinas
de coser; o de pie, revisando las
piezas ya elaboradas, las trabaja-
doras de la confección se encuentran
en espacios físicos donde hablar de
derechos es una banalidad, pues
dentro de las fábricas no hay forma
de que el derecho a la salud que
está garantizado constitucional-
mente se materialice con sanciones
administrativas o por la conciencia
de los empleadores. Parecería, como
ya se ha hecho referencia, que en
estos campos de trabajo la dimen-
sión de derechos y especícamente
la dignidad se borrara de las traba-
jadoras una vez que entran a los
parques industriales. Espacios sin
protección legal efectiva.
Sus cuerpos son víctimas de
la explotación y la codicia de sus
empleadores quienes ven a los
primeros como máquinas a las que
no hay que aceitar y, por tanto, su
periodo de vida útil las transforma
en cuerpos-objetos de descarte. En
un estudio titulado Prevalencia de
los trastornos musculoesqueléticos en
población trabajadora de la maquila
(Ramírez-Ayérdiz, Argüello y Loáisiga,
2018) con una muestra de poco más
de mil obreras, se logró determinar
que casi el 30 % sufren alguna
dolencia, síntoma o enfermedad
relacionada con el síndrome del
túnel carpiano, quistes ganglionares,
tendinitis del antebrazo, epicondi-
litis, lesiones en los hombros como la
tendinitis bicipital y del manguito de
los rotadores, desgarro del manguito
de los rotadores y lesiones de cuello
(Ramírez-Ayérdiz, Argüello y Loáisiga,
2018, p. 85). Las molestias muscu-
loesqueléticas se maniestan en un
periodo de 1 a 5 años.
La alta prevalencia de este tipo
de molestias las encierra en un
sistema que destruye los cuerpos sin
que exista, ni siquiera, una estrategia
paliativa o correctiva en el esquema
de salud previsional cuando las
obreras empiezan a manifestar las
dolencias, trastornos y otras enfer-
medades. En el estudio citado, ellas
revelaron a través de diversos testi-
monios que las médicas y médicos de
los hospitales previsionales general-
mente no toman en serio sus dolen-
cias, no les dan la debida atención
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o las ven como pacientes crónicas.
Comúnmente estos centros asis-
tenciales carecen de especialistas
en medicina laboral. La cuestión se
agrava cuando las obreras, imposi-
bilitadas de continuar trabajando en
las máquinas, con los cuerpos dete-
riorados, los hospitales y autoridades
previsionales no reconocen sus
enfermedades como profesionales,
es decir, directamente producidas
por el trabajo en las maquilas.
Sin políticas de salud preven-
tivas, paliativas o correctivas, los
cuerpos de las obreras sufren un
desgaste acelerado y prematuro que
las conduce, en muchos casos, a una
precoz incapacidad laboral y con
ello, a una pobreza más dura que la
que mitigaban con los salarios de
miseria de las maquilas. En palabras
de Bauman (en Bayón, 2019, p. 11)
“las bajas colaterales, por su escasa
importancia, no justican los costos
que implica su protección”.
El descarte de estas obreras
conrma que la destrucción de los
mecanismos de protección de los
trabajadores en el neoliberalismo se
radicalizó a favor de su proyecto de
clase” y “disciplinario, que consagra
estas prácticas de expulsión como
lógica sistémica” (Bayón, 2019, p. 20).
Denitivamente, al decir de la autora,
el neoliberalismo es un proyecto de
recuperación del poder de las clases
económicas, sin importar si esa recu-
peración acumulativa es sobre la
base de cuerpos extenuados, atro-
ados y nalmente expulsados sin
protección de los sistemas de trabajo
(Bayón, 2019, p. 20)
Sin embargo, el drama de las
máquinas-objetos que constituyen
las obreras que salen del mercado
laboral por el daño severo de los
traumas musculoesqueléticos no
concluye ahí. Luego de quedar total-
mente inhabilitadas y con diversos
padecimientos, muchos de ellos
angustiantes e incapacitantes a
niveles inhumanos, viene el viacrucis
de enfrentar el sistema burocrático
de la seguridad social. Tras años de
trabajo en las máquinas de la confec-
ción, luchan por recibir una pensión
insuciente, pues, al salir antes de
tiempo del mercado laboral, varias
no logran cubrir la cantidad de coti-
zaciones o aportes necesarios.
