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Vol. 77, núm. 769, año 2022, pp. 21-43
eca
Estudios Centroamericanos
Los afectos políticos en el contexto del plebiscito por la paz en Colombia. Un abordaje psicoanalítico
ISSN 2788-9580 (en línea) ISSN 0014-1445 (impreso)
lo que no tiene”, es decir, su “falta en ser”,
pero al mismo tiempo engaña, porque hace
una demanda: “amar es querer ser amado”.
Es decir, busca la completud de su ser, busca
llenar su “falta” en la “falta” del otro. Dado
que esta “falta” no es posible obturarla
completamente, la posible pérdida del otro,
del cuidado del otro, la pérdida de este amor,
se configura como miedo, temor primordial al
desvalimiento que activa la angustia, por lo
cual en estos casos se anhela profundamente
la protección, la necesidad de seguridad.
La ignorancia, para Lacan, es una pasión
del ser que está ligada al saber. En su teoría
de los afectos, la divide en dos. La primera,
la “ignorancia crasa”, la cual consiste en “no
querer saber nada”, el horror a saber del
inconsciente, de las pulsiones, de aquello
ingobernable para el sujeto, en últimas, de
sí mismo, de la propia subjetividad. Por otro
lado, se encuentra la “docta ignorancia”,
aquella de quien sabe mucho y que, de todo
su saber, delimita aquello que no puede saber,
es decir, la falta: lo que implica que no sabe
nada de sí ni del Otro, en una doble ceguera
porque no puede ver que no ve.
Sobre el odio, afirma Lacan que es un
afecto fundamental que está marginado de
lo simbólico y apunta directo al ser del otro.
Según Izcovich (2018), el odio está dirigido
a aniquilar la esencia del otro, contra la
manifestación de su deseo. Pero cuando el
sujeto aniquila el deseo del otro, termina por
aniquilar su deseo propio; por ello, el odio es
el afecto que logra tocar lo que constituye la
esencia del otro apuntando a su eliminación
o su exterminio.
Abordemos ahora el resentimiento.
Kancyper (2001) define el resentimiento como
un afecto que nace a raíz de un recuerdo en el
que se cometió una injuria particular al sujeto.
Es el resultado de múltiples humillaciones ante
las cuales se posee una esperanza para realizar
actos de venganza, los cuales se caracterizan
por ser acciones compulsivas y repetitivas,
que a su vez son alimentadas por la fantasía,
creando un mundo imaginario siniestro.
Asimismo, es una expresión del duelo que
no logra completarse y el sujeto se siente
abrumado por los recuerdos del pasado. Por
otro lado, la indignación es entendida como
el afecto que se presenta cuando la dignidad
misma del sujeto se ve afectada y asimismo
su singularidad es cuestionada, desconocida o
rechazada. Esto no conlleva a que la pesona
sea violenta u odie, pero la indignación sí
puede surgir ante la ignorancia, puesto que
cuando se ignora al otro, de una forma u otra,
se transgrede su ser, y esto es indignante.
Precisamente esto último se relaciona
con la indiferencia. Freud (1916/1975) nos
brinda un punto indispensable en “Pulsiones
y destinos de pulsión”, cuando plantea que
el amor y el odio se contraponen al estado
de indiferencia. Por lo tanto, es el afecto que
se queda al margen ante el acto o frente a la
elección. Esta se diferencia de la petrificación,
el horror, la inhibición, el impedimento o
la turbación; es precisamente por esto que
Lacan lo asimila con la apatía. Igualmente,
según Muñoz (2014), es importante resaltar
que la indiferencia cobra un sentido diferente
en la víctima, el victimario y el testigo. En
consecuencia, en la víctima se asocia con las
situaciones en que los sujetos no muestran
sufrimiento alguno. En el victimario la indife-
rencia opera como ausencia de odio, culpa y
compasión, está llena de crueldad y sevicia.
Y, en el testigo, podría darse o bien por una
relación de complicidad velada o abierta con
el victimario a quien termina por encubrir, o
bien por su incapacidad, impotencia o apatía
para resistir al horror, silenciándolo, igno-
rándolo. De allí que también la indiferencia
puede ser indignante.
Finalmente, la vergüenza es una función
social que hace parte de los diques morales
que se originan a partir del establecimiento
de normas en la crianza (Luterau & Boxaca,
s. f). En consonancia, Aristóteles se refiere a la
vergüenza como una afección pasajera en la
que se teme a la deshonra y solo se presenta
en la juventud (Azcárate, 1873/2005). En
ese orden de ideas, es importante el juicio
de quienes nos admiran, de aquellos otros a
quienes admiramos y por los que queremos