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Vol. 77, núm. 769, año 2022, pp. 21-43
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Estudios Centroamericanos
Los afectos políticos en el contexto del plebiscito por la paz en Colombia. Un abordaje psicoanalítico
ISSN 2788-9580 (en línea) ISSN 0014-1445 (impreso)
Los afectos políticos en el
contexto del plebiscito por
la paz en Colombia. Un
abordaje psicoanalítico
1
Political affects in the context of the
plebiscite for peace in Colombia: A
psychoanalytic approach
DOI: https://doi.org/10.51378/eca.v77i769.6891
Maria Paula Valderrama López
2
, Juan
David Villa Gómez
3
, Juan Diego Castaño
Estupiñan, Laura Roldán Medina, Manue-
la Argote Hoyos
4
Palabras claves:
barreras psicosociales para la paz,
afectos, construcción de paz, conflicto
armado, lazo social.
Keywords:
barriers for the construction of peace,
affects, armed conflict, peace building and
social bonds.
Recibido: 4 de abril de 2022
Aceptado: 16 de mayo de 2022
1 Artículo producto del Trabajo de Grado presentado para optar al título de Psicólogo/a en la Universidad Pontifi-
cia Bolivariana, Seccional Medellín, julio de 2020. El proceso investigativo se inscribió en el marco de la inves-
tigación “Barreras psicosociales para la construcción de la paz y la reconciliación en Colombia”, del Grupo de
Investigación en Psicología: Sujeto, Sociedad y Trabajo (GIP). Correo: maria.valderramalo@upb.edu.co
2 Psicóloga, magíster en Psicología y Salud Mental, doctora en Ciencias Sociales. Docente titular de la Facultad
de Psicología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Integrante del GIP.
3 Psicólogo, magíster y doctor en Cooperación Internacional al Desarrollo. Docente asociado de la Facultad de
Psicología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Integrante del GIP. Correo: juan.villag@upb.edu.co
4 Psicólogos egresados de la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Correos: manuela.
argote@upb.edu.co, juan.castanoe@upb.edu.co, laura.roldanm@upb.edu.co
Resumen
En el presente artículo, nos propusimos
indagar desde un enfoque psicoanalítico la
lógica que subyace a los afectos presentes en
43 entrevistas semiestructuradas y en profun-
didad realizadas en la ciudad de Medellín, en
el marco del proceso de negociación política
del conflicto armado y el acuerdo de paz
entre el gobierno colombiano y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC-EP), específicamente después de que
se llevara a cabo el plebiscito por la paz,
que tuvo lugar el 2 de octubre de 2016.
Esta investigación cualitativa, realizada en el
marco del proyecto “Barreras psicosociales
para la construcción de la paz y la recon-
ciliación en Colombia”, tuvo un enfoque
fenomenológico-hermenéutico desde el cual
se analizaron, según su contenido, las entre-
vistas a partir de la teoría psicoanalítica de
los afectos. Esto permitió diseñar una matriz
a partir de tres categorías principales: sujeto/
subjetividad, Otro/discurso y goce, emer-
giendo once afectos identificados: amor, odio,
ignorancia, indiferencia, esperanza, miedo,
indignación, resentimiento, vergüenza, pudor
y asco. Encontramos que el miedo es el
afecto en el que se enlazan los demás, como
punto de partida para la manipulación de las
personas y operando como una vía efectiva
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para suscitar otros afectos como el odio. Estos
afectos tienen en su núcleo la angustia, susci-
tada por lo que Freud llamó “el desamparo
originario” y que guarda una relación con el
Otro, que puede ser visto como protección
o amenaza, de lo que se deriva la aparición
de afectos que tocan lo real como el asco, la
vergüenza y el pudor, siendo estos dos últimos
necesarios para poder pensar, junto con la
esperanza, el lazo social y los caminos para
la paz.
Abstract
The purpose of the present article was to
inquire, from a psychoanalytic point of view,
the logic that underlies the affects present in
43 semi-structured and in-depth interviews
conducted in the city of Medellín, in the
context of the political negotiation process of
the armed conflict and the peace agreement
between the Colombian government and
the Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC-EP), particularly after the
Plebiscite for Peace of October 2nd, 2016.
This qualitative research, carried out within
the context of the project “Psychosocial
barriers for the construction of peace and
reconciliation in Colombia”, had a phenome-
nological-hermeneutical approach, from where
we analyzed the content of the interviews
based on the psychoanalytic theory of affects.
This allowed the design of a matrix based on
three main categories: subject/subjectivity,
Other/speech and enjoyment, from which
eleven affects emerged: love, hatred, igno-
rance, indifference, hope, fear, indignation,
resentment, shame, modesty and disgust. We
found that fear is the main affect which links
all the other affects, and is a starting point for
the manipulation of people, operating as an
effective way to arouse other affects such as
hatred. These affects have anguish at their
core, stemming from what Freud called “the
original helplessness”, that maintains a rela-
tionship with the Other, who can be seen as a
source of protection or a threat. This resulted
in the appearance of affects that touch reality
such as disgust, shame and modesty; the latter
two considered necessary for one’s ability to
think, as well as in producing hope, social
bonding and the building of paths that lead
to peace.
Introducción
En el presente trabajo se pretende
comprender la lógica que subyace en once
afectos desde una mirada psicoanalítica, estos
son: amor, odio, ignorancia, indiferencia,
esperanza, miedo, indignación, resentimiento,
vergüenza, pudor y asco, que se suscitan y
se ven reflejados en entrevistas realizadas a
personas de la ciudad de Medellín, Colombia,
entre los años 2017 y 2018. Estas entrevisas
dan cuenta de la experiencia subjetiva de los
participantes en relación con la construcción
de paz entre el gobierno de Juan Manuel
Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC-EP). Además, se visibi-
lizan las diferentes visiones que se tuvieron en
el marco del plebiscito por la paz que se llevó
a cabo el 2 de octubre del 2016. Para realizar
esto es necesario hacer un recorrido por los
sucesos acontecidos alrededor de la firma del
acuerdo de paz y las reacciones subyacentes.
Durante todo el siglo XX y hasta el
presente, Colombia ha tenido varios ciclos de
violencia (Calderón, 2016). Destacan la guerra
de los mil días, la violencia de los años 50 y
el actual conflicto armado interno que data de
más de seis décadas desde su surgimiento y
que continúa sin poderse cerrarse (Gutiérrez
Loaiza, 2012). Según el Registro Único de
Víctimas, se han producido 11,777,730
eventos victimizantes en los que se han visto
afectadas 9,237,051 personas de las cuales
8,219,403 fueron desplazadas (RNI, 2022).
Además, se presentaron más de 260,000
personas asesinadas y más de 80,000 desapa-
recidas; de estas cifras, el 19 % fueron actores
armados y el 81 % civiles (CNMH, 2017). Se
calcula que el número de combatientes puede
girar alrededor de 450,000 (Álvarez et al.,
2017).
Esta es la razón por la que algunos
analistas piensan que Colombia ha padecido
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una de las crisis más violentas de América
Latina, generando una guerra interna que
causa dolor y sufrimiento a millones de
víctimas, lo que a su vez ha sido causa y
consecuencia de profundas injusticias y
desigualdades a nivel social, económico y
político. Todo ello ha devenido en un trauma
psicosocial instalado en la sociedad que ha
exacerbado dinámicas de polarización (Martín-
Baró, 1989; Villa et al., 2021), puesto que
se han movilizado afectos y pasiones tanto
para respaldar el proceso de negociación
con las insurgencias armadas, como en su
rechazo. Esto ha generado en la vida coti-
diana rupturas del lazo social, evidenciadas en
confrontaciones verbales, descalificación de la
postura contraria, calificación de enemigo al
que piensa diferente, estigmatizándolo y desle-
gitimando sus puntos de vista (Rico-Revelo et
al., 2021; Villa et al., 2019b; Velásquez et al.,
2020; Aguirre et al., 2021).
En muchos casos, esto conduce a diversas
formas de violencia cotidiana, violencia
cultural y violencia política que, además del
conflicto armado, han marcado la estructura-
ción del Estado, el orden social, las formas de
convivencia, trayendo consigo una fragmen-
tación del tejido social. Así, se ha configurado
un ethos del conflicto (Bar-Tal, 2013), un
marco emocional colectivo de desesperanza
y fatalismo que pareciera condenar al país a
una sin salida de violencia, en la que la posi-
bilidad de construir acuerdos de paz parece
bloqueada (Barrera & Villa, 2018; Díaz-Pérez
et al., 2021; Villa et al., 2021).
Esta última afirmación puede constatarse
en la búsqueda parcial, y con frecuencia
infructuosa, de salidas de orden reformista-pa-
cifista que no han permitido el cierre definitivo
y la consolidación de una paz estable y dura-
dera. Jaramillo Marín et al. (2020) recogen 13
diferentes iniciativas o procesos de paz en las
últimas décadas, algunos exitosos, pero insufi-
cientes: con el M19 (1990), el Ejército Popular
de Liberación (EPL) (1991), el Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT)
(1991), el Movimiento Armado Quintín Lame
(MAQL) (1991) y la Corriente de Renovación
Socialista (CRS) (1994).
