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Estudios Centroamericanos
Historia constitucional, Constitución y democracia en El Salvador: lecciones aprendidas de los
procesos de reforma constitucional
Vol. 77, núm. 768, año 2022, pp. 87-104
ISSN 2788-9580 (en línea) ISSN 0014-1445 (impreso)
cionalismo haya producido y pueda entrañar
el desarrollo de una especie de absolutismo.
La advertencia no es baladí en la aplica-
ción cotidiana de la Constitución, y debe-
ríamos tenerla especialmente presente en un
proceso revisión y cambio constitucional. Si
ello es así, quizá deberíamos tener la virtud
o la inteligencia, como indicó un insigne
jurista salvadoreño, de repensar a través de la
historia lo que podemos y debemos corregir
a través de una apuesta por el cambio o
reforma constitucional, lo cual considero que
no es usual. Hoy, cada vez con más fuerza,
nos limitamos a tratar de proponer y construir
marcos normativos sin repensar y evaluar
la efectividad de los propios, considerando
sus posibles efectos, analizando sus posibles
costes, repensando la posibilidad de que
existan ganadores y perdedores con dichos
procesos.
Esta sensibilidad no deberíamos tenerla
presente solamente en momentos de crisis
democrática, sino en la cotidianeidad. En mi
breve experiencia en los procesos cercanos
relacionados con la interpretación, reforma
y revisión constitucional, real y lamentable-
mente, es muy fácil ser irresponsable. Como
hace ya algunos años conversábamos con un
distinguido jurista salvadoreño y concluíamos:
“La justicia siempre enarbola la idea de inde-
pendencia —lo cual esta muy bien—, pero
muy pocas veces se hace también respon-
sable de las consecuencias y resultados de su
accionar”.
Ahora bien, por otro lado, las reformas
legales suelen ser liderados por insignes
juristas o abogados, lo que no estaría mal
si nuestros profesionales tuviesen la visión
y la apertura que brindan un dialogo plural
y abierto con otras disciplinas, incluidas,
necesariamente, las ciencias sociales y entre
ellas la historia. Por ello, hemos elaborado
este breve artículo, a manera de retomar esa
conversación con el pasado, que no es dañina
sino constructiva, si tenemos la capacidad
de afrontar los retos y desafíos que siguen
estando presentes en nuestra realidad.
En este sentido, por ejemplo, en un
proceso de reforma o cambio constitucional,
no me cabe la menor duda de que debe-
ríamos plantearnos algunas interrogantes
generales, tales como: ¿cuáles son los
grandes temas que nos unen o nos dividen
como salvadoreños? ¿Esos temas centrales
deberían ser parte del debate constitucional
o constituyente? ¿Cuál es la agenda del
cambio constitucional o constituyente? ¿De
dónde surge? ¿Quiénes la apoyan y quiénes
no? ¿Qué se pretende o busca esa agenda de
cambio?
La historia nos brinda múltiples fotogra-
fías de los debates que han unido o dividido
a la comunidad salvadoreña y que, en no
muchas ocasiones, ha generado un diálogo y
una reflexión que ha permitido el desarrollo
de un marco constitucional que nos repre-
sente a todos, donde hemos sido escuchado
todos… donde creemos que “hemos tenido
cabida” todos o, por el contrario, donde
no nos hemos sentido representados. En
nuestra historia podemos identificar que los
regímenes contrarios a la democracia no
admiten posiciones en contrario, o la exis-
tencia de otras verdades que no sean las
verdades absolutas que amparan al poder
y, en ocasiones, también esos regímenes
logran incorporar esas visiones e intereses en
la configuración de los marcos normativos,
incluidos los constitucionales, para favorecer
sus propios intereses.
Ciertamente es quizá utópico buscar
en nuestra histórica acuerdos generales
o consensos nacionales, dadas las limita-
ciones sociales reales en la construcción de
la agenda pública y política del país, pero
podemos encontrar al menos algunos ejem-
plos cercanos o al menos quizá ilustrativos.
Roberto Valdés, citado por Chanta
Martínez (2018, p. 300), nos comparte
que, a manera de ejemplo, la “venerable”
Constitución de 1886 en El Salvador “fue
realizada con grandes debates entre sectores