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Vol. 77, núm. 768, año 2022, pp. 7 - 14
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Estudios Centroamericanos
Rutilio Grande y compañeros: una fiesta religiosa con significado social
ISSN 2788-9580 (en línea) ISSN 0014-1445 (impreso)
Rutilio Grande y compañeros: una fiesta
religiosa con significado social
Rutilio Grande and companions: A religious feast
with social meaning
DOI: https://doi.org/10.51378/eca.v77i768.6662
José María Tojeira
1
Recibido: 18 de febrero de 2022
Aceptado: 18 de febrero de 2022
1. La génesis de un mártir
El año abrió con la beatificación de Rutilio Grande, Cosme Spessotto y los
dos compañeros del primero, Nelson y Manuel, el día 22 de enero 2022. En
medio de una coyuntura política tensa, con ataques a todo mensaje religioso
que tenga algo de profetismo social, la beatificación significó una especie
de descanso y apoyo para los sectores críticos con el régimen del presidente
Bukele y la confirmación en su tarea de mantener la vitalidad de una Iglesia
que siempre ha estado pendiente de los problemas sociales y de sus solucio-
nes. La especial relación entre Rutilio Grande y los jesuitas de la UCA en esa
tarea de cambiar la realidad de opresión y marginación de los pobres amerita
que hagamos una reflexión sobre el significado de esta beatificación, preci-
samente cuando la universidad está siendo de nuevo acosada por el poder
público, enemigo de toda crítica social o democrática.
Rutilio se incorporó a la parroquia de Aguilares en 1972, después de un
largo periplo vital de incorporación a su pensamiento del Concilio Vaticano II y
de la II Conferencia Episcopal latinoamericana en sus conocidos Documentos
de Medellín. El Vaticano II lo asumió, especialmente en sus aspectos pastora-
les, en la Bélgica aperturista y conciliar del cardenal Suenens. Medellín en la
diócesis de Riobamba, de la mano de ese padre de la Iglesia latinoamericana,
Mons. Leonidas Proaño, protagonista con otros pastores de la renovación
de una Iglesia participativa y cercana a los pobres. Todavía en la diócesis de
Riobamba conservan el austero lugar donde Rutilio se alojó. Su vida en el
1 Director del Instituto Universitario de Derechos Humanos de la Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas (IDHUCA). Correo electrónico: jtojeira@uca.edu.
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Editorial
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seminario, sus diálogos y seguimiento de los seminaristas, sus conversaciones
con su amigo Mons. Romero, fueron formando ese carácter abierto a las
necesidades de la gente, empático con todos, respetuoso con las tradiciones
populares y capaz de desafiarlas desde el Evangelio y la hondura del senti-
miento popular. Sin darse plenamente cuenta, se iba construyendo en su vida
esa dimensión profética que después estalló en plenitud martirial en Aguilares.
Porque Rutilio Grande fue, efectivamente, un profeta de fuertes raíces
sociales. En la dura explotación que predominaba en el campo, se esforzó no
solo en crear conciencia entre los campesinos, sino también en empoderarlos
y animarlos a organizarse y buscar soluciones a sus problemas. El acapara-
miento de la tierra en pocas manos, la pobreza, la marginación en el campo
educativo eran realidades permanentes e hirientes, que llevaban al reclamo,
al enfrentamiento y, en un primer momento, a la violencia represiva. Rutilio
sabía que el Evangelio de Jesús no era un recetario espiritualista, sino que lle-
vaba siempre a la fraternidad y a la justicia. Los mecanismos de avance en la
denuncia y la consiguiente propuesta de un mundo diferente la propugnaban
desde algunos años antes los jesuitas de la UCA. Sin olvidar las características
propias de una pastoral parroquial, a Rutilio le gustaba conversar y apoyarse
en los análisis de sus compañeros universitarios, y contrastar los análisis con
su propia experiencia de cercanía con los pobres. Pues, aunque escuchaba
con respeto e interés a sus compañeros universitarios, el lenguaje, la cerca-
nía humana, la transmisión del Evangelio y la simbología de apropiación y
difusión del mensaje evangélico eran muy propios de Rutilio. La religiosidad
y la cultura popular que dominaban la zona se convirtieron en él, así mismo,
en instrumento de anuncio de los valores del Evangelio. La fiesta del maíz,
recuperada conjuntamente con la gente (hombres y mujeres de maíz, como
tantas veces se les ha nombrado a los campesinos desde el tiempo de los
mayas), señalaba esa intensa conjunción de los valores culturales y cristianos.