Otros operaron más como sometimiento
a la justicia que como un proceso de nego-
ciación política: la del grupo paramilitar
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)
(2003-2006) (López, 2016). Y otros fraca-
saron: los desarrollados por el presidente
Belisario Betancur en los 80; y la negocia-
ción en Tlaxcala y Caracas, con el Ejército
de Liberación Nacional (ELN) y las FARC,
a principios de los 90, entre otros (García
Durán, 2001).
El más reciente intento de salida nego-
ciada fue el proceso de paz entre el gobierno
de Juan Manuel Santos y las FARC-EP, con
su subyacente acuerdo, que fue sometido a
refrendación a través de plebiscito. El 2 de
octubre del 2016 los colombianos tuvieron
en sus manos la posibilidad de decidir sobre
los acuerdos de paz firmados en La Habana
(Cuba) entre el Estado y las FARC por medio
de un Plebiscito Nacional para aprobar o no
su implementación. Los resultados de las vota-
ciones dejaron al país fracturado en dos, pues
mostraba una marcada polarización, el “No
ganó con el 50.23 % (6,424,385 votos) contra
el 49.7 6% (6,363,989) (El Tiempo, 2016).
Durante el desarrollo de la negociación
se vivió un ambiente de tensión, agresiones
verbales y discordia. El país se encontraba
quizás ante una de las encrucijadas más
grandes de su historia. Se movían en toda
la sociedad frases como paz sí, pero no así;
justicia es verdad y reparación, no impunidad;
rechazamos la ideología de género en los
acuerdos, entre muchas otras. Las diferentes
opiniones sobre el plebiscito y la situación
del país permearon cada espacio y rincón:
las cenas familiares, las conversaciones entre
amigos, las clases de colegio y universidades,
los trabajos, las conversaciones políticas. No
había una persona colombiana que no estu-
viera involucrada y tuviese una opinión al
respecto (Velásquez et al., 2020; Avendaño
& Villa, 2021; Ruano & Muñoz, 2018; Silva,
2019).
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La inesperada victoria del “No” en el
plebiscito provocó que el presidente Santos
convocara a los partidos de oposición y se
renegociaran algunos puntos del acuerdo.
Posteriormente, se implementó el acuerdo
y se agudizó la polarización entre quienes
defendían lo alcanzado en la negociación y
los que no. Días después del plebiscito, el jefe
de campaña del “No”, Juan Carlos Vélez,
declaró en una entrevista que el partido
estaba buscando que “la gente saliera a votar
verraca” y explicó que, en la campaña del
plebiscito, los del “Sí” apelaron a la espe-
ranza y los del “No” a la indignación (El
Colombiano, 2016; Basset, 2018; Hernández,
2017). Sin embargo, Pinedo (2020) afirma
que ambas campañas apelaron al miedo
como forma de ganar adeptos. Esta lógica se
mantuvo similar para las elecciones de 2018,
durante todo el gobierno de Iván Duque y
volvió a exacerbarse en el preámbulo de las
elecciones del 2022.
Ahora, el psicoanálisis nos aporta
elementos para comprender los afectos y la
lógica que les subyace, útil para comprender
procesos de polarización sociopolítíca como la
vivida en Colombia durante el plebiscito por
la paz en 2016. Tomando algunos referentes
de la filosofía sobre las pasiones, se plantea
que estas debían ser controladas mediante
la virtud. Por lo tanto, surge la necesidad de
pensar la ley, en una sociedad, como gobierno
de las pasiones. Martin (2014) describe la
propuesta de Aristóteles de la siguiente forma:
En el polo opuesto de los afectos se coloca
la ley que es la que constituye la ciudad. La
ley, que es universal, cumple en la ciudad
la función de la racionalidad; en cambio los
afectos, que son de lo singular, cumplen en la
ciudad la función de la sensibilidad. Tenemos
5 El “Otro” es una noción definida por Jacques Lacan para establecer una diferencia entre el “Otro” con mayús-
cula y el “otro” con minúscula. Esta diferencia tiene que ver con que la alteridad para el sujeto tiene diferentes
registros: el “Otro” con mayúscula se refiere a la cultura, al otro social, al otro simbólico, como fundamento de
la relación del sujeto con su deseo; mientras que el término “otro” con minúscula es utilizado para referirse al
semejante, al compañero, al rival, etcétera. Siempre que en esta investigación se utilice el término “Otro” con
mayúscula vamos a referirnos a la alteridad simbólica que funda al sujeto. Y cuando se hable de “otro” se refiere
al otro concreto en un marco relacional.
un reflejo en la ciudad de la estructura antropo-
lógica de las partes del alma: la parte racional
debe gobernar, las partes impulsivas y apetitivas
deben obedecer (p. 41).
De otro lado, Sigmund Freud (1930/2007)
se muestra contrario a esta intención, puesto
que, desde su perspectiva, existiría una impo-
sibilidad de gobernar las pasiones, dada la
naturaleza pulsional de las personas; en ella,
esa parte irracional e inconsciente domina,
escapa a la tentativa de la ley para dome-
ñarla. De allí que el afecto haya sido conside-
rado por él como la parte energética de esa
pulsión que articula la dimensión corporal
y la psíquica, y se manifiesta en un estado
placentero o displacentero. En su teoría se
encuentra un afecto fundamental: la angustia.
Afirma que es un afecto original que aparece
muy temprano en la vida, cuando comienza
la constitución de la subjetividad, e implica la
presencia del Otro
5
primordial (padre y madre
o quienes hagan su función).
El psicoanalista francés Jacques Lacan
(1963/2007) parte de estos elementos intro-
ducidos por Freud y agrega a su teoría de
la pulsión el lenguaje. Con este indica que
las palabras no solamente provienen de las
personas concretas con las que el sujeto se
relaciona, sino que vienen del Otro. Estas son
fundamentales en la constitución subjetiva
de cada ser humano, tienen efectos sobre su
cuerpo, pues además del placer o displacer
que pueden generar, ellas le sirven al sujeto
para identificarse con el Otro, pero también
para separarse de él.
Los afectos son definidos por Lacan
(1963/2007) como efectos del lenguaje sobre
el cuerpo de un sujeto y también pone el
acento en la angustia, como lo hizo Freud.
Añade, además, que es el afecto de excep-
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ción, que no engaña, porque su aparición es
el signo de que algo del sujeto ha sido tocado
en la estructuración de su constitución subje-
tiva, en el paso del infans al sujeto adulto.
Esta definición de los afectos introduce
una cuestión importante porque indica que
ellos no están presentes en una persona, sino
que son efecto del lenguaje sobre el cuerpo,
lo que indica su carácter de ingobernabilidad
e irracionabilidad, pues la mayoría de las
veces sorprenden a quien los experimenta.
Entonces, con el psicoanálisis es claro que el
lenguaje condiciona los afectos al dar cuenta
de que, para cada sujeto, hay palabras que
tuvieron un efecto especial, palabras con las
cuales se identificó y que Lacan les da el
nombre de “significantes”.
Esta tesis es retomada por la psicoanalista
francesa Colette Soler (2011), quien afirma
que, en Freud y en Lacan, el lenguaje condi-
ciona los afectos, pero considera que este
último da un paso más al agregar un nivel
previo al lenguaje que nos constituye, al
cual nombra “la lalengua”
6
para indicar que,
previo al lenguaje, las palabras que vienen
del Otro primordial, padre y madre o quienes
cumplan su función, dejan marcas, huellas en
el cuerpo que apenas comienza a formarse
a partir de los pedazos rotos del material
sonoro.
Desde esta perspectiva lacaniana, se iden-
tifican dos niveles de afectación del sujeto:
la primera es transmitida por la madre y es
definida como “lalengua” y, luego, el lenguaje
se elabora a partir de este material sonoro. En
estos dos niveles, es clara la participación del
Otro, que porta los significantes y significados
de la cultura, de la sociedad, lo simbólico, y
constituye al sujeto particular, pero también
se vislumbra la dimensión de cada posición
subjetiva. Así, cada uno toma o rechaza estas
palabras que le son transmitidas, las cuales
6 Neologismo que introduce Lacan para referirse al nivel previo del lenguaje. “Lalengua” tiene sincronía con el
laleo y de allí su relación con la lengua materna. Esta participa en la constitución del lenguaje, pero no sirve
para la comunicación. Lacan afirma que es singular porque es la madre quien la porta y la transmite al bebé a
través de inflexiones, tonos, sonidos y afectos que dejan las primeras marcas en el cuerpo.
conformarán su inconsciente y, en cierta
parte, sus afectos.
El psicoanalista Luis Izcovich (2011) se
refiere al lenguaje como la forma en que se
vehiculiza el discurso por parte del Otro. Lo
define así:
El lenguaje que afecta tiene una incidencia
en las modalidades de los afectos. Se percibe
por ejemplo cómo ciertas culturas tienen un
carácter más afable, otras más melancólico,
otras más aburrido. ¿De qué depende ello?
Depende de un efecto del lenguaje que se
traduce en un estilo afectivo. Se trata de algo
así como de la transmisión de los afectos a
través del discurso del Otro. En cambio, cuando
se dice que la “lalengua” afecta y determina los
afectos, de lo que se habla es de la incidencia
en el estilo personal, único, de la relación que
cada uno tiene con los afectos (p. 33).