Aquellas que actualmente son
declaradas incapacitadas y tienen
completos los aportes requeridos
por la ley, sufren los embates de un
sistema previsional nancieramente
enfermo desde 2013. Estas cobran
menos dinero en sus pensiones que
otras que fueron declaradas incapaci-
tadas antes de 2019 debido al ajuste
severo aplicado recientemente por el
Instituto Nicaragüense de Seguridad
Social (Olivares, 2020; Álvarez, 2018;
Acevedo Vogl, 2018). Con sus cuerpos
destruidos por la industria de terceri-
zación de las marcas que se lucen en
el Norte Global y en los grupúsculos
pudientes” del Sur, las obreras no
reciben ninguna ayuda económica o
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material aparte de la magra pensión
del seguro social. Quedan expuestas
a su propio imperio de la pobreza y
a la “fuerza letal de la desigualdad”
(Therborn, 2015, p. 21).
Nadie de las autoridades o los
medios de comunicación del país
se encargan de dar un seguimiento
documentado y sistemático a la vida
de estas mujeres con sus cuerpos
destruidos por la explotación. En el
libro Sobrevivir a la maquila. Impacto
del trabajo en el cuerpo de mujeres
nicaragüenses (Ramos, Montealegre,
Álvarez y otras, 2021) en el que se
recogen historias de estas obreras
que, estando en edad de trabajar,
quedaron incapacitadas en las
maquilas. La obra está cargada de
expresiones que testimonian el
aparataje de descarte, destructor y
cruel del sistema capitalista. En el
libro se recogen memorias como:
“Si estás sana sos excelente traba-
jadora, pero si te enfermás, sos un
problema”, “18 años en la maquila y
ya no puedo levantar ni un balde de
agua”, yo reclamo mi medicamento
y mi atención médica”, “despedir
gente con daños laborales y crónicos
es inhumano, en un hospital me
dijeron que tenía que operarme y
en el otro que no tenía nada”, nos
mandaron con las manos cruzadas a
morir en nuestras casas”.
Este desinterés de reejar la
vida de estas mujeres expulsadas y
enfermas de la población económica-
mente activa es descrito con crudeza
por Ramos (2021) en la presentación
del libro aludido:
A pesar de tantas trampas del sistema las mujeres han resistido
de diversas maneras. A medida que se han organizado y tomado
conciencia de sus derechos, han denunciado las arbitrariedades
y peleado para conseguir sus demandas. Así han mejorado su
situación, pero también las ha puesto en la mira para ser las
primeras despedidas.
Sus historias desnudan, una vez más, la naturaleza voraz de un
sistema de explotación, que, para subsistir, requiere mantener
a la gente en situación de pobreza. Si bien es cierto que al
proporcionar empleo posibilitan salir de la pobreza extrema,
también lo es que las empresas no invierten las ganancias ni
siquiera en asegurar mobiliario o maquinarias ergonómicas.
Por el contrario, la precariedad del trabajo hace que el ciclo se
repita y la juventud de las familias se integre a la maquila en
las mismas condiciones que sus madres, y terminen con la salud
minada, al igual que ellas (Ramos, 2021, p. 8).
