Julián González Torres98
Revista Realidad 156, 2020
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ISSN 1991-3516 – e-ISSN 2520-0526
no pudiendo gastarse una cantidad
mas de cien pesos, sin consultarnos;
manifestandonos la necesidad y
objeto en que debe emplearse (Libro
de visitas pastorales, T. 2, 1857-1867,
f. 58-59).
Ante tan extraordinaria cantidad
de fondos recaudados, y los aún
disponibles, no extrañan las medidas
tomadas por el obispo; a su vez, el
alcalde debía estar bien recomen-
dado por el párroco, Joaquín Mendoza,
para ser incluido en la terna que
custodiaría el dinero. Y es que en
algunos casos el mismo alcalde fue
elegido mayordomo, como sucedió
en la parroquia de Apaneca, en el
pueblo de Juayúa, en marzo de 1861.
El pueblo carecía de mayordomo de
fábrica y “no debiendo faltar ésta
[mayordomía] en ninguna pobla-
cion hemos nombrado mayordomo
al señor Apolinario actualmente
alcalde” (Libro de visitas pastorales,
T. 2, 1857-1867, f. 165-166). La cotidi-
anidad del pueblo enlazaba profun-
damente el trabajo civil del alcalde
y la municipalidad con el ministerio
pastoral del cura y la parroquia.
Es probable que el tono cordial o
de disputa que utilizaba el obispo
respondiera, en buena medida, a la
cordialidad o a las diferencias (a
veces quizá irreconciliables) entre la
municipalidad y la parroquia, entre
los alcaldes y los párrocos.
Otros ingresos que marcaron la
disputa entre la Diócesis y las munic-
ipalidades fueron los fondos de
cofradías y hermandades. El obispo
insistía en que los fondos de estas
asociaciones debían utilizarse en
nes piadosos, lo que signicaba tres
cosas. En primer lugar, respondían a
una práctica devocional general-
izada, herencia del Antiguo Régimen,
y, de manera especíca, a las celebra-
ciones religiosas por la advocación
de la Virgen María, o santa patrona,
o por el santo patrón del pueblo. En
segundo lugar, eran usados con nes
benécos, para socorrer al prójimo
en la enfermedad o en la hora de la
muerte, por ejemplo, y que tuviera
un funeral digno; al mismo tiempo,
pagaban misas por las almas del
Santo Purgatorio. En tercer lugar,
contribuían al mantenimiento del
templo y al sostenimiento del culto
religioso regular y tradicional, más
allá de las festividades en honor al
santo patrón o a la santa patrona.
Contribuían con ornamentos, vasos
sagrados, hostias, vino, cera, entre
otros. En una línea más secular, hay
que decir también que las cofradías y
hermandades eran fuente de crédito
para la feligresía (Guerrero, 2016; del
Valle, 2014; Castellón, 2014; Tanck
de Estrada, 2004; Di Stefano, 2002;
Lavrin, 1998). El obispo reclamaba
porque buena parte de aquellos
fondos se gastaban en música,
baile, aguardiente, comida y pólvora
durante las estas de los pueblos.
Más allá de aquellos usos no
piadosos, el caso registrado en la
parroquia de Santa Catalina Apopa,
en 1857, en el pueblo de Guazapa,