Esta definición tiene en cuenta estos dos
niveles de afectación: nos permite comprender
que hay afectos que pueden ser nombrados a
partir del discurso, es decir, del lenguaje que
proviene del Otro. Allí entran las palabras que
portan las características culturales, sociales
y simbólicas de un marco colectivo (nación,
etnia, tribu, cultura), usadas para referirse a
diversas situaciones en las que se esperan
ciertas expresiones afectivas. Por ello, el afecto
declarado es no solamente una reacción
personal ante la situación, sino manifestación
de un marco sociocultural que porta todo
el registro simbólico de una sociedad. Sin
embargo, en el afecto siempre estará presente
la singularidad, lo que implica reconocer su
carácter de imprevisibilidad, por lo que hay
afectos o una parte de ellos que no logra ser
organizada por el discurso y deben analizarse
en cada persona particular.
En esta investigación fueron abordados los
afectos que evidenciamos en el análisis de las
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entrevistas realizadas. A continuación, presen-
taremos una breve definición de cada uno de
ellos: la angustia está asociada a manifesta-
ciones corporales como sudoración excesiva,
nudo en la garganta, náuseas y palpitaciones.
Puede confundirse con la ansiedad, pero se
trata de algo más primario y primordial, más
profundo, intenso y fundante, porque, a dife-
rencia de otros afectos, la angustia permanece
anclada a lo real, que no es discursivo, sino
el hecho como tal (la muerte, el hambre, la
guerra, la pobreza, la violencia). La angustia
no engaña porque indica que hay algo de
la supervivencia del sujeto en juego. Sin
embargo, como todo afecto, está condicio-
nada en cierta medida por el discurso social
(Lacan, 1963/2007).
Cuando la angustia está mediada por el
disurso social, se establece el miedo. De los
tres tipos de angustia que propuso Freud
(1926/1975), una hace referencia al miedo,
angustia real que se manifiesta en la corre-
lación del yo y el mundo exterior y aparece
como una advertencia para el sujeto. Soler
(2015) propone en su libro Advenimientos
de lo real: de la angustia al síntoma tres tipos
de miedo: un tipo es el miedo de sí, aquel
miedo de lo irreprimible, de lo imposible
de contener, es el miedo a lo más íntimo
que en consecuencia nos divide y proviene
del cuerpo: las excitaciones, los deseos, las
pulsiones, los síntomas. Otro tipo es el miedo
al Otro cuando este representa un peligro, una
amenaza. Un tercer miedo se refiere al miedo
que inspira el Otro, es decir, de aquel que
habla y cuyo deseo se pregunta, el Otro como
lo exterior e interior del sujeto. Un aspecto del
miedo es que este es un afecto que aparece
cuando el sujeto debe enfrentarse a un peligro
real, de ahí su relación con el desvalimiento,
condición de estructura de todos los sujetos
que remite a la angustia.
De lo anterior se puede comprender la
relación del miedo con la esperanza. Nos
7 Término que introduce Lacan para referirse al sujeto dividido, aquel que, siendo representado por una palabra
que le viene del Otro, nunca alcanzará una representación definitiva de sí mismo. Esta “falta en ser” le indica
al sujeto un vacío, una incapacidad de ser totalidad, puesto que se descubre carente, siempre en el anhelo de
algo. Así permite que se constituya como un ser deseante, capaz de albergar pasiones.
servimos del filósofo Baruch Spinoza (2007),
que se refiere a ella como contraposición del
miedo, una “alegría inconstante que brota
de la idea de una cosa futura o pretérita, de
cuya efectividad dudamos de algún modo” y
el miedo como “una tristeza inconstante, que
brota de la idea de una cosa futura o pretérita,
de cuya efectividad dudamos de algún modo
(p. 104). De acuerdo con esto, no hay la una
sin la otra, es decir, la esperanza alberga al
miedo; quien tiene esperanza y duda de la
realización de aquello que se quiere también
siente miedo de que no suceda. Y de igual
modo, quien tiene miedo, esto es, quien
duda de la realización de las cosas que odia
imagina también algo que excluye la exis-
tencia de esa cosa y, por tanto, se alegra, es
decir, tiene la esperanza de que esa cosa no
suceda.
En el texto que se titula Televisión, Lacan
(1974/1993) nombra tres pasiones del ser:
el amor, la ignorancia y el odio, que son de
vital importancia para la teoría de los afectos
puesto que, de ellas, se desprenden otros
como la indiferencia, el miedo, la esperanza,
entre otros. Estas pasiones del ser surgen de
lo que el mismo Lacan nombra “falta en ser”
7
,
que está en la base de la constitución subje-
tiva y que indica que el sujeto se funda como
tal por la vía del Otro. No hay sujeto sin otros,
sin Otro, sin lenguaje, sin discurso. La “falta
en ser” manifestada como necesidad de otras
personas y del Otro está condicionada por
el estado de indefensión en la que nacemos,
pues nuestra supervivencia depende de sus
cuidados; no obstante, Freud dirá que esta
relación de necesidad nos caracteriza a todos
los seres humanos.
Partimos, entonces, de esta relación de
necesidad para definir el amor. Para Lacan
(1953/1981), se trata de un afecto apasionado
y mentiroso porque busca velar esa “falta” del
otro que recuerda la propia. Esto significa que
el amor es un “don” en el que el sujeto “da
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lo que no tiene”, es decir, su “falta en ser”,
pero al mismo tiempo engaña, porque hace
una demanda: “amar es querer ser amado”.
Es decir, busca la completud de su ser, busca
llenar su “falta” en la “falta” del otro. Dado
que esta “falta” no es posible obturarla
completamente, la posible pérdida del otro,
del cuidado del otro, la pérdida de este amor,
se configura como miedo, temor primordial al
desvalimiento que activa la angustia, por lo
cual en estos casos se anhela profundamente
la protección, la necesidad de seguridad.
La ignorancia, para Lacan, es una pasión
del ser que está ligada al saber. En su teoría
de los afectos, la divide en dos. La primera,
la “ignorancia crasa”, la cual consiste en “no
querer saber nada”, el horror a saber del
inconsciente, de las pulsiones, de aquello
ingobernable para el sujeto, en últimas, de
sí mismo, de la propia subjetividad. Por otro
lado, se encuentra la “docta ignorancia”,
aquella de quien sabe mucho y que, de todo
su saber, delimita aquello que no puede saber,
es decir, la falta: lo que implica que no sabe
nada de sí ni del Otro, en una doble ceguera
porque no puede ver que no ve.
Sobre el odio, afirma Lacan que es un
afecto fundamental que está marginado de
lo simbólico y apunta directo al ser del otro.
Según Izcovich (2018), el odio está dirigido
a aniquilar la esencia del otro, contra la
manifestación de su deseo. Pero cuando el
sujeto aniquila el deseo del otro, termina por
aniquilar su deseo propio; por ello, el odio es
el afecto que logra tocar lo que constituye la
esencia del otro apuntando a su eliminación
o su exterminio.
Abordemos ahora el resentimiento.
Kancyper (2001) define el resentimiento como
un afecto que nace a raíz de un recuerdo en el
que se cometió una injuria particular al sujeto.
Es el resultado de múltiples humillaciones ante
las cuales se posee una esperanza para realizar
actos de venganza, los cuales se caracterizan
por ser acciones compulsivas y repetitivas,
que a su vez son alimentadas por la fantasía,
creando un mundo imaginario siniestro.
Asimismo, es una expresión del duelo que
no logra completarse y el sujeto se siente
abrumado por los recuerdos del pasado. Por
otro lado, la indignación es entendida como
el afecto que se presenta cuando la dignidad
misma del sujeto se ve afectada y asimismo
su singularidad es cuestionada, desconocida o
rechazada. Esto no conlleva a que la pesona
sea violenta u odie, pero la indignación sí
puede surgir ante la ignorancia, puesto que
cuando se ignora al otro, de una forma u otra,
se transgrede su ser, y esto es indignante.
Precisamente esto último se relaciona
con la indiferencia. Freud (1916/1975) nos
brinda un punto indispensable en “Pulsiones
y destinos de pulsión”, cuando plantea que
el amor y el odio se contraponen al estado
de indiferencia. Por lo tanto, es el afecto que
se queda al margen ante el acto o frente a la
elección. Esta se diferencia de la petrificación,
el horror, la inhibición, el impedimento o
la turbación; es precisamente por esto que
Lacan lo asimila con la apatía. Igualmente,
según Muñoz (2014), es importante resaltar
que la indiferencia cobra un sentido diferente
en la víctima, el victimario y el testigo. En
consecuencia, en la víctima se asocia con las
situaciones en que los sujetos no muestran
sufrimiento alguno. En el victimario la indife-
rencia opera como ausencia de odio, culpa y
compasión, está llena de crueldad y sevicia.
Y, en el testigo, podría darse o bien por una
relación de complicidad velada o abierta con
el victimario a quien termina por encubrir, o
bien por su incapacidad, impotencia o apatía
para resistir al horror, silenciándolo, igno-
rándolo. De allí que también la indiferencia
puede ser indignante.
