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Vol. 77, núm. 768, año 2022, pp. 15-32
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Estudios Centroamericanos
Beatos mártires del Quiché, racismo y genocidio en Guatemala
ISSN 2788-9580 (en línea) ISSN 0014-1445 (impreso)
Beatos mártires del Quiché,
racismo y genocidio en
Guatemala
Blessed Quiché martyrs, racism and
genocide in Guatemala
DOI: https://doi.org/10.51378/eca.v77i768.6666
Julio César Molina
1
Palabras claves:
beaticación, martirio, genocidio,
reivindicación, liberación.
Keywords:
beatication, Martyrdom, genocide,
discrimination, Liberation.
Recibido: 30 de agosto de 2021
Aceptado: 10 de octubre de 2021
Resumen
En los procesos de liberación que han
vivido los pueblos de América Latina, muchas
de los acontecimientos reivindicadores han
sido objeto de campañas de desprestigio, con
1 Catedrático de Temas de Filosofía Social y Política (EDP) de la Universidad Rafael Landívar, campus de La
Verapaz. Correo electrónico: juliomsc@yahoo.com
intenciones bien dirigidas de contrainsurgencia
y genocidio. Es importante profundizar en
cómo la Iglesia católica reivindica moralmente
los trabajos espirituales, pastorales y sociales
de sus líderes, sobre todo de aquellos que
más han incidido en su compromiso con los
pobres. El silencio del atropello, la tortura y
el etnocidio de las comunidades indígenas en
Guatemala ha sido extremo, y la opción de
la Iglesia católica y otros sectores tanto civiles
como religiosos confesionales identificados
con estas causas ha sido perseguida y repri-
mida. Con la declaratoria de beatificación de
los mártires del Quiché, quedan grandemente
esclarecidos los hechos de barbarie en las
estelas de desinformación social y política
interesadas, y en la proliferación de un
protestantismo contrainsurgente, que han sido
unificados en torno a las políticas militares
oficiales genocidas. Todo esto está fielmente
documentado, testimonial y bibliográfica-
mente, en esferas intelectuales y religiosas de
importancia, lo cual, desde una interpretación
crítica, tanto en lo social como en lo cultural,
se convierte en un grito clamoroso que activa
la psicología de la reparación y la liberación
individual, familiar y colectiva, que renueva
los sueños y las utopías de las comunidades
indígenas y de los movimientos que luchan
contra la desigualdad y las asimetrías econó-
micas de discriminación. Contra todo poder,
emerge la fuerza sintetizadora de las luchas
sociales, superando las barreras de la coopta-
ción y la mediación de la violencia irracional
oligárquica.
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Abstract
In the processes of liberation that the
peoples of Latin America have experienced,
many of the vindicating events have been the
object of smear campaigns, with well-directed
counterinsurgency intentions. It is important
to deepen how the Catholic Church morally
vindicates the spiritual, pastoral and social
work of its leaders, especially those who have
most influenced their commitment to the poor.
The silence of the abuse, torture, ethnocide
and genocide of indigenous communities in
Guatemala has been extreme, and the option
of the Catholic Church and other confessional
civil and religious sectors identified with these
causes have also been persecuted. With the
declaration of Beatification of the Martyrs
of Quiché, the acts of barbarism that have
been hidden for more than 40 years, in the
wakes of social and political disinformation
concerned, are implicitly denounced. In
addition, the counterinsurgency Protestant
expansion that, unified with the official mili-
tary policies of national security, attests to one
of the greatest genocidal barbarities in recent
history in Latin America. All this is faithfully
documented, testimonially and bibliographi-
cally, in intellectual and religious spheres of
importance, which, from a critical interpreta-
tion, both socially and culturally, becomes a
clamorous cry, which activates the psychology
of reparation and liberation with collective
scope, by which the dreams and utopias of
indigenous communities and movements that
fight against inequality and economic asym-
metries are renewed and cultural marginaliza-
tion and exclusion.
Introducción
Desde la beatificación y canonización de
Mons. Óscar Arnulfo Romero en El Salvador,
el 23 de mayo de 2015 y el 14 de octubre de
2018, respectivamente, el papa Francisco ha
sorprendido, paulatinamente, con la beatifi-
cación de otros tantos mártires en América
Latina. Sin duda, un tiempo que marcará un
imperativo sociológico del cristianismo católico
dentro de las notorias cualidades de actualiza-
ción sociohistóricas, tanto al interior crítico de
la Iglesia católica como en sus interrelaciones
ecuménicas.
Estas perspectivas han ido más allá de
lo sucedáneo: el 23 de septiembre de 2017,
era beatificado el P. Stanley Francis Rother,
cuyo martirio está vinculado a su servicio a
las comunidades indígenas en Guatemala,
aunque fue beatificado en los Estados Unidos.
Posteriormente, los mártires de la Rioja, el
obispo Enrique Angelelli, junto al sacerdote
Gabriel Longueville, el religioso franciscano
conventual Carlos Murias y el laico Wenceslao
Pedernera, todos beatificados el 27 de abril
de 2019.
Los mártires riojanos sufrieron el martirio
en tiempos de la dictadura en Argentina. Y
continúa la lista, el Hno. Santiago Miller, FSC,
beatificado el 7 de diciembre de 2019, en la
ciudad de Huehuetenango, Guatemala; los
mártires de Izabal, Tulio Maruzzo, OFM, junto
al laico Luis Obdulio Arroyo Navarro, el 27
de octubre de 2018, también en Guatemala.
Los más recientes, y quienes motivan esta
reflexión, son los mártires del Quiché, beatifi-
cados el 23 de abril de 2021.
En todos los casos, fueron asesinados, con
saña, lujo de represión y tortura, al estilo de
la formación de las doctrinas anticomunistas y
las estrategias político-militares de tierra arra-
sada y de seguridad nacional, que tenían su
arraigo en la Escuela de las Américas, y que
por su puesto tenía sus enclaves en los países
latinoamericanos, especialmente donde se
cohesionaron dictaduras gubernamentales al
servicio de las oligarquías y del gran capital.
Este breve análisis nos invita a ir más allá
del estereotipo religioso de la Iglesia católica,
al valorar la experiencia martirial, que data
del origen del cristianismo, “por odio a la fe”
y que tradicionalmente ha guiado, durante los
siglos, la evaluación de estos procesos, con
suma rigurosidad religiosa, en sus aspectos
históricos y sociológicos, hasta llegar a su
reconocimiento oficial.
Encontramos, además, que en estas
nuevas formas de martirio también está
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presente una consistencia social y política, que
viene a ser común a todas las beatificaciones
y canonizaciones por martirio; sin embargo,
hay que destacar en las beatificaciones del
inicio de este siglo, la consolidación de una
nueva lectura por parte de la Iglesia, ante
estos asesinatos, que está directamente ligada
a la búsqueda de la verdad, la promoción
de la justicia y la consecución de la paz, con
especial determinación en la opción por los
empobrecidos en la región latinoamericana.
Guatemala es un país que en
Centroamérica tiene una relevancia sociopolí-
tica de importancia, no solo por lo que repre-
sentó para los intereses de las cortes y familias
que se fueron afincando en el poder desde
el sistema colonial de explotación y saqueo,
tanto de los recursos humanos como de las
riquezas naturales, económicas y culturales,
que siguen teniendo repercusiones radicales
en la continuidad de un sistema represor,
excluyente y criminal de dominación.