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Con estos escenarios de enfer-
medad, angustia, desesperanza,
pobreza y desolación que atraviesan
las obreras incapacitadas por este
sistema inhumano, es imposible
saber cuántas han fallecido a lo largo
de estos treinta años de vigencia del
régimen de zonas francas. A la vez
es imposible gurarse, acumulados
en sus cuerpos estas circunstancias,
el exacerbamiento de los episodios
de agonía previos a la defunción,
verdaderas experiencias límites
silenciados por la impunidad mediá-
tica y gubernamental del neolibe-
ralismo. Este escenario abrumador
nos hace pensar en Therborn (2015,
p. 20) cuando dice que las dolencias
y las enfermedades llegan antes a
los que tienen menos educación
y en Wilkinson y Pickett (2009) al
armar que los problemas de salud y
sociales, así como la tasa de morta-
lidad están asociadas a las diferen-
cias de rentas en las sociedades
(Wilkinson y Pickett, 2009, pp. 22 y
33). El testimonio de una ex obrera
al respecto es desgarrador:
[…] A los 23 años entré a la maquila sin dolor, ni chico, ni grande,
y hoy estoy más achacada que una mujer de 70. Tengo 51 años
y entré a trabajar a la maquila Texnicsa entre 1986 y 1987 […]
En la Zona Franca, si estás sana sos excelente trabajadora, pero
si te enfermás, sos un problema. Dejé de trabajar muchos años
y volví a la maquila en el 2000, entré a la Fortex y estuve allí
hasta el 2007 cuando cerró la fábrica (Ramos, Montealegre,
Álvarez et al., 2021, p. 15).
El relato de otra obrera en ese
libro revela actitudes crueles por
parte de las autoridades pues aún
con el cuerpo deteriorado y al no
tener todas las cotizaciones nece-
sarias la obligan a trabajar, negán-
dole la posibilidad de una pensión
por incapacidad. Son autoridades
que, al igual que las maquilas de
zona franca, ejecutan un desprecio
sistemático contra vidas extenuadas
por el trabajo sin n, sin valor, en
pobreza:
Desde 1998 trabajé sucesivamente como operaria en las fábricas
Chin Hsing grande, Rocedes, Formosa y Astro Cartón. Entré en
2011 a Sincotex y en abril de 2020, cuando entró la pandemia,
me despidieron. Tengo 48 años y padezco de tendinitis, túnel
del carpo, artrosis cervical, migraña y problemas en la vista
y riñones. Seis enfermedades que afectan todo mi cuerpo y a
veces no me permiten ni levantarme, pero el INSS me acaba de
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dar un papel donde dice que estoy apta para trabajar (Ramos,
Montealegre,
Álvarez et al., 2021, p. 57).
Estas acciones ejecutadas por
el Seguro Social recuerdan lo que
maniesta Bayón (2019, p. 23)
pues, paradójicamente, las enti-
dades que deberían estar encar-
gadas de producir el bienestar en
realidad agudizan y reproducen la
desigualdad, con especial exacer-
bamiento en el neoliberalismo. Sin
embargo, la retórica neoliberal ha
forzado la idea de que los problemas
sociales corresponden únicamente al
individuo (Bayón, 2020). Una suerte
de privatización de la vida que
conrma la ilusoriedad de la igualdad
jurídica. Araujo y Martuccelli (2015)
externalizan que los miembros de la
sociedad son compelidos a hacerse
cargo de sí mismos, a sostenerse en
su individualidad (Araujo y Martucelli,
2015, p. 32). El neoliberalismo, nal-
mente, culpa al que saca del trabajo
y no puede producir” más y en eso
consiste la inteligencia del sistema
en que no haya ninguna resistencia
contra él” y en dirigir la agresividad
contra el que fracasa y no contra el
explotador (Han, 2014, p. 18).
6. Conclusiones
La liberalización del mercado
en todas partes donde se implantó
implicó el deterioro agresivo de las
condiciones laborales de las y los
trabajadores. No obstante, en países
pobres como Nicaragua, sobre todo
con su especial contexto de transi-
ción de una economía centralizada a
una “libre” a partir de 1990, envolvió
la atracción de un sistema que
encarna una de las peores formas de
trabajo que el Norte Global envía al
Sur: las zonas francas.