Finalmente, la vergüenza es una función
social que hace parte de los diques morales
que se originan a partir del establecimiento
de normas en la crianza (Luterau & Boxaca,
s. f). En consonancia, Aristóteles se refiere a la
vergüenza como una afección pasajera en la
que se teme a la deshonra y solo se presenta
en la juventud (Azcárate, 1873/2005). En
ese orden de ideas, es importante el juicio
de quienes nos admiran, de aquellos otros a
quienes admiramos y por los que queremos
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ser admirados; en este sentido, la vergüenza
se presenta cuando algo del ser rompe la
unidad del yo ideal frente al ideal del yo.
Del pudor, afirma Selz (2018) que “es un
malestar sincero o fingido, provocado por
cosas que se ven y no deberían verse o que
uno muestra contra su voluntad” (p. 12). El
pudor plantea el asunto de la mirada sobre la
desnudez y su alcance se extiende a las prác-
ticas sociales, afectando de manera simbólica
las relaciones entre los seres humanos. Se
plantea entonces la cuestión de las buenas
o malas costumbres, la educación y la
hipocresía.
A pesar de que ambos términos, vergüenza
y pudor, son caras de la misma moneda, los
mismos aplican en situaciones diferentes.
Es decir, mientras que la vergüenza puede
observarse en una realidad trivial, el pudor
es un afecto más cercano a la intimidad.
Por último, en “Tres ensayos para una teoría
sexual”, Freud define el asco como “un ataque
al pudor, un supuesto goce en el otro que no
puede reconocerse como propio” (Luterau,
2012).
Metodología
El enfoque de esta investigación se basa
en el método fenomenológico-hermenéu-
tico. Sandoval (2002) define que se realiza
la identificación del fenómeno por medio de
una conversación entre el participante y el
investigador, juntos describen el fenómeno
estudiado. Este método remite a un análisis
cualitativo el cual implica el estudio de los
sujetos a partir de su discurso y su actuar en
un escenario social y cultural, dando prioridad
a lo subjetivo y singular de cada sujeto para
la producción de conocimiento científico. Es
fenomenológico-hermenéutico porque se va
a la experiencia subjetiva sobre la problemá-
tica abordada, se da un conocimiento sobre
dicha experiencia por medio del análisis de
las entrevistas semiestructuradas. Este tipo de
investigación es coherente con una mirada
psicoanalítica, puesto que permite hacer un
análisis de la particularidad y singularidad que
cada sujeto vive en torno a la problemática
abordada.
Esta investigación se realizó en el marco
del proyecto “Barreras psicosociales para la
construcción de la paz y la reconciliación en
Colombia”, en el cual se realizaron 43 entre-
vistas a habitantes de la ciudad de Medellín,
Colombia. Se realizó un muestreo tipológico
intencional, en el que se escogieron los
participantes por medio de bola de nieve; se
tuvieron en cuenta como criterios de exclusión
e inclusión que los participantes fueran ciuda-
danos del común, es decir, personas adultas
de cualquier edad y estrato social (profesio-
nales, amas de casa, obreros, estudiantes,
taxistas, etc.), y que no fueran víctimas orga-
nizadas del conflicto armado, no tuvieran
una afiliación política, no pertenecieran a
movimientos sociales y no fueran académicos
expertos en el fenómeno.
La recolección de datos implementada fue
la entrevista cualitativa semiestructurada. Se
realizó un análisis de contenido que posibilitó
la emergencia de temas y conceptos dentro de
los datos recolectados, a través de un procedi-
miento guiado por categorías preestablecidas,
que permitieron organizar la información
en matrices de coherencia e intertextuales.
Este proceso posibilitó un análisis deductivo,
a partir de las categorías previas (sujeto,
discurso y goce), que se cruzó con las cate-
gorías emergentes (los once afectos definidos
en la introducción), para luego avanzar desde
una codificación teórica de primer nivel, de
carácter descriptivo, hacia una codificación
teórica de segundo nivel, de carácter inter-
pretativo. Todo este análisis hermenéutico
condujo a los resultados de la investigación
(Flick, 2004; Gibbs, 2012).
Resultados
A continuación se presentan los resultados
de los afectos analizados en las entrevistas
realizadas en el marco del proceso de nego-
ciación política entre el gobierno y las FARC.
Como se pudo desarrollar en el marco teórico,
el afecto es un efecto del lenguaje que toca al
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cuerpo y produce unos efectos que son subje-
tivos, singulares, pero también se encuentran
otros que están en relación con el discurso.
Amor
En el análisis realizado sobre el afecto
del amor, se evidencia una estrecha relación
de este con el discurso del Otro, es decir, es
notable la identificación de la mayoría de los
participantes hacia las Fuerzas Armadas de
Colombia (FFMM), en tanto que la identifican
como una institución protectora y digna de
admiración: “Siento como esa emoción tan
grande de verlos desde que empiezan un
proceso, desde que entran a la escuela militar,
se forman, cómo luchan, cómo defienden sus
instituciones, todo” (E5).
Asimismo, en este afecto se ve reflejada
la legitimidad de esta insitución debido a
que los participantes reconocen con orgullo
sus acciones, llegando incluso en múltiples
ocasiones a justificar las múltiples violaciones
de derechos humanos cometidas, que eviden-
cian esa condición apasionada y mentirosa a
la que hacía referencia Lacan. Al obturarse,
esa referencia al Otro que manifiesta su falta,
en la medida en que su representación es
constituida desde esa sensación de desvali-
miento que invoca protección y seguridad
que, si se garantiza, termina por desconcer
esa falta, los participantes terminan igno-
rando las acciones violatorias de las FFMM.
La siguiente conversación da cuenta de este
proceso de amor en el que se configura esa
ceguera hacia el Otro:
E- Y hay otras cifras que también son oficiales
por ejemplo, ¿conoces los falsos positivos?
P- Claro que sí, imagínese usted… en los falsos
positivos, sí, sí, horrible me parece […] lo que
uno oye decir es que el ejército de pronto mata
gente pensado o haciendo que es un guerri-
llero, no sé por qué harán eso.
E- ¿Entonces eso no cambia lo que sientes
por ellos? [Después de haber expresado
una profunda admiración hacia las fuerzas
militares].
P- No, no cambia. Que me parezca doloroso,
sí. Pero no cambia mi visión. Por ejemplo,
en los sacerdotes, yo quiero a los sacerdotes,
pido por ellos, le pido a Dios que perseveren
hasta el fin, rezo por ellos todos los días, pero
uno sabe que hay sacerdotes que no hacen
las cosas bien hechas. Pero no por eso dejo
de creer en los sacerdotes, creo en ellos, rezo
por ellos […] somos humanos y fallamos,
desafortunadamente, muchas veces para mal.
Entonces, aun con los falsos positivos, sigo
creyendo en el ejército, así con los sacerdotes,
aunque me presenten mil sacerdotes malos, que
fueron corruptos y que violaron y que todo, yo
sigo defendiendo sacerdotes buenos, mi fe y
en quien creo es en Dios. [En relación con los
militares] Hay que creer que los forman en una
escuela para el bien, para que hagan las cosas
bien hechas, que nos van a defender, ¿sí me
entiende? (E34).
Odio
En la mayor parte de las entrevistas anali-
zadas, se logra evidenciar que el odio va
dirigido específicamente a grupos al margen
de la ley, que en este caso son las FARC y las
AUC (Autodefensas Unidas de Colombia),
siendo más considerable y notorio hacia las
FARC. Los y las participantes que estaban en
desacuerdo con el proceso de negociación
política del conflicto expresan con mayor
fuerza este odio hacia las FARC, siendo este
afecto uno de los principales movilizadores de
su oposición al proceso de paz:
E- Cuando te nombran las FARC, ¿qué se te
viene a la mente?
P- Que son personas malas, que NO deberían
de existir... ¡NO! Que no les debieron haber
dado esa oportunidad que les dieron.
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E- Para ti, ¿ellos qué merecían?
P- La muerte (E21).
Asimismo, se ve una clara relación de este
afecto como respuesta a los actos de violencia
atribuidos a las FARC; así, los participantes
expresan una necesidad de políticas rígidas,
“órdenes de hierro”, en donde los castigos
para los crímenes sean más severos; más que
justicia punitiva, venganza. En este sentido,
el odio como afecto se caracteriza por la
necesidad de ir al núcleo del ser del otro,
relacionándose con el resentimiento, por lo
que se manifiesta en una especie de sed de
venganza y eliminación, básicamente, de
este grupo al margen de la ley, tal como se
evidencia en al siguiente conversación:
E- Entonces, ¿qué habría que hacer con ellos
[FARC]?
P- Volverlos a meter a la cárcel […] Dejarlos
ahí. No soy tan mala como para decir que los
maten.
E- No eres tan mala como para decir que los
maten…
P- Emm, no. Me parece que es peor estar ence-
rrados en una cárcel toda su vida acordándose
de todo lo malo que han hecho.
E- O sea, ¿para ti es más fuerte la cárcel que
la muerte ?
P- Sí […] A mí me parece que el ambiente de
una cárcel, coartar la dignidad en tal sentido
que usted ni siquiera pueda ir al baño cuando
quiera, yo creo que eso es más que suficiente.