A la sombra de la tragedia del someti-
miento de los pueblos, por una sucesión de
oligarquías terratenientes, que en sus enclaves
comerciales y financieros han oprimido la vida
de estos pueblos, expoliando, despojando y
masacrando, desde los aparatos estatales o
para estatales genocidas, surgen una serie
de inquietudes en cuanto a la interpretación
política que puede y debe hacerse de las
beatificaciones de todos estos mártires, y
su repercusión en la historia como los más
recientes mártires del Quiché, en Guatemala.
El papa Francisco, al referirse oficialmente
a la beatificación, dos días después de la
misma, dice explícitamente: “En Santa Cruz
del Quiché en Guatemala, fueron beatificados
José María Gran Cirera y nueve compañeros
mártires, se trata de tres sacerdotes y siete
laicos de la congregación de los Misioneros del
Sagrado Corazón de Jesús, asesinados entre
el 1980 y el 1991”.
Sigue la cita, “fueron tiempos de cruenta
persecución contra la Iglesia católica compro-
metida en la defensa de los pobres, animados
por la fe en cristo, fueron heroicos testigos de
justicia y de amor, su ejemplo nos haga más
generosos y valientes en el vivir el Evangelio
(Lobos, 2021). Seguidamente en su alocución,
posterior al rezo del Regina coeli, con el espí-
ritu latinoamericano que le es propio, pide un
aplauso para los nuevos beatos. Hace, así, un
sitio a la alegría, a la fiesta y a la esperanza.
1. El Vaticano II, los signos de los
tiempos y los mártires del Quiché en
Guatemala
Definitivamente, desde una lectura hecha a
partir de los signos de los tiempos, propio del
espíritu del Concilio Vaticano II, es una nueva
visión del martirio (Chopin Portillo, 2017, pp.
123-154) que, por supuesto, no olvida redimir
la tradición que le es esencial, la inspiración
de sus principios fundantes, la fe en Jesús de
Nazaret y el evangelio del Reino de Dios por
él predicado, y por los cuales han sido conde-
nadas también estas personas al martirio.
Debido a ello, todas estas personas que
han sido vituperadas, tanto por las derechas
y extremas derechas como por las izquierdas,
por sus radicales convicciones contra el
sufrimiento de las víctimas, lo que convierte
su testimonio en un mayúsculo signo de los
tiempos, tres sacerdotes españoles (Camblor,
1985) y siete indígenas de las etnias maya
quiché e ixiles, no pueden pasar desaperci-
bidas, menos lo que reza la expresión popular
“pasar de noche”, ante un hecho sin par en
la historia reciente de la Iglesia católica en
Latinoamérica.
Todos los casos están fielmente documen-
tado en la
Positio super martyrio
, texto donde
se recogen los documentos procesales y testi-
moniales que llevaron a su beatificación, la
cual fue aprobada por la Congregación para
las Causas de los Santos, de la Iglesia católica,
en Roma (2018), lo cual es de una relevancia
fundamental en cuanto a la eticidad y la
moralidad sociológica sin precedentes.
Hay una especial relevancia, sobre todo
por la conexión que este acontecimiento tiene
en la historia de exterminio genocida que han
sufrido los pueblos originarios en América
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Latina y de igual modo con los movimientos
de reivindicación de los pueblos indígenas en
un trabajo espiritual, pastoral y social en el
que los propios indígenas maya quiché, ixil
e incluso q’eqchí asumen, junto a sus líderes
católicos religiosos, un protagonismo liberador.
Un acontecimiento histórico que redime
a los pueblos indígenas y campesinos guate-
maltecos, sobre todo desdiciendo la falacia
anticomunista de sus asesinos y confirmando
sus opciones y luchas por la justicia en el reco-
nocimiento consciente de que fueron víctimas
consuetudinarias de un consecutivo despojo y
exterminio genocida, que data de 1492, por lo
que estas personas se vuelven iconos de una
realidad martirial.
En Guatemala alcanzó altos niveles de
barbarie, con alrededor de 400 a 700 y poco
más de masacres, en aldeas completas, en la
política de tierra arrasada, salvaguardando el
expansionismo del protestantismo de cuño
colaboracionista al régimen. Muchas de estas
masacres están documentadas en el Informe
Proyecto Interdiocesano de Recuperación
de la Memoria Histórica, del Arzobispado de
Guatemala (1998).
Es notable el acierto eclesial al reconocer
religiosamente este acontecimiento socio-
histórico de tal envergadura. Sin embargo,
no se puede pasar de largo, como bien ha
sido expresado por diversos medios y redes
sociales de difusión masiva, la deuda política
y judicial del poder irracional del Estado que
los asesinó (Ruano, 2021), probablemente,
porque tiene que hacer autorreconocimiento
de sus propias responsabilidades y asumir los
respectivos resarcimientos y reparación del
daño a la dignidad y la vida de los pueblos
sometidos.
Ante lo emblemático tanto en lo político,
en lo social, como en lo religioso de lo que
representan estas beatificaciones, cuando
están situadas históricamente en la situación
dramática que vivía Guatemala por los años
ochenta, ya en ese año se había dado el 31
de enero la ocupación e incendio de la emba-
jada de España, por fuerzas militares que
habían causado la muerte de 38 personas en
su mayoría campesinos del Quiché.
Con el posterior “patrulleo” y ametralla-
miento de la casa parroquial de Uspantán,
donde residían los Misioneros del Sagrado
Corazón, el 4 de mayo, y a continuación el
asesinato del P. José María Gran Cirera, MSC,
el 4 de junio de 1980, quien presidiría nomi-
nalmente la causa e investigación canónica
y eclesial de estos hechos, por ser el primero
de los asesinados en torno a esta etapa
histórica, revela la magnitud de la institucio-
nalidad gubernamental y militar genocidas
(Fernández, 2020).
Asalta aún más la duda de por qué en un
país donde el catolicismo, que en la actua-
lidad, con poca diferencia de otros grupos
religiosos en su conjunto, sigue siendo mayo-
ritario, la beatificación de tres sacerdotes
Misioneros del Sagrado Corazón, que se
distinguieron en promocionar la vida de la
gente, asumiendo sus mismas condiciones
infrahumanas de vivir y, al mismo tiempo,
la lucha por hacer realidad sus anhelos de
vida justa, digna y fraterna, sea tímidamente
presentada.
Pareciera que las políticas de terror contra-
insurgentes y anticomunistas siguen siendo
pautas que rigen el comportamiento social
gubernamental. A pesar de la forma creativa
e histórica de asumir el espíritu de las pautas
pastorales de la Iglesia latinoamericana y el
fervor evangélico de conducir a los pobres,
desde una posición solidaria, en grado de
heroicidad, en lo que a los tres sacerdotes
españoles y su congregación religiosa se
refiere, y el ser mismos de los indígenas
doblemente despojados y empobrecidos, radi-
calmente comprometidos con la búsqueda de
mayores niveles de desarrollo, siguen siendo
estigmatizados y silenciados.
Un dato especial, que es constante en
los modelos teológicos-pastorales latinoa-
mericanos, orientados desde la teología de
la liberación, es que los laicos asumen una
consciencia y un compromiso real en la cons-
trucción de su historia humana y de salvación.
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Esto es lo que queda de manifiesto en esta
constitución beatífica; son siete los laicos indí-
genas que sobresalen por su vivencia radical
e inquebrantable de la fe y el compañerismo
cristiano con sus pastores.