Los campesinos se apropiaban conscientemente de su propia identidad y dig-
nidad en torno a la fiesta del maíz y hacían presentes sus valores evangélicos
de solidaridad, cercanía humana, compartiendo y convirtiendo en banquete
común la fiesta de la cosecha. La mujer, especialmente, recuperaba en estas
fiestas el protagonismo y la dignidad de la creadora de vida. La elección de la
reina” de las fiestas del maíz no se elegía desde la apariencia física externa,
sino desde el trabajo y la calidad de los productos compartidos.
La lectura, reflexión y discusión comunitaria del Evangelio en los cantones
y caseríos iban señalando el camino de la hermandad y de la defensa de los
propios derechos básicos. La discusión del Evangelio se conectaba de tal
manera con la vida real que muchos campesinos quisieron aprender a leer
para poder tener acceso personal al Nuevo Testamento. Rutilio, en el proceso
de aprendizaje de la lectura, impulsó la metodología de Paulo Freire, que
acababa de publicar poco antes la
Pedagogía del oprimido.
Y el Evangelio le
ofrecía la posibilidad de poner valores fraternos y deseados como contrapunto
de una realidad de pobreza y marginación. El espíritu profético crecía y se
iban conjugando las dos grandes capacidades de Rutilio y Ellacuría unidas
posteriormente en la generosidad del martirio. Todo el tono, la frase y el es-
píritu de Rutilio era profecía. Ellacu, como le decían sus compañeros desde
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la amistad, no era un profeta, sino un intelectual con un muy alto desarrollo
de la racionalidad y con una enorme capacidad de análisis y de propuesta.
Respetaba la profecía y sabía complementar la intuición del profeta con el
análisis social y con el diseño de posibles caminos hacia el futuro. Lo hacía en
tiempo de Rutilio, tratando de evitar la catástrofe que se cernía en El Salvador
previo a la guerra y lo demostró después, cuando supo insistir, desde el primer
momento del estallido de la guerra civil, en la necesidad de diálogo y de una
salida pacífica del conflicto. A Rutilio, que llegaba con relativa frecuencia a la
casa de los profesores de la UCA, le gustaba escuchar los análisis del rector y
compartir también con él y su comunidad los pasos que iba dando en el cam-
po de la pastoral social. La profecía se enriquecía con el método y la reflexión
sistemática, y el pensamiento racional con la experiencia de un pastor que
sabía conectar con las profundas esperanzas de su pueblo.
Años después del asesinato de Rutilio y reflexionando sobre la “conversión
de Mons. Romero, Ellacuría decía que “el asesinato del P. Grande, el primero
de los sacerdotes mártires que le tocó entregar, sacudió su conciencia… Se
le descubrió algo que antes no había visto, a pesar de su buena voluntad y
de su pureza de intención, a pesar de sus horas de oración y de su ortodoxia
repetida, de su fidelidad al magisterio y a la jerarquía vaticana… Esto nuevo
fue la verdad deslumbrante de un sacerdote que se había dedicado a evan-
gelizar a los pobres” y que fue asesinado porque esa evangelización condujo
a los pobres a historizar la salvación con un proyecto liberador. Ahí inició
Romero su historia de profeta y mártir “no porque él la hubiera elegido, sino
porque Dios lo llenó con las voces históricas del sufrimiento de su pueblo
elegido y con la voz de la sangre del primer justo que moría martirialmente
en El Salvador actual para que todos tuvieran más vida y para que la Iglesia
entera recuperara su pulso profético” (Ellacuría,
Escritos teológicos,
p. 96). No
hay duda de que la experiencia atribuida a la vida de nuestro hoy san Óscar
Romero fue también parte no solo de la reflexión teológica de Ellacuría, sino
de su conversión a una historia personal de salvación que le llevó también a
la ofrenda martirial de su sangre.