E- ¿Eso es más que suficiente? ¿Coartarles la
dignidad?
P- No, es que eso es lo que hace una cárcel,
porque en el momento que a usted le quitan su
libertad y usted no puede ir al baño a la hora
que usted quiera…
E- Lejos, aislados y sin dignidad.
P- No, yo no es que los quiera dejar sin
dignidad, pero la cárcel eso es lo que trae,
lamentablemente.
E- Por eso.
P- Sííí […] pero es que es porque quiero que
estén alejados de la sociedad, porque hacen
daño, pero tampoco soy tan mala como para
decir que qué bueno que los maten, pero
tampoco soy tan buena persona como para
decir que qué rico que vivan muy bueno, ¿me
entiendes? (E42).
Resentimiento
En relación con lo anterior y con la cate-
goría de subjetividad, el resentimiento se
refleja, por tanto, en la hostilidad y el deseo
de castigo principalmente hacia las FARC,
pero también hacia los paramilitares. En las
entrevisas se evidenció aquello que es carac-
terístico del resentimiento: la compulsividad
y la repetición de una esperanza dirigida a la
realización de actos vengativos.
E- ¿Cuál de ellos merece perdón?
P- Ninguno, para mí no. De hecho, uno tiene
que perdonar, pero no; ellos han hecho mucho
daño a la sociedad, lo mismo que los grupos
que se forman en los barrios le han hecho
mucho daño a la sociedad. Sí uno tiene que
perdonar, pero a uno le quedan sus recuerdos,
sus cosas, y que uno vaya a perdonar así tan
fácil, no eso es muy difícil (E21).
En algunos casos en particular, al presen-
tarse el resentimiento hacia las FARC, como
se vio en relación con el odio, se expresa
el deseo de castigos más severos; pero, en
otros casos, algunos entrevistados tienden
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a justificar las acciones cometidas por los
paramilitares, como una respuesta efectiva
para contrarrestar las acciones de las FARC y
anclar allí su sentir rencoroso hacia este grupo
insurgente:
E- Cuando hablamos de esos paramili-
tares, ¿qué sensación o qué sientes por los
paramilitares?
P- Nada… Pues no, ningún sentimiento así
como específico.
E- ¿Por qué crees que hay un sentimiento
distinto hacia las FARC?
P- Porque, con lo que ocurrió, obviamente,
el sentimiento sí va a cambiar porque antes
de… como que con esa gente nada de nada,
pero entonces después de…, obviamente, uno
sí les coge rabia o algún sentimiento pero no,
no fue así como mucho tiempo y me puse mal
por eso, no. Fue en el momento en que me di
cuenta de eso, entonces es lo que yo te digo,
desde que no se metan con uno, todo esta
como bien, hasta ahí. O sea, sí es mal por las
familias que han sufrido por eso y todo, pero,
o sea, como realmente no se han metido con
uno, entonces el sentimiento no es como: “Ay,
no, los amo o los odio, qué rencor tan grande,
¿no?”. Entonces, digamos, por eso, con las
FARC, en algún momento, hicieron un daño
[…] que nos afectaba y todo eso; en cambio
los otros no, entonces es como por eso (E33).
Ahora bien, desde el discurso del Otro,
este afecto también se vincula con un senti-
miento de injusticia debido a la corrupción
que se ha presentado en el país a lo largo
de su historia y que ha provocado que los
participantes cataloguen a las instituciones
gubernamentales como instituciones indignas,
vinculándose con el afecto de la indignación.
Indignación
Este afecto se moviliza a partir de la incon-
formidad frente a aquellos ideales que se
tienen, al ser transgredidos y violados, lo que
genera una gran decepción en relación con
aquel ente del cual se esperarían acciones de
protección y garantía de derechos. Es decir, se
moviliza de forma muy fuerte frente al Estado
y frente al actuar de las instituciones guberna-
mentales. Es de notar que la mayoría de los
participantes dirigen este afecto hacia todos
los actores armados; no obstante, responsabi-
lizan en un mayor grado al gobierno, ya que
este es del que más se poseen expectativas:
¿Quiénes son responsables? No, pues es la
misma corrupción que hay entre los mismos
políticos, es que si no se perdiera tanto dinero,
porque es que aquí entra mucho dinero para
salud, es que solamente los pensionados
damos, pero cantidad de plata, los malos
manejos, los malos manejos y eso, ¿qué va
produciendo? Una violencia, la gente con
hambre, sin tener donde vivir, con estos
impuestos tan pesados; yo pienso que el
gobierno tiene mucha culpa ahí, y sí, la corrup-
ción que hay, a veces el gobierno nombra su
gente, pero hay mucha corrupción dentro de
esos gabinetes, a mí me da la impresión. (E35)
La indignación fue el afecto más repeti-
tivo y evidente en los entrevistados, el cual
está cargado de manera importante de una
queja ante las injusticias, como se enunció:
la corrupción, la violencia y el engaño. Pero
también ante la negociación política con la
insurgencia armada y los acuerdos firmados
en La Habana, que en últimas fue el afecto
que movilizó a muchos de los participantes a
votar “No” en el plebiscito:
Me indignan muchísimo [refiriéndose a los
acuerdos de paz], porque no me parece justo
que la población tenga que sufrir para defender
unos intereses particulares y me indigna mucho
más el hecho de que estas personas quieran
considerarse elementos políticos dentro de la
sociedad, realmente no es algo que valide […]
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pienso que me la moviliza el cinismo con que
hacen sus cosas… y hasta que no se logre una
real desmovilización de ese grupo, no creo que
vaya a pasar este sentimiento de indignación
(E18).
Indiferencia
En la mayoría de las entrevistas, la indife-
rencia se dirige hacia el conflicto armado en
general y no hacia un actor armado en espe-
cífico. Los participantes se quedan al margen
de los hechos que se generan en torno al
contexto de guerra, llegando incluso a sentirse
culpables por ser apáticos al horror vivido.
Muchos de los participantes no desconocen el
conflicto y sus consecuencias; sin embargo, se
muestran indiferentes a los afectos que estos
pueden originar manifestando la negación
como una defensa ante el horror. Además,
al no ser víctimas directas, este afecto tiende
a ser mucho más evidente y considerable, y
es tal su magnitud que las personas tienden a
naturalizar los actos de barbarie, mostrándose
desinteresados e incluso insensibles.
¿Cómo hacer para que pueda sentir algo por
lo que sucede? Yo bloqueo todo eso para no
sentirme mal, entonces, al fin y al cabo, sí tengo
memoria, porque sé todo ese conflicto, qué ha
pasado, todas esas historias, pero no las estoy
llorando todos los días (E18). ¿Qué sentimiento
la lleva a no querer saber nada? No, ninguno.
La falta de interés. Ese será el sentimiento.
Pues, no me interesa. A mí el tema como que
no, y no debería ser así, porque igual yo hago
parte de este pueblo (E28).
Pareciera configurarse una naturalización
de la violencia y la aceptación táctica y explí-
cita de la militarización de la vida cotidiana,
tal como describió Martín-Baró (1989) refirién-
dose al trauma psicosocial. De esta manera,
estos participantes parecieran generar confor-
midad, pasividad e impotencia tanto para
comprender el conflicto armado, como para
actuar, en tanto sujetos y ciudadanos, hacia su
finalización o transformación, que se liga a lo
que Lacan denominó “la ignorancia crasa”, es
decir, una pasión por “no querer saber nada”.
Ignorancia
De manera similar a la indiferencia, este
afecto se ve en los entrevistados al indagar
sobre el conflicto armado y sus actores, en
muchas ocasiones se evidencia la ausencia
de deseo de poseer conocimiento sobre el
conflicto. Por otro lado, reconocen que su
desconocimiento se debe a los medios de
comunicación colombianos, pues estos suelen
contar solo una versión de la historia del
conflicto:
Siendo sincera, para mí ha sido mucho más
público las FARC que los paramilitares, cierto;
entonces, he conocido más las acciones de
las FARC que de los paramilitares y he tenido
la oportunidad como de leer un poquito más
acerca de las FARC que de los paramilitares;
entonces, a pesar de que sé que ellos han
hecho muchísimo daño también, los parami-
litares, tengo más como el conflicto armado
por culpa de las FARC, pero sí tengo como
ese rechazo a conocer más de los paramilitares
(E37).
El psicoanálisis nos permite comprender
que, como bien lo afirma Lacan, la ignorancia
es una pasión que no se refiere al conoci-
miento, sino al saber sobre el propio goce, es
decir, saber sobre la propia pulsión de muerte.
Al referirse a ella como una pasión, Lacan nos
está indicando que el sujeto se apasiona por
no querer vérselas con el horror, sobre todo
con aquel que proviene del propio sujeto. Esto
se produce cuando se establece inconscien-
temente una relación de complicidad velada
o abierta con el victimario a quien encubre,
defiende o justifica (como se vio en el amor
hacia las violaciones de derechos humanos de
las FFMM), o ante quien manifiesta apatía y
silencio, ignorándolo (como ha sucedido frente
a los paramilitares).
