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VI
!!!
Si
combinamos
ese
perfil sintético
con el contenido
de
los escritos y
estudios publicados
que
dan a su
obra unidad y sentido podemos
hablar
al
menos
de
tres dimensiones
sustantivas de Ellacuría: el filósofo,
el teólogo y el hombre público que
actúo políticamente en el horizonte
histórico salvadoreño,
centroame-
ricano y latinoamericano. Enumero
unas rápidas viñetas al respecto.
En
primer lugar, esta, por ejemplo, el
Ellacuría filósofo quien dejó incon-
cluso el proyecto
en
construcción
de una filosofía propia.
Una
filosofía
latinoamericana y al mismo tiempo,
como
toda
filosofía, una filosofía
universal. Esta, por supuesto, el
Ellacuría teólogo
de
la liberación.
Sería
este
quizá el Ellacuría
acadé-
mico, pensador sistemático y con
mayor riqueza de legado intelectual.
Esta el Ellacuría político en cuyo
perfil
se
traslapan subdimensiones
muy complejas e interesantes.
De
ellas
la
más visible
es
el Ellacuría
rector y de
la
que difícilmente se
puede separar el Ellacuría nego-
ciador,
es
decir, el Ellacuría pontífice,
el diplomático, el hábil constructor
de salidas, de soluciones políticas a
los inconmensurables conflictos del
poder. Evidentemente,
todos
estos
Ellacuría como ya
adelantaba
son
uno solo. Son
el
jesuita,el hombre
de
fe,
el
discípulo de Jesús y de Ignacio
de Loyola, el digno hijo, pues, de
la
Compañía de Jesús.
De
este
hombre
que
se
me
perm itió conocer
es
del
que al menos quiero reseñar fugaz-
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1---
Angel Scrmcño
Quezada
mente su dimensión público-política
que
les
comento.
Ellacuría dedicó la última década
de
su vida a trabajar con tesón y
sin regatear riesgos a encontrar los
consensos y acuerdos que acabaran
mediante una negociación política
con
la
guerra civil salvadoreña. Y
ello
lo
hizo con gran brillantez y
clarividencia. Por supuesto, tal acti-
vidad no
la
desplegó como
si
fuese
un
actor iluso o ingenuo.
Al
contrario,
en su prax
is
estrictamente política
exhibió una alta comprensión de
la
política.
Es
decir, no
esa
mediocre
concepción instrumental
de
la polí-
tica
emanada
de
la ciencia política
empírica
que
ramplonamente la
entiende
como una vulgar aritmética
del poder; sino como siempre debe
entenderse, aunque suene a lugar
común,
la
política como
un
arte.
El
arte de
la
perspicacia, de captar el
curso de los acontecimientos y las
alternativas, de leer el
"signo de los
tiempos"; y ello, sin dejarse doblegar
por las pasiones, los intereses, los
espejismos y las incompetencias de
los actores enfrascados
en
la
lucha.
Bajo tal tesitura, dialogó con todos
los
actores
y fuerzas involucradas
en
el
conflicto bélico. Desde los
mandos
guerrilleros a los
altos
mandos
castrenses, los sectores empresa-
riales, los líderes de los partidos
políticos, tanto aquellos que sobre-
vivían en el exilio como los que
operaban como fuerzas funcionales
al régimen,
y,
por supuesto, también