2. Hombre de fe y de Iglesia
Rutilio no habría llegado a ser considerado mártir si no hubiera tenido una
profunda convicción en que el camino concreto de Jesús de Nazaret le daba
sentido a su vida y a su trabajo. Lo que desde la perspectiva cristiana llama-
mos fe implica, humanamente hablando, el asentimiento radical a un modo
de entender la vida como agradecimiento y como responsabilidad. Y era
precisamente esos dos aspectos los que establecían un vínculo muy profundo
con el campesinado. Rutilio se sentía agradecido por ese modo salvadoreño
de ser, en la vida, solidario, vinculado a la tierra y a la comunidad. Y al mismo
tiempo se sentía responsable de que esa actitud solidaria y, hoy diríamos, eco-
lógica y justa, fuera compartida por todos, “cada cual con su taburete”, como
cantamos en las eucaristías inspirándonos en sus palabras. En una sociedad
profundamente individualista y consumista como la actual, y al mismo tiempo
tan dependiente de las apariencias y la propaganda, la figura de Rutilio, con
su modo de entender la vida, continúa teniendo una dimensión desafiante
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no solo en el campo religioso, sino también en la dimensión sociopolítica del
ser humano. La actitud de agradecimiento resulta indispensable para lo que
el papa Francisco, en su última encíclica,
Frattelli tutti
, llama “amistad social”.
Y la responsabilidad se vuelve imprescindible cuando en el entorno domina
la opresión del prójimo y la indiferencia o el silencio. Mientras la injusticia
estructural y el pecado social rompen la cohesión de la comunidad humana e
impiden el desarrollo del amor y la solidaridad, la comunión con el Dios amor
(Padre bueno) produce un agradecimiento que se expande socialmente como
fraternidad militante y como responsabilidad profética.
La amistad social la manifestaba especialmente Rutilio a través de su pro-
pio sentimiento de Iglesia. Seguidora de Jesús de Nazaret, la Iglesia no podía
para este mártir salvadoreño separarse de la realidad de los pobres. En el
rostro de los pobres, veía el rostro sufriente del Señor al tiempo que surgía el
deseo de liberar de su sufrimiento al oprimido. Asesinado poco antes de la re-
unión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla, junto con otros
que corrieron la misma suerte que él por su defensa de los pobres, crearon un
nuevo modo de actuar que los documentos de Puebla recogen como “proceso
dinámico de liberación integral… que pertenece a la entraña misma de una
evangelización que tiende hacia la realización auténtica del hombre” (Puebla,
480). En los números siguientes, este documento episcopal define una serie de
rasgos que en muchos aspectos reflejan este tipo de trabajo pastoral en la que
se unían a la perfección las dos claves de un solo mandamiento que exige unir
el amor a Dios y el amor al ser humano, tanto en la relación personal como
en el acontecer histórico y estructural.
Este afán de cercanía con la historia y con las personas concretas cuaja
en Rutilio a través de su dimensión eclesial, que es, o debe ser, a todas luces,
una dimensión profundamente comunitaria. Ama a su pueblo y a su gente,
se siente pastor y hermano al mismo tiempo y trata de inculcar los valores co-
munitarios de fraternidad y solidaridad en todo grupo social con el que le toca
trabajar. Desde los seminaristas con los que trabajó en el Seminario Mayor San
José hasta los campesinos empobrecidos de Aguilares y El Paisnal, junto a los
cuales buscaba liberación y justicia. Fiel lector del Concilio Vaticano II, al que
cita con frecuencia en sus escritos, junto con los documentos de la II Conferen-
cia Episcopal Latinoamericana en Medellín, busca siempre que la comunidad
cristiana se identifique y trabaje por acercarse a la comunidad del Reino de
Dios. Su relación amistosa con obispos señeros de la Iglesia salvadoreña, como
los monseñores Chávez y González, Rivera Damas y san Óscar Romero, es
fruto de esa entrega y servicio a los valores sociales y comunitarios expresados
en su opción por los más pobres. Consciente de las divisiones existentes en
la Iglesia en aquellos momentos, busca siempre unificar los carismas y poner-
los al servicio del bien común. No se desespera ante la lentitud de algunos
procesos de conversión ni ante las diversas tendencias. Y aunque sufre con
las divisiones, trata de orientar la realidad hacia la comunión. Su amor a los
pobres hace que de un modo especial respete las devociones y costumbres,
tratando, desde ellas, y no sin ellas, de enfocar todo hacia una vida cristiana
eclesial consciente, responsable y solidaria.
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En su trabajo pastoral y en sus escritos, se advierte ese profundo respeto a
la gente. La mayoría de sus escritos hacen referencia a su trabajo apostólico.