Dadas las implicaciones políticas y sociales
de su compromiso, estos casos superan las
fronteras eclesiales y político-estructurales;
por tanto, tiene una incidencia nacional de
manera directa. El hecho de que no sean
reconocidos por el Estado es comprensible
por su condición de responsabilidad genocida
en este y otros hechos, pero es cuestionante
que la sociedad, en todas sus expresiones
religiosas, de alternativa política e incluso las
organizaciones de búsquedas sociales alterna-
tivas, se queden inánimes.
Podría dar la impresión de que, de algún
modo, están asociadas contrafácticamente con
el juego del terror histórico, pues al guardar
silencio, o hacer tímidas declaraciones, deja
entrever cierto desliz consciente o incons-
ciente de incoherencia, o hasta complicidad
neocolonial, en los proyectos civilizatorios del
capitalismo neoliberal.
Probablemente, debido a lo difícil que
es aceptar, para el Estado guatemalteco,
su responsabilidad como perseguidora y
asesinos, tanto a nivel político como ideológi-
co-sistemático, atenta y actúa con pertinencia
genocida contra los indígenas y cualquiera
que ose abanderar la causa de su liberación.
El problema se agudiza para los
gendarmes del
statu quo.
Especialmente,
cuando los indígenas en conciencia van
siendo capaces de construir su propio destino
y de reivindicar sus propios derechos que,
en lugar de representar los intereses de las
grandes mayorías empobrecidas, han recibido
a cambio marginación y exclusión.
Es elemental no solo el esfuerzo cotidiano
por la justicia, que está lleno de heroísmo,
sino también la conciencia política de sus
derechos negados y hasta saqueados. Por
ello interpelan las voces silentes, al interior
de las estructuras religiosas, y de las mismas
personas y movimientos sociales e intelec-
tuales, los cuales, en proximidad con los
ideales de fe y compromiso, recobran sentido
en la reivindicación social y eclesial de los
nuevos beatos.
Si algún eco ha habido en los principales
periódicos, sobre todo los de mayor circula-
ción, ha sido posterior, probablemente por
la importancia que ha tenido para el pueblo,
especialmente para los indígenas en el Quiché
y en Guatemala, donde son mayoría, pero
también, de alguna manera, siguen siendo
significativos, en personas, grupos y movi-
mientos sociales que apuestan a su reconoci-
miento pluri e intercultural.
Es lógico que las estructuras actuales
de poder no se pueden permitir reconocer
como errores los lacerantes ultrajes contra la
población civil, ni siquiera por la moralidad
que pueda quedarles, pues los engranajes
de poder que sostienen la injusticia en temas
como el despojo de la tierra, la explota-
ción, la marginación y la exclusión de los
pueblos indígenas siguen tan activos como la
defensa de intereses y privilegios de las clases
potentadas.
Eso que a su vez les siguen dando consis-
tencia a los motivos que los llevaron a matar.
Así mismo, el genocidio y la barbarie, expre-
sada clamorosamente en los mártires del
Quiché, deja de representar y simbolizar las
consecutivas formas de represión y terror que
previa y posteriormente a estos hechos siguen
negando la identidad cultural de los pueblos
indígenas y de aquellos que asumen la casusa
de su liberación.
2. La potencia del martirio ante
las tendencias a obscurecer
las beatificaciones por el
“blanqueamiento” y ladinización
liberal tradicional en Guatemala
Haciendo una revisión, de lo acontecido el
23 de abril en el departamento del Quiché, en
Guatemala, la luz del exterminio genocida del
que vienen siendo víctimas los pueblos mayas
en sus diversas expresiones culturales no
puede pensarse en un acto aislado, desconec-
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tado de la realidad histórica en la que queda
escrita con el sello de la entrega de la vida de
estas diez personas, que apuntalan más de
600 masacres solo en este departamento.
Es interesante constatar cómo desde la
llegada de los frailes de la Orden de Santo
Domingo a Guatemala en 1524 (Perdomo,
2014, p. 45) los potentados españoles
comienzan a polemizar en torno al problema
de los pueblos originarios de esta región y
contra una religión tremendamente vinculada
a los problemas sociales y políticos, sea por lo
que fuere, pero vinculación al fin.
Los alcances de una religión que es capaz
de asumir un rol político que le demanda la
fe quedan fielmente documentados, incluso
por cronistas religiosos de la época: los duros
tratos a los indígenas y el pseudorreconoci-
miento de su personalidad como especie con
posibilidad de civilizarse irán constriñendo la
riqueza cultural y todo tipo de recursos que les
eran suyos, prospección de evolución natural
en sociedad.
La potente evangelización pacífica de fray
Bartolomé de las Casas alcanzará a la región
del Quiché por el año de 1550 (Bianchetti &
Otero Diez, 2021), donde iniciará una historia
de fe, pero arraigada en la misma vida del
pueblo, con preponderancia en el respeto a
la dignidad humana, de las tendencias lasca-
sianas (León Portilla, 2017), en estos pueblos.
Sin embargo, como todas las regiones
conquistadas y posteriormente colonizadas
en América Latina, fueron objeto por más de
500 años de violentos vejámenes, explotación,
despojo y exterminio.
La herencia de la conquista se puede
encontrar en las formas ideológicas y militares
de los enquistes del poder y la dominación
que, a partir de modelos europeos, fueron
construyendo una especie de mundo sobre
mundo, es decir, se fue estableciendo una
estratificación apocalíptica y señorial sobre
la base sólida de una cultura ancestral y
milenaria.
No es posible desdeñar la resistencia que
ha caracterizado a estos pueblos, la cual
puede notarse en la conservación de lengua,
gastronomía, trajes, usos y costumbres que
hasta el día de hoy representan un potencial
político y social, aunque permanezca en el
umbral de lo negado; es más de lo cooptado,
pero con una capacidad de renacer constan-
temente desde los cotos de sus raíces que no
mueren.
La hegemonía del poder blanco y conquis-
tador se impone y, a pesar de las posibilidades
abiertas por la orden dominicana, la tortura
y la violencia se irán convirtiendo en instru-
mentos de los que se atribuirán incluso a las
personas dentro de las ganancias del Nuevo
Mundo, aquello que severo Martínez Peláez
describirá como
La patria del criollo
(1994).
En este ambiente de imposiciones y resis-
tencia, ha transcurrido la vida y la historia del
pueblo del Quiché, en un país eminentemente
indígena, pero con un contrapeso pujante de
los modelos y estereotipos de la dominación
colonial criolla y burguesa, que como campo
de contención sigue oprimiendo y negando
la fuerza cultural de los pueblos mayas en
Guatemala.
Esta supremacía ladina, dentro de los
derroteros civilizatorios de la conquista y
colonialidad que se impone, desplegando
toda la capacidad ideológica y militar a su
alcance, ejecutará por los años 1980 el asesi-
nato de miles de catequistas, delegados de la
palabra y fieles de la Iglesia católica y civiles
en general.
Algunos nombres son de mención común
en la
vox populi
y otros están fielmente
documentados, como el sacerdote maryknoll
Guillermo Woods, los sacerdotes diocesanos
Carlos Gálvez y Stanley Rother, los sacer-
dotes misioneros del Sagrado Corazón José
María Gran Cirera, Faustino Villanueva y
Juan Alonso Fernández, los sacerdotes de la
Congregación del Inmaculado Corazón de
María Walter Woordeckers y Conrado de la
Cruz, los jesuitas Carlos Pérez Alonso y Pedro
Martínez cano, el franciscano Tulio Maruzzo,
el dominico Carlos Morales, el hermano de
La Salle James Miller y la hermana betlemita
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Victoria de la Roca, Mons. Juan José Gerardi
y tantos más (Perdomo, 2014, p. 284).