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Miedo
Este afecto se presenta en varios parti-
cipantes debido a que el Otro es percibido
como amenazante, además por sus acciones,
que generan desconfianza e inseguridad en
los sujetos. Es de recalcar que este afecto está
referido a todos los grupos armados, inclu-
yendo a las FFMM, y de igual forma atraviesa
la subjetividad de los participantes en forma
de angustia y terror.
E- ¿Con cuál de estos actores podrías vivir al
lado de tu casa?
P- Con ninguno, no me sentiría segura ni tran-
quila. Sentiría mucho miedo; de hecho, ellos
para los barrios no se van a venir, ellos están
en los municipios” (E21).
El abordaje psicoanalítico del miedo
permite comprender su relación con la
angustia, afecto que acompaña la estruc-
turación del sujeto y, por ende, de lo que
se conoce como la subjetividad. En ella,
está siempre implicado el Otro, sea por una
presencia amenazante o por su ausencia que
deja al sujeto en la condición de desamparo
originario. Si bien el discurso toca algo de
este afecto, a modo de coyuntura, siempre
que la angustia se presenta, como lo hemos
dicho ya, es porque la condición de sujeto
ha sido tocada. De ahí su relación con el
miedo, que es un afecto que indica que algo
de la angustia se ha transformado. Es decir,
que, ante un peligro real para el sujeto, este
hace uso de los significantes que encuentra
en su discurso y elige uno que transforme la
angustia, que no se puede nombrar, en un
miedo que es posible ubicar bajo la figura del
actor armado,
Yo creo que terror. A mí, al menos, me da
mucho miedo encontrarme con un paraco o
con un guerrillo o con los mismos del ejército;
entonces, imagínate, uno no sabe qué es peor
(E6). Miedo, a mí me da mucho miedo así se
reinserten, me parecen horribles, me parece
que son falsos […] me parece que hay mucha
falsedad y es que eso se está dando hasta en
los mismos políticos, la falsedad está existiendo
de una manera que… solamente por buscar
poder y dinero, poder a nivel político y su
dinero (E35).
Esto hace del miedo un afecto muy ligado
al discurso, porque es un afecto que siempre
ha servido para manipular e instrumentalizar
a las masas. En relación con el plebiscito, la
mayoría de los participantes afirmó que desde
ambas campañas se les intentó movilizar
a través del miedo, lo que coincide con el
análisis de Pinedo (2020): miedo a la guerra,
al caos, a la inestabilidad del país, al reinser-
tado, a la impunidad, etc. Este uso mediático
y político del miedo alteró las posibilidades de
una mirada analítica que permitiera decisiones
reflexivas alrededor de los acuerdos de paz.
Esperanza
Este afecto implicado directamente con la
subjetividad se relaciona con la certeza de que
vendrá un cambio a futuro, es una promesa,
una expectativa de transformación por parte
de todos los actores armados, incluyendo al
gobierno como núcleo central y mediador
para el cese de dichas pugnas. Sin embargo,
esta esperanza quizás sea un poco atrevida,
puesto que se puede ser indiferente e ignorar
el conflicto, pero al mismo tiempo albergar
expectativas de paz, aun no siendo partícipes
de las acciones que conducirían a un final del
conflicto armado:
Que se cumplan lo que se pactó, pues, por
ejemplo, que está viendo uno que los guerri-
lleros están llegando a los territorios en que se
conformaron […] y están viendo que no está
todavía, y el gobierno no, que todavía falta,
pues lo que uno ve es que no están los recursos
necesarios para que se logre eso, y como todo
acá en el gobierno, me imagino, dice uno,
mientras que hacen los contratos, aquel que
se quiere robar o la corrupción que se quiere
robar la parte, ahí está toda la maquinaria que
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está trabajando para poderse ver qué se sacan
y espero que se logre, [tengo la] esperanza de
que se lleve a cabo todo lo que se prometió
(E8).
La esperanza, entendida como una
promesa, como una ilusión que, junto al
miedo, son los afectos que empujan a las
masas a moverse a estar entre el riesgo de un
mal por venir o la promesa de un buen futuro.
Pudor y vergüenza
Estos afectos no fueron protagonistas explí-
citos dentro de las entrevistas. No obstante,
estos afectos se hallaban entre líneas en el
discurso de los entrevistados. Encontramos
que en el hecho de que estos quisieran
ser políticamente correctos o simplemente
simpatizar con los supuestos ideales del Otro,
encubrían su sentir real, callando en muchos
casos e incluso retractándose cuando este salía
a la luz. En el primer caso siendo pudorosos
al callar sobre ciertos pensamientos que consi-
deran íntimos, y, en el segundo caso, refirién-
dose a la vergüenza suscitada al expresar un
sentir que puede ser no socialmente aceptado.
[Vergüenza]: “¿Con qué actor armado vivi-
rías como vecino?” (gestos de sorpresa; la
entrevistada abre los ojos, respira profundo.)
No, mi amor, es mejor callar que locamente
hablar… [Luego, comienza a expresar su odio
por las FARC y expresa que lo que ha dicho
no debería decirse con la grabadora prendida]
(E5).
[Pudor]: “¿Qué te provocan los paramilitares?”.
No sé qué me provocan (labios contraídos)
(E9).
Si bien los resultados de la investigación
indican algo de estos dos afectos que los une,
es importante decir que el psicoanálisis los
diferencia para mostrar el fundamento de esta
proximidad. Entonces, una primera diferencia
que introducimos entre estos afectos es que
el pudor responde más a una experiencia
singular y la vergüenza está más ligada a la
presencia de la mirada de un Otro que implica
algo de la intimidad que queda expuesta, es
decir, que aparece la posibilidad de mostrarse,
de exhibirse, pero también implica la posibi-
lidad de mirar.
La vergüenza, entonces, aparece cuando
algo del límite con el Otro ha sido traspasado,
destacando que este afecto aparece no solo
porque la mirada del Otro está implicada,
sino porque es una mirada que capta al sujeto
como objeto, por ser una mirada capaz de
juzgar. Por su parte, el pudor ha sido pensado
por Freud y Lacan como un afecto consti-
tutivo que protege la intimidad; por esto, es
un afecto que antecede a la aparición de la
vergüenza porque indica que, en un punto,
algo de la intimidad del sujeto ha quedado
expuesta. Esto indica que estos dos afectos
pueden pensarse como afectos éticos, pero
esto implica su abordaje desde lo real que
ellos tocan.
Asco
Igualmente, el asco estuvo presente en
el discurso de unos cuantos entrevistados,
en muchos casos, presentándose como un
fuerte desagrado dirigido hacia las FARC y los
paramilitares, catalogándolos muchas veces
de monstruos, deshumanizándolos, pues ven
un goce en el Otro que no pueden reconocer
como propio.
Gas, eso no es de personas... De gente mala,
es gente con… sin pudor, sin respeto a la vida,
no son agradables (E9). ¿Quiénes son los
paramilitares? No sé, como que pienso que no
son humanos. No sé por qué se me viene eso,
como que no son humanos (E20).
De este afecto, es preciso decir que
también guarda una relación cercana con el
pudor por ser un afecto que Freud introduce,
junto con la moralidad y la repugnancia, para
referirse a las barreras que sirven como resis-
tencia a la pulsión. Su aparición daría cuenta
de una intimidad que comienza a formarse
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luego de la aparición del asco y la repug-
nancia, lo cual tiene efectos en la relación del
niño con el Otro y con sus semejantes al irse
constituyendo la moralidad. Es decir que el
asco podría explicarse como un afecto que
surge una vez el pudor ha sido franqueado.
Discusión
En las entrevistas analizadas, se evidencia
el impacto del lenguaje sobre los sujetos, lo
cual es acorde con la definición de los afectos
de la cual partimos. Esto se ve reflejado en
que cada uno de los participantes da cuenta
de cómo los afectos en su doble vertiente,
la discursiva y la subjetiva, tienen efectos
sobre su subjetividad al manifestarse en sus
pensamientos, gestos y discurso. Es impor-
tante aclarar que, desde esta perspectiva, no
podemos afirmar que los afectos analizados
en las entrevistas se encuentran todos ellos de
antemano en los participantes. Precisamente
por ello, el análisis de las entrevistas no da
cuenta de una selección o estructura preesta-
blecida, lo que permite así la emergencia de
la singularidad para la construcción de esta
investigación. Con esto queremos decir que
los afectos son consecuencia, por un lado, de
lo más singular de un sujeto y, por el otro, del
discurso que toca a ese sujeto, sin que estén
aparte.
Por esto, a pesar de que la teoría permite
reconocer y caracterizar los afectos, las formas
en las que emergen son tan diversas que se
debe ser minucioso a la hora de analizarlos,
ya que los límites entre uno y otro pueden
llegar a ser difusos e incluso relacionarse entre
sí, tal como se hizo en los resultados. Podría
decirse, por tanto, que son subjetivos, no en
tanto sean individuales, sino en la medida en
que el discurso los articula y los reproduce
en la subjetividad, de tal manera que se
convierten en vehículo para la manipulación,
el direccionamiento de las sociedades por
parte de actores de poder.