A lo largo de este trabajo hemos
tratado de dar un recorrido somero de
cómo mujeres de las clases sociales
marginales”, desesperadas por cubrir
las necesidades elementales en sus
hogares, se ven obligadas a incorpo-
rarse en estas fábricas que no sólo
violentan sus derechos: también sus
fuerzas físicas, su salud, emociones y
el proyecto vital.
No hay duda de que el neolibe-
ralismo lleva aparejado el desprecio
de las vidas de los más desprote-
gidos de la sociedad. En este caso,
las obreras de las maquilas de zona
franca, encadenadas por diversas
dicultades a las máquinas de coser,
sus vidas reejan la acumulación
de desventajas y el cercenamiento
de oportunidades producidas por la
extrema perversidad del mercado y
el consecuente abandono social. Son
vidas que al no tener “importancia”
tampoco requieren protección al
decir de Therborn. Sin embargo, a
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largo del trabajo se pudo evidenciar
los papeles de un aliado insusti-
tuible para que funcione un régimen
tan inhumano: el gobierno.
La pasividad, connivencia y la
tolerancia de las autoridades guber-
namentales frente a lo que sucede
día a día en las maquilas desde hace
casi treinta años han sido conductas
constantes más allá de la orienta-
ción política-ideológica o la apatía o
empatía de los discursos ociales con
la clase trabajadora. La perennidad
de estas actitudes gubernamentales
ha contribuido a que las maquilas
se consagren y persistan como un
sistema institucionalizado de impu-
nidad en perjuicio de los derechos
que se violentan en esos recintos.
De hecho, el público conocimiento
de las situaciones que soportan las
obreras ha ubicado a las maquilas en
el referente social por excelencia del
peor lugar donde una persona puede
trabajar.
De manera particular, vimos que
el régimen de zonas francas, si bien
fue promovido por los discursos
neoliberales como una esperanza
ancada en los mitos de la “libera-
ción” del mercado, este no genera
inversión alguna en el país ni contri-
buyen en nada al sostén del erario.
Por supuesto, estas generosas” condi-
ciones de inversión han sido otor-
gadas y respetadas sucesivamente
por los distintos gobiernos desde
1991 a n de que estas empresas
abran miles de puestos de empleo
rápidos” cuyos destinatarios son las
personas que conforman los sectores
más azotados por la desigualdad
ante la “desesperación” por suplir el
hambre, así como las necesidades
innitas propias y los de la extensa
cantidad de dependientes.
El sistema laboral de las
maquilas está pensado para que
quienes son arrojados en él por la
presión de las carencias no puedan
salir con facilidad. Se evidenció que
las altas jornadas laborales y la
consiguiente supresión diaria de las
fuerzas físicas producen un despia-
dado encadenamiento de las obreras
a estos puestos de explotación. La
supuesta falta de educación y cali-
cación técnica, racionalidad induda-
blemente patriarcal, es el argumento
para recibir sueldos irrisorios.
La desprotección gubernamental,
la acumulación generacional de
desventajas y las reducidas oportu-
nidades de un mejor trabajo en el
mercado laboral para las mujeres
con relación a los hombres crean
una siniestra situación de depen-
dencia a estos puestos de los que no
se pueden liberar por la cantidad de
dependientes que es incluso supe-
rior al promedio de hijos e hijas por
obrera, según estadísticas recientes
del MEC. A esto se debe adicionar
la imposibilidad de continuar estu-
diando o la casi nula movilidad
social ni siquiera después de toda
una vida laborando en el sector.