Algunos de ellos ya fueron beatificados. De
los mencionados, los más recientes, el 23 de
abril de 2021, en el Colegio Nuestra Señora
del Rosario, regentado por las Hermanas
Dominicas de la Anunciata, en Santa Cruz
del Quiché: los tres sacerdotes religiosos de la
congregación de los Misioneros del Sagrado
Corazón de Jesús, los padres José María Gran
Cirera, Faustino Villanueva y Juan Alonso
Fernández.
Junto con ellos, también fueron beatifi-
cados siete de sus compañeros laicos indí-
genas, campesinos de las etnias ixil y quiché,
comprometidos en los procesos de evangeliza-
ción y promoción humana y social: Domingo
del Barrio Batz, Tomás Ramírez Caba, Rosalío
Benito, Miguel Tiu Imul, Reyes Us Hernández,
Nicolás Castro y Juan Barrera Méndez, un
niño que andaría alrededor de los doce o
quince años.
La concreción de esa barbarie tiene su
inicio, dentro del contexto del asesinato de
Mons. Óscar Arnulfo Romero, perpetrado por
elementos de la extrema derecha salvadoreña
el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba
la eucaristía en un hospital de enfermos
de cáncer, regentado por las hermanas
Carmelitas Misioneras de Santa Teresa.
El obispo mártir ya fue declarado santo de
la Iglesia católica el 14 de octubre de 2018.
En esta misma coyuntura religiosa, el papa
Francisco reconoce el heroísmo y martirio
de los mártires del Quiché, y de la misma
manera están anunciadas en El Salvador
las beatificaciones del P. Rutilio Grande, SJ
(sacerdote de la Compañía de Jesús) junto
con Manuel y Rutilio Lemus, y se espera el
reconocimiento de una serie de causas más
como la del P. Cosme Spessoto, OFM (de la
Orden de Franciscana Menor).
En realidad, la beatificación de los mártires
del Quiché destaca por ser un reconocimiento
múltiple, como múltiples fueron las masacres
contra centenares de aldeas que enteramente
fueron quemadas o acribilladas. Por lo mismo,
vienen a representar unos signos que expresan
la victoria de la resistencia ante los poderes
avasalladores criollos y mestizos burgueses
que siguen imperando en Guatemala.
Es la identificación del clamor y necesidad
de reparación de las miles y miles de víctimas
del conflicto armado interno que sigue
franqueando sus mecanismos de alienación
y cooptación de las estructuras por medio
de las cuales las nuevas oligarquías siguen
reproduciendo sus estrategias de ladinización
y “blanqueamiento” racista y monocultural.
Visto desde esta perspectiva, la beatifi-
cación de los mártires del Quiché viene a
corresponder a esos momentos que, como
diría el P. Ignacio Ellacuría, SJ, operan llana
y diáfanamente las rupturas de cualquier
estandarización histórica prefabricada. Como
un desgajamiento exigitivo, estabilidad —
liberación—, subtensión dinámica (1999, p.
75), dando paso a la generación de las reali-
dades que le son en propio, las cuales ya no
estarán sujetas a mimetizaciones ni a sesgos
interesados.
De ahí, pues, que estamos ante un
momento de autenticidad histórica que, de
ser asumido en la trasparencia de su autenti-
cidad, es un peligro para los
status
de poder,
pues descongela el carácter trascendental
de las motivaciones de liberación social
que subyacen al silencio, la humillación y
la opresión, convirtiéndose en una especie
de convocación de movimientos sociales de
reivindicación y provocación a los garantes de
la dominación.
3. Religión, ideología colonial y
silencio político
La fuerza especulativa colonial desarrolla
una serie de mitos y arquetipos modernos
por medio de los cuales se fundamentan los
estereotipos ideológicos de dominación. La
pluralidad de visiones que sostenían las cate-
gorías de las cosmovisiones precolombinas
fueron sustituidas de golpe, en un choque civi-
lizacional, quizá no de la noche a la mañana,
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pero casi, desde los procesos inquisitoriales
durante la conquista.
Estos procesos se delinearon desde los
nuevos conceptos, los cuales dictaron las
formas de entender y asumir la vida. La
fuerza bruta, acompañada de arsenales mili-
tares superiores, fue uno de los instrumentos
fundamentales de anteponer el nuevo sistema
de cultura y sociedad. Con estas imposiciones
neosociales y neoculturales, se erguirá la
matriz del sistema colonial, que definirá el
destino de estas regiones marcadamente
indígenas.
La historia no es solo un cumulo de
momentos en el espacio y en el tiempo, son
modos de estar presente en la realidad, de
comprensión del ser humano y de asenta-
miento ideológico. Las demarcaciones de
esta ideología pueden estar ancladas desde la
clarividencia de la consciencia cultural o desde
su obnubilación y modificación interesada.
En todo caso, los compuestos ideológicos,
fundamentalmente liberales y modernos de la
colonialidad del poder heredado, siempre han
estado a la base de las perspectivas morales,
que han estado modelando el espectáculo
aquiescente de unas élites que sostienen
su poder, con las estructuras políticas a su
servicio y los arquetipos ideológicos de su
funcionamiento social.
Y, de hecho, los entramados metafísicos,
gnoseológicos y epistemológicos parecen
responder a esas formas antropológicas que
se hacen estructuras y van determinando el
posicionamiento oligárquico del poder. Es
interesante cómo, incluso el hibridismo y el
sincretismo que conecta ideológicamente las
raíces de la ancestralidad alcanza a consolidar
las improntas religiosas y militares de la colo-
nización y la neocolonización.
El elemento religioso no es excepciona-
lidad en un conglomerado ideológico como
el de la colonia, sobre todo como rol persua-
sorio, lo cual le coloca en situación de privi-
legio por su capacidad de legitimar el control
estatal no solo de los cuerpos, sino también
de la interioridad psíquica y biotrascendental,
de la composición interesada de la historia,
fundamentalmente en los estereotipos republi-
canos y nacionales (Soria, 1986, pp. 37-38).
Pero también puede representar, en deter-
minados momentos, la verdad coherente y
paralela y desideologizadora, por la ineludible
conexión étnico-religiosa e intelectual. Con
los mártires del Quiché, nos encontramos con
procesos evidentemente liberadores, donde la
desalienación cae por su peso.
La identidad indígena maya quiché e ixil
se redescubre, desde el interior de la cultura,
donde reside lo no doblegado a la hibridación
o al sincretismo religioso e ideológico político,
lo que genera una relevante participación
social de colaboración, tanto efectiva como
afectiva, en la transformación y construcción
de una potente y nueva realidad.
La lectura que se puede hacer de esta
coyuntura de realidad histórica permite
superar la relativización instrumentalizada y
le da vida a detonantes insurgentes y signifi-
cativos de concienciación de una real y nece-
saria liberación, por encima del aparente éxito
genocida militar, que no solo es reducido a
una función servil y punitiva de la demagogia
colonial (Alvarenga, 1996), sino también es
evidenciada en su degradación moral.