Y nos descubren a un verdadero apóstol de los que en la actualidad definiría
la Iglesia como miembro activo de una “Iglesia en salida”, así como “pastor
con olor a oveja”. Está convencido de la necesidad que tiene la Iglesia y la
sociedad de su tiempo de hombres nuevos, profundamente convertidos al se-
guimiento de Jesucristo y a la construcción de la comunidad cristiana eclesial.
Piensa que solo desde ahí existe la posibilidad auténtica de renovar adecuada
y permanentemente las estructuras injustas o de pecado. Incluso en su método
pastoral, privilegia la conversión y la profundización en la fe como comienzo
de trabajo pastoral, sobre otros métodos más preocupados del análisis so-
cioeconómico que de la vivencia religiosa, cosa que se percibe especialmente
en lo referente a la religiosidad popular, muy fuerte en las zonas rurales de
El Salvador en aquellos años. Se opone a discursos o actitudes que lleven
a la secularización o que desconcierten al campesino. Al contrario, respeta
profundamente la religiosidad popular y la ve como un elemento básico para
profundizar en la fe y la vida espiritual. El aprovechamiento de las devociones
populares y la fidelidad personal a quienes trabajan en ellas se traslucen en sus
escritos. Incluso en ocasiones, y dada su intensidad por respetar la religiosidad
y cultura salvadoreña, se advierte en él cierto sufrimiento por el estilo dema-
siado alejado de la realidad cultural de algunos compañeros de apostolado.
Hay en él una verdadera preocupación por congeniar espiritualidad intensa y
libertad creciente, procesual, en la medida en que se avanza en la conversión
y en la profundización en la fe. Incluso los análisis de la realidad nacional que
aparecen entre sus papeles de estudio están al servicio de la evangelización.
Destaca en sus escritos la preocupación por una adecuada catequesis que lleve
a vivir y hacer vivir una experiencia cristiana de comunión. En ella se centra
especialmente en la familia, insistiendo en la defensa del matrimonio como es-
cuela de solidaridad. Se preocupa, por lo mismo, de preparar adecuadamente
a los novios, insiste en la educación de los hijos y en convertir a la familia en
una auténtica “eclesiola” en la línea del Vaticano II.
En el contexto de una situación socialmente explosiva, en la que los justos
reclamos de las mayorías populares se enfrentaban con una represión cada día
más cruel y brutal, el P. Rutilio sufrió las acusaciones tan características de los
regímenes represivos en aquellos años. En realidad, era un hombre conocedor
de la doctrina social de la Iglesia y comprometido con ella. Los ataques que
recibe, e incluso las polémicas que mantiene en los periódicos, tienen como
base su fidelidad al pensamiento social eclesial. Quienes le atacan no solo
carecen de escrúpulos, sino que están acostumbrados a defender sus intereses
con la fuerza bruta. Son momentos de cambio en El Salvador e incluso en la
misma Iglesia, en la que chocan quienes tienen una visión religiosa espiritua-
lista, individualista, ajena a la realidad temporal y excesivamente ritualista, con
quienes viven simultáneamente la conciencia social que brota del Evangelio y
el escándalo de una realidad social rota por la injusticia y la violencia de los
poderosos. Rutilio une el recto entendimiento de la doctrina social de la Igle-
sia con una teología latinoamericana preocupada por la situación los pobres,
comprometida con el desarrollo de la fraternidad, la justa reivindicación de
los derechos que brotan de la dignidad humana y cristiana, y el rechazo de
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la violencia. Como todos los profetas latinoamericanos de aquella época, fue
calificado de extremista y subversivo, aunque partiera en su predicación y en
su labor pastoral de lo más hondo del Evangelio. La parábola del Evangelio
de Mateo sobre el juicio final (Mt 25, 31-46), el programa que Jesús anuncia
en Nazaret leyendo la profecía liberadora de Isaías (Lc 4, 16-21), le exigían
un compromiso claro en la defensa de los derechos de los más pobres, y le
llevaban a insistir en el pensamiento tradicional de la Iglesia sobre el destino
universal de los bienes, traducido en El Salvador como el derecho de los cam-
pesinos a la tierra y al ingreso digno.