En esta investigación encontramos que
el miedo es ese afecto en el que se enlazan
los demás por su estrecha relación con la
angustia que surge de la constitución de la
subjetividad, que implica una relación de
dependencia al Otro. Esta relación hace del
sujeto un ser que no está representado por
completo y, por esto, cuando se pierden las
coordenadas que le dan una seguridad o
certeza de quién es, aparece la angustia que,
al tocar lo más real de su ser, no puede ser
nombrada, es experimentada en el cuerpo.
Entonces su relación con el miedo es precisa.
Este sí permite que un sujeto pueda nombrar
y ubicar lo que siente, lo que opera a través
de la palabra.
Allí, en la palabra, se ubica el peligro del
cual debe escapar y es una forma de tratar
la angustia, producto de ese desamparo
primordial, ante el cual se busca protección.
Por ello, el miedo es el punto de partida
para la manipulación de un gran número
las personas y opera como una vía conside-
rablemente efectiva para alcanzar objetivos
políticos deseados por quienes tienen el
poder. Los discursos son el arma más potente
para su propagación. Llama la atención que
este afecto sea tan efectivo y utilizado en el
contexto político, pero es claro: cuando Freud
se refiere al desvalimiento o desamparo origi-
nario, condición de estructura de todo sujeto,
explica también la servidumbre voluntaria, es
decir, la relación de dependencia del sujeto
al Otro. Esa dependencia es el punto donde
aparece la angustia ante la indefensión, punto
vulnerable que la retórica política y los medios
de comunicación explotan, para luego ofrecer
seguridad.
Retomando la definición del miedo de
Colette Soler que se refiere a sus tres estratos,
es importante poner el acento en el miedo
referido a la angustia por la presencia del Otro
o por su ausencia. En este sentido, encon-
tramos que el miedo es una forma en la que
el sujeto enfrenta la angustia, y la transforma
en un significante que le permite nombrarla
y ubicarla, bien sea en el significante militar,
guerrillero o paramilitar. Y también en rela-
ción con el cambio de orden social que impli-
caba el acuerdo de paz.
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Por ello, es importante tener presente
el contexto político en el que se desarrolla
esta investigación. Pues da cuenta de varios
miedos, uno que está muy cercano al odio
cuando el Otro es amenazante y pone en
riesgo la vida propia. Esto hace que el sujeto
se encuentre en esa posición que recuerda
su condición de desamparo originario y que
explica de alguna manera su estrecha relación
con el odio hacia lo distinto, lo extranjero,
que se dirigía con mayor fuerza en los parti-
cipantes hacia las FARC. Este miedo fue utili-
zado por quienes no estaban de acuerdo con
el plebiscito por la paz, en el discurso de los
actores políticos que se oponían al proceso y
lo movilizaron en sectores de la sociedad que
votaron “No”.
Como lo expresa Soler (2015): “La reac-
ción fóbica es en sí sinónimo de reacción de
odio con respecto a estos objetos sobre los
que en nuestra lengua solemos decir que no
los podemos sufrir, o que no los podemos ni
ver” (p. 13); es decir que el miedo, ante todo,
es una defensa. Por otro lado, está el miedo
en relación con la angustia por la ausencia del
Otro, que pudo identificarse en algunos parti-
cipantes que señalaban la ausencia del Estado
y de las FFMM, la necesidad de que estas
tomaran acciones más fuertes hacia los grupos
armados al margen de la ley, particularmente
las FARC. O, como pudo verse en algunos
casos, que se consintieran las acciones de
los grupos paramilitares contra la insurgencia
armada, en su propósito de brindar protección
y control, que conllevó a su aceptación tácita
o explícita por parte de muchos participantes.
Otra alianza que es posible identificar es la
que involucra odio y amor, que opera desde
una identificación que, según Valderrama
(2019), “es un rasgo identificatorio a partir
del cual las comunidades se agrupan y rasgo
diferencial que sirve para marcar al otro como
extranjero que se debe excluir y segregar” (p.
5). A esto Freud lo llama “narcisismo de las
pequeñas diferencias”, que se vio reflejado
en las discusiones, disputas y rupturas dentro
de las relaciones sociales cotidianas y las rela-
ciones familiares en relación con el proceso
de paz (Avendaño & Villa, 2021; Velásquez
et al., 2020).
Esta forma de amor también se ve plas-
mada y evidenciada por parte de los entrevis-
tados hacia las Fuerzas Militares de Colombia
en el afán de anclarse a un padre que brinda
soporte y seguridad, ya que los sujetos se ven
amenazados por grupos al margen de la ley e
igualmente ven transgredidos los ideales que
han adquirido según su tradición. En este
caso, ellos consideraban que la negociación
de paz con las FARC implicaba una traición a
dichos ideales de justicia y punibilidad.
Cada uno de estos ideales se ha instau-
rado según pensamientos políticos prove-
nientes de un líder situado en el lugar del
gran Otro, provocando una idolatría que,
de acuerdo con Izcovich (2018), “determina
un vínculo social fundado sobre la base de
identificaciones narcisistas y por lo tanto de un
deseo al que podría denominarse narcisista”
(p. 41). Una adoración al líder que se arraiga
en el discurso de los sujetos, provocando que
se instalen en una posición de conformidad
en la que siguen ciegamente al Otro sin cues-
tionarse siquiera sus acciones atroces ni las de
las Fuerzas Militares a las que aman. En esta
dinámica, se llegan a justificar las órdenes del
líder que condujeron a los crímenes come-
tidos por estas, incluso los crímenes mismos,
como cuando algunos participantes justifican
los mal denominados “falsos positivos”. Este
amor ciego es, a su vez, pasión de la igno-
rancia, puesto que encubre la propia pulsión
de muerte, expresada en esa relación de
complicidad velada o abierta con el victimario
o manifestada en apatía y silencio, haciendo
caso omiso de sus acciones criminales.
Por ello, en este amor, se encuentran
formas de gratitud, aprecio y reconocimiento
hacia las FFMM y hacia ese líder que repre-
senta, para muchos de ellos, un héroe que
protege y que lucha por erradicar todo aquel
considerado enemigo de sus ideales. Esta
figura nace por la necesidad de un reclamo
ante la ausencia de orden, ley y autoridad
que, según su falta, este líder personifica a
cabalidad. En el contexto colombiano, se
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encarnaría en el líder del partido político que
se opuso de manera vehemente a la nego-
ciación política con las FARC, a los acuerdos
firmados en La Habana y, después del plebis-
cito, al acuerdo final firmado en Bogotá y a su
implementación. En la identificación con este
líder, muchos de los participantes movilizaron
su odio hacia “el extranjero”, hacia ese otro
diferente amenazante que se transforma en
enemigo/agresor, que en el caso colombiano
es representado por las FARC.
Por esta razón, aquella identificación que
resplandece en el amor hacia las FFMM y el
líder político que encarna un ideal del padre
es la misma que direcciona el odio hacia los
grupos al margen de la ley, pues estos han
entrado en confrontación con los ideales que
este líder encarna, defiende y abandera. Al
hablar de odio, se apunta directamente a las
FARC y se expresa con menos intensidad
hacia los paramilitares, hacia los cuales suele
haber más indiferencia y, en muchos casos,
tolerancia.
Este proceso subjetivo es correlativo
del discurso articulado por los medios de
comunicación, al presentar información en
la aque acentúan el desamparo que experi-
menta la población colombiana frente a los
enemigos construidos, lo que conduce a una
representación en la que las instituciones
gubernamentales, especialmente las Fuerzas
Militares, serían las redentoras. Los entrevis-
tados señalan que en los noticieros nacionales
abunda información negativa sobre las FARC
y pasan desapercibidos los demás actores
armados, por lo que reconocen que su odio
hacia las FARC se origina, en parte, por la
repetición permanente de las acciones violato-
rias del DIH de este grupo y de sus crímenes,
que hace que se perpetúe como el principal
enemigo de la nación. Ya en otro trabajo
en el marco de la investigación “Barreras
psicosociales para la construcción de la paz
y la reconciliación en Colombia”, Villa et al.
(2020), retomando las entrevistas analizadas
en el presente texto, evidenciaban la manera
como la construcción de las creencias y los
recuerdos de los y las participantes, en rela-
ción con el rechazo a las FARC y los acuerdos
de paz había sido movilizada por los medios
de comunicación hegemónicos, especialmente
los noticieros de televisión.
Así, paradójicamente, la libertad de expre-
sión brinda caminos hacia manifestaciones
más agresivas, ya que toda esta información
expuesta y cargada de odio provoca que los
participantes normalicen un discurso violento
y deseen con vehemencia la aniquilación de
quien trunque sus ideales. Estas manifesta-
ciones e ideas transmitidas por noticieros,
emisoras, periódicos y demás fuentes de
información, según Villa et al. (2020), pueden
generar afectos como los señalados. Pero
es preciso aclarar que, desde la perspectiva
psicoanalítica, se antepone la respuesta del
sujeto, uno por uno, es decir, que no consi-
dera que esto logre explicar por sí solo estos
afectos; pero sí debe tenerse en cuenta como
discurso que contribuye en su configuración
subjetiva.