Así como el momento de crisis política es
utilizado para la represión ideológica-religiosa,
el adoctrinamiento autodestructor y la intro-
yección del terror, también es el cauce de la
introspección y la extroversión de la resistente
identidad. Esto viabiliza el conflicto de inte-
reses, sobre todo en lo que se refiere al cues-
tionamiento espontaneo de la consciencia,
del sentir como pueblo explotado y oprimido.
Por lo tanto, no solo se agudizan los
pseudorrefugios ideológicos, especialmente
los de cuño religioso, sino que se legitima la
convocación a la protesta y la rebelión de
las grandes mayorías empobrecidas; en el
caso del Quiché, de los miles de indígenas y
campesinos que no claudicarán a su conver-
sión social, política y religiosa de carácter
liberador. Romperán a voz en cuello el silencio
político instrumental.
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La confrontación ideológica adquiere
carácter político, sea como argumento militar
y paramilitar de las élites oligárquicas o,
paralelamente, en las expresiones indígenas,
sociales, religiosas, políticas y culturales más
significativas. Se verá desde la fe, la biblia,
los sacramentos, la celebración litúrgica, etc.,
e incluso desde las formulaciones y símbolos
devocionales,
2
que están arraigadas al fiel, al
creyente.
El mismo compromiso religioso, conside-
rándose al contraste político con su función
de cohesión social, será considerado como
subversivo y perseguido hasta el grado de la
humillación, la tortura y el asesinato. Este dato
que será una constante en todos los procesos
de presión y represión militar y guberna-
mental, desde los derroteros coloniales y sus
condicionadas formas de mantenerse en el
poder.
Es esta insurgencia, casi natural a la cons-
ciencia desideologizada, la que no cabe, en un
sistema que automatiza las mediaciones polí-
ticas con todas sus estructuras, en una ideo-
logía de corte moderno liberal y neoliberal.
Sabe situarse en el desentrañamiento del
potencial liberador de la gente y vehicularlo a
un auténtico compromiso ético de liberación,
desde su empoderamiento social y cultural.
Desde este modo, las recientes beatifi-
caciones martiriales que han acontecido en
Guatemala no solo tienen una acepción reli-
giosa y cultural, sino también política y moral,
dejando en entredicho el proyecto civiliza-
cional colonial, sus postuladores, gendarmes
y acreedores privilegiados, y reivindicando la
respuesta cristiana, la socialización de la obje-
tiva opresión y la necesaria protesta-propuesta
de la organización popular (Werner, 2015).
2 El rosario encontrado en el bolsillo del pantalón de Juan Barrera Méndez (Juanito, el niño mártir de Zacualpa)
evidencia del “terrorismo revolucionario” que habría de ser exterminado, en el caso de este niño y los otros
nueve mártires beaticados, representación excepcional del genocidio de miles y miles de indígenas y
campesinos asesinados con lujo de insensatez, tortura, saña y barbarie.
3 Terminología sociológica de la Iglesia católica para referirse a un territorio eclesial, tanto humano como
material, que corresponde a una determinada diócesis. En el caso histórico que estamos tratando, la diócesis
del Quiché. Fundamentalmente, en la época de la atención pastoral de la congregación de los Misioneros del
Sagrado Corazón de Jesús (MSC) y la consuetudinaria conguración diocesana en la actualidad.
Cualquier correlación con estas perspec-
tivas de socialización cultural y religiosa de la
liberación, inmediatamente es etiqueta, como
degeneración del sistema dictatorial, y, por
su puesto, será castigada por el patriotismo
antisubversivo y el anticomunismo nacional.
Se hará desde la política de tierra arrasada de
la seguridad nacional o desde la cooptación
económica e intelectual, donde se reproducen
los esquemas de sumisión y dependencia polí-
tica, religiosa, colonial y neocolonial.
4. Genocidio: entre la locura del terror
militar y la esperanza cristiana en una
Iglesia local
3
Las fuerzas y sinergias populares desde
la conquista son intervenidas a partir de los
juegos de intereses coloniales con una serie
de “naturalizaciones” que son utilizadas por
el sistema como la base de las estructuras
a su servicio para mantener la dominación;
puede llamarse “estrategia oligárquica”,
pero es presentada como “proyección social
de progreso y desarrollo”. Sin embargo, en
cuanto estas son articuladas para el servicio
de la conciencia social de liberación, son
perseguidas como subversión y comunismo.
Los que parecen sanos movimientos de
liberalidad económica y estructuración del
orden social en la perspectiva del neolibera-
lismo mundial se convierten en obligaciones
extenuantes bajo una explotación subven-
cionada y la miseria encarnecida para las
grandes mayorías indígenas en Guatemala.
Cuando se alcanza a liberar esa liberalidad
inoculada y se logran las asociaciones identi-
tarias, como la operada por la reciente beati-
ficación en la zona del Quiche, son evidentes
los visos de ruptura del silencio y la concien-
ciación de su opresión.
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Aunque estas prácticamente son expe-
riencias con una relativa temporalidad, no
dejan de ser indicadores de apropiación social
de construcción histórica, que interrumpen
gnoseológicamente la cooptación del incons-
ciente colectivo, la discriminación y el acto
discriminador cultural y, de alguna manera,
cuestiona la denodada cooptación estructural
de las tradicionales élites en el poder.
La concepción modélica de la oligarquía,
entonces, tiende a verse, momentáneamente
cuestionada, no solo en sus estructuras
externas, sino en los marcos ideológicos de
representación de intereses, lo cual, en una
sociedad como la guatemalteca, tiende a
remover el antagonismo cultural, es decir, sus
connotaciones psicosociales colectivas (Martín-
Baró, 2020, p. 390). Esto, en los pueblos
indígenas, está directamente relacionado con
la racialización del poder, el cual esta aposen-
tado en las manos de los criollos y mestizos
descendientes.
A este compuesto ladinoideológico de
aculturación en el que descansa la supe-
restructura de discriminación, sin embargo,
le ha sido imposible acabar con las raíces
ancestrales que están presentes en el plano
sociológico. Con mucha fuerza, aparecen en
estos momentos sociohistórico-religioso, lo que
quiere decir que las culturas se encuentran
vitalmente secuestradas, como en un calabozo
de racismo y marginación.
De estos impulsos, necesariamente,
pueden sorprender las fuerzas que se correla-
cionan para realizar los cambios culturales que
sean necesarios, quizá en la preparación y la
organización de una actividad religiosa que,
sin embargo, reencausa no solo postulados
de cambio y transformación sociocultural,
sino también el despertar de la capacidad de
mantener una identidad colectiva.
En cuanto se establezcan las correlaciones
de fuerza, y puedan operarse los deslinda-
mientos subjetivos de la alienación o culturi-
zación colonial, será inevitable la ruptura con
la mítica unción oligárquica, especialmente
en una geopolítica mundial, en la que cada
vez más la multiculturalidad deja de estar a la
sombra del proyecto único de la globalización
neoliberal y se abre paso a las reafirmaciones
culturales y los humanos reconocimientos.
La confirmación de los genocidios a
nivel mundial, la devastación ecológica del
proyecto económico capitalista, la cada vez
más presente valoración cultural, por lo menos
a nivel turístico mundial, van paradójicamente
desde el terror que generan, posibilitando
también la socialización de la calidad identi-
taria y cultural, y además redefinen las prio-
ridades comunitarias ancestrales de un buen
vivir.