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También se resaltó cómo este
tipo de fábricas son el reejo de las
políticas neoliberales respecto del
empleo, es decir, un aumento desco-
munal de la explotación, la discri-
minación y las prácticas inhumanas
como lógicas que ahora presiden el
mecanismo capital/salario. En este
orden de las cosas, se expresó que
la perennidad del sistema maqui-
lador como ejecutor de las múltiples
violaciones de derechos humanos de
las que son víctimas las obreras del
sector demuestra que la juridicidad
y la jerga vigente de los derechos
humanos son insucientes e inefec-
tivos dentro de las paredes de estas
fábricas. Esto produce una situación
dramática de indefensión y some-
timiento de las obreras frente al
empleador en ausencia de la super-
visión estatal.
Indefensas y sin protección
gubernamental, las trabajadoras
de la confección son víctimas de
un sistema rígido y severo. En el
contexto del pisoteo de la dignidad
humana que viven día a día, en el
artículo se reiteró lo que diversas
investigaciones han evidenciado
sistemáticamente en el sector: las
obreras tienen que cumplir altas
metas de producción en jornadas
extensas de trabajo. Por si esto fuera
poco, al sistema estudiado, se suma
la violencia laboral, física y sexual
que atraviesan las relaciones labo-
rales en las maquilas. Estas carac-
terísticas de ese sistema de trabajo
maniestan el entroncamiento del
capitalismo y el patriarcado en las
lógicas neoliberales de explotación.
El distanciamiento de la observa-
ción ocial da cuenta del desprecio
de la dignidad y el no reconoci-
miento del aporte que las mujeres
realizan a la economía. Es el cuerpo
de las obreras y sus disminuidas
fuerzas las que posibilitan que este
régimen y sus empresas no se retiren
del país al cumplir con los enormes
pedidos a los que se comprometen
sus empleadores con las marcas de
indumentaria del Norte global que
tercerizan estas terribles formas de
explotación.
Por otro lado, se anotó cómo
las maquilas no sólo absorben
las fuerzas físicas y violentan las
emociones de sus trabajadoras: estas
también destruyen sus cuerpos situa-
ción que consagra denitivamente
el desprecio del sistema maquilador
hacia la mujer, su cuerpo, su salud y
sus derechos. La superación despro-
porcionada de la cantidad de movi-
mientos que puede realizar cada
cuerpo en las labores de confec-
ción produce la pérdida progresiva,
acelerada y prematura de la salud
osteomuscular de las trabajadoras.
Así cientos de obreras quedan fuera
del mercado laboral en edades
tempranas con enfermedades y tras-
tornos que producen dolencias inso-
portables. Aquí también pudo obser-
varse, por un lado, la ausencia del
papel gubernamental en la formula-
ción e implementación de políticas
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preventivas o paliativas de salud
que afronten esta destrucción rápida
de la salud que viven cientos de
obreras, y por otro la insensibilidad
del sistema previsional del país.
Finalmente, la pérdida de capa-
cidad física en edades tempranas
para seguir trabajando revela cómo
las maquilas constituyen un sistema
diseñado para echar abajo e inter-
rumpir dolorosamente el proyecto
vital de estas obreras. Esta inter-
rupción es abrupta y se conrma
en la imposibilidad absoluta de
poder continuar trabajando para
sostener sus propias necesidades
y las de sus dependientes —lo que
agrava rigurosamente sus condi-
ciones de pobreza—, así como en el
severo deterioro de la salud física
y la potenciación prematura de los
padecimientos físicos, circunstan-
cias que el humano proyecta lidiar
generalmente en la vejez y no en
vidas que no rayan ni siquiera en
los cincuenta años. La salida pronta
del mercado de trabajo de las inca-
pacitadas por las enfermedades
laborales revela que el propósito
culminante del perverso sistema
maquilador es encadenarlas de por
vida a la pobreza, la desigualdad y
el abandono. Estos cuerpos destru-
idos, doloridos, enfermos proveen
materialidad al dicho “dar la vida
al trabajo. Sin embargo, en realidad
son trabajos que masacran cuerpos
mientras pisotean sin piedad las
vidas de las que menos tienen en
sociedades tan injustas como la
nicaragüense.
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