Habiendo precisado esto, se encuentra el
resentimiento, el cual florece de una forma
más violenta y cruda y, que, a simple vista,
puede confundirse con el odio, pero sus
límites pueden estar marcados fuertemente
por la no resolución o cese a partir de la
fantasía. Es en este afecto donde el deseo y la
esperanza de venganza se mantienen firmes,
casi como si este rondase continuamente en
los pensamientos de quienes lo experimentan,
llegando incluso a sentir asco y deshumani-
zando a quienes resienten. Tal como se vio en
los resultados, este moviliza a que se imaginen
los peores castigos que, en forma de justicia
punitiva, deberían aplicarsele a los actores
armados ilegales, especialmente a las FARC.
Llega a ser tan venenoso el resentimiento
que nubla el juicio de aquellos que lo sienten.
Además, es correlativo al amor ciego que
evidenciaba esa pasión de ignorancia, en el
sentido de que aun sin desconocer los verda-
deros datos y cifras de los crímenes cometidos
por las FFMM, las FARC y los paramilitares,
tienden a omitir esta información y, posicio-
nándose desde un lugar de no querer saber,
obvian las violaciones de derechos humanos
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cometidas por la fuerza pública. Un ejemplo
de ello son las ejecuciones extrajudiciales,
mal llamadas “falsos positivos”, que se conta-
bilizan en 6,402 durante el gobierno del líder
mencionado anteriormente. Pero también se
desconocen las múltiples masacres parami-
litares, atribuyéndolas en su mayoría a las
FARC, simplemente porque el resentimiento
es tan considerable que no da lugar a la
transformación de su sentir, lo cual lleva a
que delimiten su saber y desconozcan su
irracionalidad. Esto se ha mostrado en otros
textos producto de la investigación “Barreras
psicosociales para la construcción de la paz y
la reconciliación en Colombia” (Cfr. Villa et
al., 2019; Velásquez et al., 2022, en prensa).
El resentimiento, por otra parte, es ira acumu-
lada, consentida, de largo aliento, y por ser un
sentimiento especialmente venenoso tiende
también a hacer daño al sujeto que lo cultiva.
El resentido, sin embargo, a diferencia del que
odia, generalmente no dirige su rencor contra
un sujeto, sino contra una entidad (el gobierno,
la empresa, etc.) o contra un objeto plural
(los ricos, los poderosos), o contra la vida o el
destino, a los que culpa de su suerte (Bonnett,
2019, p. 179).
No obstante, cuando se presentaban
expresiones radicales y violentas, los entre-
vistados solían retractarse y ocultar aquello
que sentían en relación con el resentimiento.
Al parecer, por el pudor y la vergüenza que
experimentaban ante la presencia de un entre-
vistador, al que suponen un saber y un modo
particular de posicionarse ante el conflicto y
sus actores armados. Aun así, en el espacio
de intimidad y confianza que se construía en
la entrevista, se posibilitaba la expresión mani-
fiesta y evidente de dicho afecto, en algunos
casos de forma descarnada, como se denotó
en los resultados.
En el caso de la vergüenza, Luterau (2018)
la define como “un indicador prístino de la
división subjetiva, al punto de que el sujeto
avergonzado vacila en la situación de sentirse
descubierto y, eventualmente, se detiene en
su decir y calla” (p. 1). Sin embargo, algunos
participantes en el intento de justificar su
voto por el “No” en el plebiscito, borran el
límite de la vergüenza y el pudor, y expresan
su resentimiento en el deseo de una justicia
punitiva que raya en la venganza. Así, la
indignación de estos ofendidos —aquellos
que no son víctimas, pero que manifiestan
un agravio mayor que el de los mismos afec-
tados directos— (Díaz, 2018) da cuenta de
una lógica en la que se ancla una aporía para
superar el conflicto armado desde lógicas de
negociación política y justicia transicional. De
esta manera, se configuran estos afectos como
barreras psicosociales para la construcción de
la paz y la reconciliación.
Aun así, los afectos siempre están a
merced de nuestra protección. Es evidente
que en algunos momentos engañan y en otros
encubren con ocasión de velar lo real que es
insoportable, horroroso e inefable. En efecto,
la indiferencia se ha convertido en un síntoma
colombiano en el que muchos de los y las
participantes, aun presenciando los horrores
del conflicto, indirectamente, no sienten el
deseo de actuar, movilizarse y responsabili-
zarse de alguna forma, ni siquiera tratando de
informarse y conocer lo que sucede en torno
a nuestro territorio. Lo más común es que
reproduzcan la lógica mediática y discursiva
que se ha construido desde lugares de poder.
Asumen acríticamente este discurso desde
ese lugar de “indefensión” del que hablaba
Freud y que remite a un lugar de pasividad y
sometimiento.
Incluso, es preciso aclarar que de ninguna
manera esta indiferencia en estos participantes
sea considerada como un afecto que surge
por falta de información. Surge por un no
querer saber, como se indicó anteriormente,
movido en principio por algo propio del sujeto
y, en este contexto, de algo que pueda llegar
a angustiarlo o suscitar otros afectos como el
miedo. El miedo, a su vez, es movilizado por
la retórica política y los medios de comunica-
ción para lograr objetivos desde élites en el
poder. Así, esta “pasión por la ignorancia”,
como la llamara Lacan, implica una acepta-
ción, tácita o explícita, del discurso dominante
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que se asimila y parece aceptarse porque
proviene de quienes ofrecerían protección y
seguridad frente a este miedo primordial. Sin
embargo, desde nuestro punto de vista, la
indiferencia se hizo más evidente en el marco
del plebiscito por la paz, dado que la absten-
ción fue la mayor en los últimos veinte años:
un 62 % (BBC Mundo, 2016).
Esta indiferencia, que según Lacan se
asimila a la apatía, puede derivar en lo que
Martín-Baró (1998) denominó “fatalismo”, el
cual ha sido referenciado en algunos textos
producidos en la investigación “Barreras para
construcción de la paz y la reconciliación en
Colombia”. El fatalismo se manifiesta como
una dimensión de la subjetividad en la que los
participantes expresan desesperanza, anomia,
indiferencia, impotencia y desolación, puesto
que asumen la violencia del conflicto armado
como destino, sin que sientan que pueden
hacer algo por transformar esta realidad (Cfr.
Oliveros et al., 2021; Quiceno et al., 2021;
Jaime-Salas et al., 2021, y Villa et al., 2021).
Es decir, la guerra “es un monstruo grande
y pisa fuerte”, frente al cual no se puede hacer
nada, salvo esperar alguna intervención divina
o solución mágica. Esto lleva a retrotraerse,
a no pensar en eso y asumir esa indiferencia
que se manifiesta en el presente texto, con
lo cual pareciera imposible lograr la paz. De
esta manera, la paz termina siendo un bien
anhelado, esperado, pero imposible, lo que
hace saltar el afecto de la indiferencia hasta
una esperanza desesperanzada que raya en
la anomia. “Es mejor no saber”, la posición
que da cuenta de la pasión por la ignorancia
en términos de Lacan, mucho más cuando
por omisión, justificación, desinterés o igno-
rante complicidad se han avalado políticas
de destrucción, eliminación, ajusticiamiento
y “pacificación”, que implican graves viola-
ciones de derechos humanos o crímenes de
lesa humanidad.
Aún así, las personas entrevistadas, en
general, albergan cierta esperanza de que
Otro, Dios, la suerte o en su defecto, el
Estado, se encargue de todos los conflictos
que atraviesa el país, no solo del conflicto
armado, sino también de la corrupción, que
reconocen como uno de los principales males
de la nación. Esta espera es contradictoria, ya
que recae en la queja y toda responsabilidad
queda sujeta a las instituciones guberna-
mentales esperando que estas produzcan los
cambios para alcanzar el país que se desea. Y
así, las personas se desresponsabilizan de sus
deberes como ciudadanos para construir paz y
ejercer control sobre aquellos políticos que nos
representan, recayendo en la indignación y en
el fatalismo anteriormente señalado.
En definitiva podemos concluir que la
indignación se relaciona con la esperanza,
pero esta puede encaminarse hacia dos vías
opuestas: la primera, quedarse al margen de
los sucesos y no participar de alguna forma
por la resolución de ellos, y, la segunda,
encontrar nuevos caminos que desde la
acción puedan transformar aquel sentir de
queja. Sin embargo, aparentemente, la vía
privilegiada por los participantes es aquella de
la conformidad, esperar para que el cambio
deseado venga por las acciones de otros y no
por las propias, lo que deriva en fatalismo.
Por tanto, es importante cuestionarnos si
los colombianos y las colombianas se sitúan
en este lugar de indiferencia como conse-
cuencia de un egoísmo narcisista frente a las
realidades del país o como un mecanismo
de defensa para resistir los horrores de
nuestra historia. He aquí la importancia de la
vergüenza. Para Halperin (2008, 2013, 2014),
este afecto tiene un papel fundamental para
detener la violencia, puesto que, de algún
modo, se comporta como dique moral que
nos limita ante las vicisitudes y aleja a los
sujetos de los discursos de violencia norma-
lizados, logrando que se genere una posición
ética. De esta manera, la vergüenza cumpliría
una función importante, ya que ataja y
contiene ante la mirada del Otro. ¿O es acaso
el pudor al que deberíamos dirigir la atención
como dique autorregulador que pone límite al
sujeto en su actuar, decir y pensar, sin nece-
sidad directa de la presencia del Otro?
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