No solo desde los indicadores de desa-
rrollo de la civilización colonialista, sino en
sus más intrínsecos potenciales en la cultura,
encontramos en afirmaciones autorizadas,
como la aseveración de Mons. Rosolino
Bianchetti, en una entrevista publicada en
YouTube
por los Misioneros del Sagrado
Corazón. En uno de los documentales que
circularon previamente a la beatificación, el
actual obispo titular de la diócesis del Quiché
hace afirmaciones que colocan este aconteci-
miento en la perspectiva de los signos de los
tiempos.
En su alocución, el obispo Bianchetti
(2021) deja claro que en Roma están muy
ilusionados porque en Guatemala ya no se
habla únicamente de las semillas del verbo,
pues ya hay frutos, los beatos son ese fruto
más bonito y más bello que haya podido
producir la buena noticia de Jesús en estas
tierras, regadas por la sangre de los mártires.
Pasando la realidad de los pueblos
quichés, ixiles y q’eqchíes por el lente de la
mundialidad digital, nos encontramos que
su inserción no siempre es reconocimiento y
dignificación, sino más bien una subsunción
que les invisibiliza cultural e idiosincrática-
mente en una hibridez endógena que socapa
de inclusión y promueve un pluralismo enaje-
nador de las identidades indígenas.
Esta engañosa integración es más percep-
tible cuando se agudizan las maniobras de
selectividad social y civilizatoria. El alcance
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teórico ideológico se visualiza en la materia-
lización histórica de una especie de enclaves
imperiales que, al estilo cultural griego o polí-
tico romano, pretenden intervenir y redimir
el mundo social y religiosamente al modo
convencional occidental.
Cuando los cauces de información son
controlados por una denodada manipulación
y jaloneo de intereses, se establece una dico-
tómica y asimétrica relación cultural, no solo
en lo que se refiere al poder político institu-
cional, sino también del poder que generan
realmente las relaciones y los vínculos de
una historia de vulneración y humillación
de los pueblos indígenas. Esto coarta anti-
cipadamente su propia incursión cultural y
la condena a un simple acondicionamiento
tautológico.
De la misma manera, no es de extrañar
que, aunque lo que aparece en primera
instancia es la gran desigualdad económica,
la afección fundamental es en el incons-
ciente colectivo de reivindicaciones, que
influye cognitivamente en la afectividad de
los pueblos y los condena a la inefectividad
de su potencial, que coarta la posibilidad
de un empoderamiento fraternal lógico y
material-institucional, y coadyuva a la inevi-
tabilidad del sistema o régimen, por muy
autoritario que parezca o sea.
5. El fetiche anticomunista y la
legitimación del genocidio en
Guatemala
Un acercamiento formal a la realidad de
los años sesenta en el área centroamericana
inmediatamente nos remite a la historia
de opresión que se reinventa por los años
sesenta en forma de dictaduras que irán
delineando un modo de construir sociedad.
Guatemala seguirá la misma ruta y comenzará
una cacería de brujas anticomunista tras los
lineamientos del militarismo que acompañará
una especie de nuevo imperialismo que aún
hoy continúa en este afán, pero no acaba de
consolidarse.
Es subjetual, pero bastante objetivo dada
la contundencia, que la membresía neoliberal
ha hecho historia meritoria desde el interior de
las estructuras de poder, que se ven obligadas
a venderse a cualquier precio, con tal de no
perder los privilegios de poder que les han
dado la posición de verdugos de sus mismos
connacionales, manteniendo los antiguos
esquemas opresores que aseguraron el poder
de los señores colonos y conquistadores.
El afincamiento consciente o inconscien-
temente de un neocolonialismo no desdice,
más que en sus revestimientos transmodernos
de la dominación en la era digital, todos los
procedimientos de subyugación y negación
de la identidad y supremacía de las raíces
culturales que perviven, aunque sea en actitud
de pasivo potencial humano y activo capital
económico. Esto puede valorarse de manera
más contraética después de las garantías
económicas que le ha generado la pandemia
del covid-19.
La continuidad del poder colonial es
una especie de maldición que, encubierta
de liberalismo y modernidad, retrotrae los
dinamismos de humanidad, los mismos que
fueron propugnados en el encuentro de los
blancos conquistadores, los indios no-hom-
bres y los negros animales de tiro y carga.
Por supuesto, en el sentido humano de la
actualidad, cabe mejor situarlos en algún
lugar de reconocimiento multicultural, pero sin
prescindir de las mismas posiciones, las cuales
no permitan otro modo de expresión social.
Por las connotaciones que el sistema ha
venido adquiriendo, pareciera que el exter-
minio de lo que genere una vitalidad que no
esté en línea con la plasticidad de lo sintético
no tiene cabida y su exterminio es como un
deporte, cuando se siguen repitiendo historias
de genocidio con las mismas características
de la gran invasión, pero como un fenómeno
que podría generar controversia cognoscitiva
por los estigmas autodestructores homicidas.
Es impensable, después de la devastación
cultural, asumir una responsabilidad; sería
hacer consciente una especie de culpa histó-
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rica por la que habría que pedir perdón, como
de alguna forma se empeñaron en hacer los
Misioneros del Sagrado Corazón, venidos de
España en 1955, asumiendo esta vasta región
como lugar sociológico de reivindicación y
manera de hacer presencia liberadora en la
región.
Desde 1965, cuando en poco tiempo
había adquirido las providencias necesarias
para ser erigida diócesis, con unas formas
completamente adversas al sistema mono-
cultural del hibridismo colonial, el proceso
de autenticación cultural irá fortaleciéndose
al compás de los movimientos de toma de
conciencia, generados por el compromiso
de la Iglesia católica en América Latina a
través de su estructura jerárquica más autori-
zada, el Consejo Episcopal Latinoamericano
(CELAM).
Con el nombramiento de Mons. Juan José
Geradi Conedera y las pautas del CELAM,
fueron dando a la pastoral de los Misioneros
del Sagrado Corazón una autenticidad eclesial
y evangélica que hasta el día de hoy sigue
siendo emblemática, por la formación y la
organización laica que asumió su pastoral,
pero al mismo tiempo contraproducente para
el sistema de manifiesta imperialidad que se
configuraba en el hemisferio.
Bajo estas nuevas tendencias socio-
rreligiosas, se desatará una encarnizada
persecución contra la Iglesia católica a nivel
continental y contra aquellos grupos religiosos,
cristianos o no, que ofrecieran resistencia a la
geopolítica imperial con acento colonial. Al
mismo tiempo, en distintos puntos del planeta,
también se estará despertando la conciencia
por alcanzar niveles de liberación y reivindi-
cación social y cultural; de ahí que muchos
grupos religiosos, de corte protestante, serán
enviados con fines específicos de complicidad
con el sistema militar y económico neoliberal,
o deberán asumir el régimen de contrainsur-
gencia si pretenden sobrevivir.
Aunque estos procesos de sometimiento,
racismo y exclusión contra los indígenas eran
frecuentemente después de la independencia
de 1821 (Bataillon, 2008, pp. 51-75), el
anticomunismo sirvió de bandera y escudo
para justificar el uso de toda la fuerza militar e
ideológica del Estado ladino, criollo y mestizo
en los aparatos de reproducción sistémica del
terror.
Para mantener el poder de los regímenes
elitistas (Parkman, 2006) en países como
Guatemala, por sus grandes mayorías indí-
gena mayas y una fuerza cultural que hunde
sus raíces milenariamente, la represión y
opresión necesitará crear los brazos militares y
paramilitares necesarios, bajo la sutil consigna
del anticomunismo que, al mismo tiempo,
será la fachada legal de nuevas oleadas de
genocidio.
Un nuevo Estado militar-autoritario se
irá gestando. El genocidio, el racismo, la
marginación, la opresión, la persecución y el
exterminio de todo lo que signifique indígena
irá poblando de significaciones interesadas los
organismos que tienen relación directa con la
salud, la educación, la seguridad nacional,
etc., lo que irá dándole forma al nuevo orden
económico y neoliberal de las elites oligár-
quicas que se han enquistado tradicional-
mente en el poder.
6. La represión y la ideología opresora
como mecanismos políticos de
dominación y negación cultural
La ideología anticomunista no era más
que la oportuna justificación de la represión,
la que al mismo tiempo reforzaba la nece-
sidad de organización popular. La beligerante
pobreza y la marginación a nivel nacional
de las grandes poblaciones del Quiché fue
aumentando el deseo consciente de alcanzar
niveles de vida más sustentables, pero sin
tener que vender su identidad cultural o
seguir en esa entrega obligada de sus recursos
y valores, condicionados a su sobrevivencia.
El gran problema es que, aun y con todos
los alcances positivos de la organización polí-
tica y las mejoras de sus comunidades, estos
esfuerzos no han sido suficientes para alcanzar
su liberación integral. Sin embargo, el espíritu
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religioso alcanzado por las nuevas propuestas
pastorales y evangelizadoras caló hondo en
las correlaciones sociológicas de los pueblos y
sus aldeas, como lo hizo en gran parte de la
América Latina, generando incluso aperturas
ecuménicas con la cultura y otras confesiones
que han venido convergiendo en la recupera-
ción de ideales del cristianismo primitivo.
La negación de oportunidades para entrar
asimétricamente en el mercado laboral, en la
participación política e incluso en una configu-
ración religiosa desde los enclaves originarios
de una conciencia cristiana han imposibilitado
el avance de lo que podría ser un catolicismo
más incisivo, sobre todo las bases radical-
mente instaladas, no solo como la superficia-
lidad de las sectas anticomunistas, sino desde
la autocomprensión de posibilidades sinérgicas
de una dinámica y actualizada eclesialidad
social y cultural.
Las barreras y los vicios coloniales y
neocoloniales de las oligarquías les ha consti-
tuido en verdugos de las mayorías indígenas,
y aquellos convertidos en conciudadanos del
Estado nacional se vuelven vasallos en un
sistema y constriñen cualquier posibilidad de
ascenso que pueda entorpecer sus planes de
conservación de estatus y privilegios de poder.
Harán todo lo que está a su alcance para no
perder esas posiciones y por impedir que
estas puedan descansar en las capacidades
indígenas, que no dejan de dar signos de
asimétricas potencialidades.
Los rasgos de este antagonismo articulado
con consciencia de causa sigue siendo la
normativa antiindígena en Guatemala, quizá
por una especie de amenaza natural, que se
empeña en seguirles viendo como artículos
exóticos y de turismo, más que como los ar-
fices y constructores de unas de las regiones
auténticamente culturales de Centroamérica,
que de alcanzar posiciones abiertas y jurídi-
camente reconocidas podrían darle un cariz
de una sustancial y sostenible calidad de vida.
La resistencia indígena sigue planteando
las mayores perspectivas de futuro para la
región en lo que a buen vivir se refiere, desde
la comunidad contrahegemónica, capaz de
cohesionar identidad, autonomía y soberanía
cultural. La beatificación de siete indígenas
y tres sacerdotes españoles, con quienes
trabajaron mano a mano y asumieron luego
un protagonismo, ha marcado procesos inter-
culturales de socialización religiosa, política y
epistemológica.
La producción liberal ha cosechado una
institucionalización de la violencia opresora
y represora, que mantiene la negación y la
marginación de lo que, de ser asumido en su
profundidad sociocultural, podría dar libertad
de gestión y sostenimiento integral y soste-
nible de recursos, como la misma organización
desde objetivos completamente diferentes a
los del resguardo de intereses de una oligar-
quía trasnochada. No podemos poner en
cuestión la asimetría de capacidades, sino el
conflicto de intereses que detiene la explora-
ción de posibles actualizaciones de progreso
y desarrollo da carácter originario y cultural.
Con la beatificación de los mártires del
Quiché, se reivindica el valor de las semillas
del Verbo, como reconocimiento cultural de
las significaciones ancestrales de la experiencia
religiosa de los pueblos originarios, que con
este acontecimiento tiene un valor no solo
sociológico, sino político y que, de acuerdo
con los parámetros epistemológicos, podría
abrir la antigua reflexión sobre la dignidad
humana defendida por Bartolomé de las
Casas y Antonio de Montesinos.
El estigma y estereotipo para clasificar
a los pueblos, cuando su pasiva resistencia
es colmada y hacen unos de sus legítimos
de derechos de defensa, es de “violentos”
(Alvarenga, 1996). Así lo confirma la historia
de levantamientos y movimientos insurrec-
cionales, por ejemplo, el etnocidio de 1932
en El Salvador y la relativa identificación con
la historia de dictadura y poder militar con
Guatemala
Bajo estos postulados, se argumentarán
la represión de las fuerzas establecidas y de
poderes facticos en la región centroamericana,
las cuales se han preparado sobremanera con
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estrategias de tierra arrasada y han equipado
sus guarniciones militares para socavar de
manera abrupta con asesinatos en serie contra
civiles, incluso de muchos indígenas, mujeres
embarazadas, niños y niñas, que no tenían
conciencia de por qué les mataban.
Estas y otros modos de estrategias contra-
insurgente, como la de “quitarle el agua al
pez”, que consistía en arrasar comunidades
enteras de indígenas mayas, cuyo delito era
ser pobres, campesinas e indígena, de alguna
manera reforzaba la responsabilidad con la
justicia y dignidad de su pueblo, asumiendo
responsabilidades, inspirados por proyectos
sociales y de mejor calidad de vida, de
profundidad cristiana o religiosa, o incluso de
acceder a un grupo de reivindicación armada;
en todo caso, tenían presente que eran
opciones a riesgo de perder la vida a manos
del ejército nacional o grupos paramilitares de
exterminio.
Estos han sido procesos constreñidores de
la voluntad indígena o de los que se atreven
con ellos a hacer causa común de liberación,
adoptando las características de sometimiento
y control que va pasando del declarado mili-
tarismo asesino a la utilización de los actuales
medios de difusión masiva, incluso desde las
posibilidades digitales y cibernéticas actuales
(Leona, 2011, p. 123), desde las cuales se
intercepta, interviene y neutraliza cualquier
movimiento contra sistémico.
7. De un itinerario de muerte y
dogmatismo genocida a la esperanza
reivindicativa
Las reflexiones en torno a los hechos
martiriales, exhaustivamente investigados y
pronunciados por la Iglesia católica, como la
beatificación de los diez mártires del Quiché,
los siete indígenas catequistas y los tres sacer-
dotes misioneros del Sagrado Corazón de
Jesús hunden sus raíces en la prominencia
de la herencia de los Estados nacionales, que
surgen como impronta de la independencia
del poder español.
Estas gestas, que en un primer momento
asumen carácter emancipador, analizadas con
más detenimiento, sobre todo desde lo que
significó posteriormente en Estado nación,
como estructura elitista política poscolonial, es
claramente identificable con la contrapartida y
la sutilidad para la preservación del
statu quo
neocolonial.
Para la puesta en marcha de la política
militares anticomunistas será determinante
la conservación de los intereses criollos
y mestizos liberales, que tienen su base
en las grandes gestas independentista en
Centroamérica y en la certera afirmación
histórica del acierto oligárquico en la conser-
vación de intereses que, desde el primer
momento, pusieron en evidencia la nula
importancia por el desarrollo de la región, ni
siquiera desde la perspectiva de una alianza
política de intereses, sino que se alejaron
consecuentemente de los intereses comunes
de la federación centroamericana.
La unidad que pudo verse como una luz al
enfrascamiento de los procesos de evolución
social quedó especulada en un proyecto que
nació muerto, sobre todo por el afán hege-
mónico y monopolizador de las élites econó-
micas. Estas cada vez estarán más arraigadas
en su rol de estertores únicos del comercio
y la mercantilización, participando como
colaboradores directos del orden neocolonial
mundial.
Con el café, la mano de obra barata
en las compañías cañeras y bananeras, las
agroexportaciones, los enclaves de corpo-
raciones transnacionales, las maquilas, y el
consumismo interno de productos sintéticos
importados, etc., en su conjunto, procurarán
no solo la subalternización territorial, sino
también la simbólica cultural (AVANCSO,
2012, p. 65), favoreciendo un campo idílico
para la introyección ideológica del neolibera-
lismo y la expansión transmundialzada de un
nuevo orden político, social, cultural y militar.
Fue connatural a la región centroameri-
cana la búsqueda de liberación, desde las
expectativas del poder popular, en Guatemala,
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aunque se comparte, con la región centroa-
mericana, el surgimiento de movimientos de
protesta (ASIES, 1991), alzamientos armados
y organización para resolver los problemas
básicos de la población, como la tierra, la
salud, los sueldos dignos y la educación.
El panorama se mostrará más complejo
cuando estos temas habrán de tratarse desde
consideraciones pluriculturales mayas, en las
que primará un debate por la interculturalidad
de sus poblaciones, desde la diversidad de
sus posiciones que, aunque hay convergencia
cultural en elementos comunes, comparten
características que redimensionan y resitúan
particularidades étnicas.
Aunque haya mayor conciencia de la
necesidad de romper con las viejas estruc-
turas de poder colonialista (Torres-Rivas,
2015) y de canalizar las correlaciones y el
empoderamiento procesual de una intercul-
turalidad crítica, la misma que aun con el
reconocimiento de la comunidad internacional
con la entrega del Premio Nobel de la Paz a
Rigoberta Menchú, no alcanzarán los aparatos
institucionales civiles, ni en lo gubernamental,
ni en lo no gubernamental, para el estable-
cimiento de una participación plurinacional.
A pesar de no concretarse y activarse los
mecanismos institucionales, en la perspec-
tiva de la construcción de un Estado nación
incluyente y soberano desde la especificidad
indígena del país guatemalteco, será impo-
sible para las políticas estatales de desarraigo
cultural cooptar la subjetualidad protagónica
y la subjetividad relacional, que hunde sus
raíces en aspectos ético-religiosos e incluso
los elementos católico-cristianos que han sido
incorporados.
El sentido de la comunidad, la solida-
ridad, el cuido y el respeto de lo humano y la
naturaleza en relación directa con el proyecto
social concebido por su cosmovisión ances-
tral seguirá siendo el referente interpretativo
de los hechos de su cotidianidad, lo cual ha
quedado de manifiesto cuando asume las
beatificaciones de los mártires del Quiché con
serenidad y alegría.
La resistencia se refuerza en la esperanza
que ofrece la reivindicación eclesial de las
opciones cristianas que se ven patentizadas,
tanto a nivel de creencias y convicciones,
como en las opciones religiosas, políticas
y sociales de los que ya son públicamente
venerados y ofrecidos como modelo de
vida personal y colectiva, en la búsqueda de
condiciones de mayor dignidad e igualdad
humanas.
8. Conclusiones
Necesariamente, abordar las recientes
beatificaciones del Quiche, en Guatemala,
desde el genocidio y la barbarie militar con
sus política del terror y el control desde el
enfoque civilizatorio criollo y mestizo, burgués,
colonial y neocolonial podría parecer una
ingenuidad sociológica; sin embargo, la
historia pareciera avalar el acontecimiento
sociohistórico en afirmación de identidades
que pueden dar origen a grandes movi-
mientos, no solo religiosos, que es de espe-
rarlos y suponerlos, sino también sociales y
político-culturales.
Esta correlación entre cuestionamiento y
su correspondiente actualización de compro-
miso social buscan transformaciones y reivin-
dicaciones sociales que tienen que vérselas
de frente con la barrera infranqueable de
la arquetípica dominante. Por lo tanto,
nuevamente suele enganchar a las mayorías
oprimidas en las formaciones laborales y
de explotación subsidiadas por las grandes
corporaciones y las pequeñas sucursales a su
servicio.
Sin embargo, hay una arquetípica más
representativa y es esa que viene dada por
una herencia ancestral que tiene constantes
actualizaciones, pero no alcanza el ritmo
meritorio para no desvincularse de la poten-
cialidad sistémica que la amordaza (García
Canclini, 2008). Esta no puede desintegrar las
posibilidades de autodesideologización comu-
nitaria cuando la confraternización interactúa
cultural y subsidiariamente.
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Es un fenómeno deliberativo e histó-
rico, tiene características religiosas que son
ineludiblemente políticas y eso suele ser una
constante amenaza cuando alcanza niveles en
los que la conciencia de religación adquiere
legitima y natural supremacía, que incluso
es capaz de desestructurar los hilos que ha
venido tejiendo y teje aún en la actualidad el
hermetismo colonial.
La ideología del sistema hegemónico
pareciera ser irreversible en sociedades donde
aún deslumbra con la demagogia de un
capitalismo altruista y benéfico que, aunque
continuamente se ve interpelado en las cons-
tantes crisis de “civilización”, no alcanza a
autointerpelarse, ni siquiera por los llamados
de humanización o moderación, contra el
espejismo depredador de los postulados de
lucro y competencia, más aún cuando tiene
que sujetarse a un rebalse habilidoso y a sus
reacciones cuando se descubre amenazado.
Ante manifestaciones coherentes, que
paulatinamente llaman a una conversión
ética, el control y la persecución de las únicas
posibilidades y medios que le quedan a los
pueblos son: la protesta y la confrontación
moral contra la corrupción y la cooptación
político-estructural pactada, que clasifica
la continuidad en el poder, y la ineluctable
persecución del profetismo, sea civil o reli-
gioso confeso, que se vuelve un imperativo
cotidiano.
En Guatemala, desde la época de la
colonia, la opresión y represión es la realidad
continuada, aunque ahora estos mecanismos
se refinen y perfilen desde los aparatos
ideológicos y epistémicos de las tecnologías
modernas. De ahí que pongan todo su interés
oligárquico en establecer alianzas con grupos
sociales de poder económico, cúltico-religiosos
y militares. Sin lugar a duda, la estrategia
de enajenación anticomunista genocida y
la demagogia socialista-liberal repercute en
un consenso tradicional de conservadurismo
democrático.
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