Su respuesta ante los ataques que recibía se basó más en la insistencia de
los valores comunitarios y en la ejemplaridad de Jesús. Cuando advierte que
se está dañando a los más pobres a través del abuso de poder, su lenguaje se
fortalece y adquiere una dimensión profética y de denuncia. Pero une siempre
a la denuncia una clara exigencia de perdonar al enemigo e incluso “amar
a los caínes”, como decía en su modo de predicar, tan impactante y gráfico.
Esa defensa y cercanía con los pobres le llevó al final a morir en medio de
ellos, un adolescente y un adulto mayor como símbolo de la universalidad de
su proyecto evangelizador. Como decían los obispos en Puebla en 1978, “la
denuncia profética de la Iglesia y sus compromisos concretos con el pobre le
han traído, en no pocos casos, persecuciones y vejaciones de diversa índo-
le. Los mismos pobres han sido las primeras víctimas de dichas vejaciones”
(Puebla, 1138). Morir con los pobres es seguir el camino de Jesús, que siendo
rico se hizo pobre hasta en la muerte para enriquecernos solidariamente con
la salvación, como dice Pablo en 2 Cor 8, 9.
3. El espíritu de Ignacio
Todo este estilo pastoral y vivencia religiosa hace que la Iglesia salvadoreña
lo sienta muy suyo. De hecho, el proceso de beatificación se inició a petición
del Arzobispado de San Salvador y no desde la Compañía de Jesús, orden
a la que perteneció. Pero fueron también su dimensión religiosa y su carisma
ignaciano los que le condujeron al testimonio apostólico, sellado finalmente
con su sangre. La pertenencia a una comunidad religiosa no le aparta de
la vivencia diocesana de la pastoral, sino que le potencia como persona de
servicio y de unidad. Su vivencia honda de los Ejercicios Espirituales le lleva
siempre a actualizar su reforma de vida cada año y a buscar el mayor servicio
del prójimo como la mejor forma de impulsar la mayor gloria de Dios. Es
detallista, exigente consigo mismo y se siente especialmente invitado a tener
una plena confianza en el señor. Lector asiduo, trata de mantenerse al día con
lecturas, hace resúmenes de libros y lecturas y enfoca todo hacia un mejor y
más eficaz apostolado. Practicante de los Ejercicios Espirituales de San Igna-
cio, que le llevan a una reforma permanente de su vida, se siente impulsado
apostólicamente por la Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús,
que da a todos los jesuitas la misión de promover una fe viva, íntimamente
unida a la justicia.
Como buen jesuita, había sido formado no solo en el amor radical a
Jesucristo y a su Iglesia, sino también en una síntesis de los dinamismos uni-
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versalistas y encarnacionales de su propia orden apostólica, dinamismos que
exigen siempre un control riguroso de sí mismo y una fuerte disponibilidad
para enfrentar las tensiones de una vida y acción apostólica con frecuencia
marcada por la cruz histórica o personal. El afán de servicio, el amor al pue-
blo salvadoreño y a su cultura no se veían interrumpidos por las limitaciones
que todos podemos tener. Al contrario, tenía la capacidad de controlar todos
aquellos rasgos de su carácter que pudieran perjudicar su servicio y aposto-
lado. De carácter apasionado y, en ocasiones, muy detallista, ponía todas sus
potencialidades al servicio del trabajo apostólico. Aunque le tocó vivir tiempos
y momentos duros, tensiones sociales e incluso comunitarias y religiosas que
le sumieron en verdaderos momentos de crisis, nunca se apartó de un ejem-
plar servicio evangélico con y para sus parroquianos. A pesar de sus propias
dificultades y crisis nunca dejó de ser cordial con la gente sencilla, alegre y
generador de confianza, con una profunda paciencia y solidaridad para con
los humildes y sencillos, ofreciéndoles siempre una sincera cercanía humana
y un hondo equilibrio personal que infundía siempre serenidad y esperanza.
4. Actualidad y ejemplaridad
Su vida, reconocida como martirial en toda su dimensión de servidor de
Jesús hasta el derramamiento de su sangre, mantiene hoy en día, casi cin-
cuenta años después de su sacrificio, un significado de permanente actualidad
en nuestras tierras. El campo continúa abandonado. A pesar de ser un país
de clara tradición agrícola, el hambre permanece como una herida sangrante
entre nuestra población en pobreza. Los empresarios de la construcción arra-
san con fuentes de agua, lugares arqueológicos y privan de sus derechos a los
pobres, incluso metiendo en la cárcel a los defensores del medio ambiente.
La pobreza, la violencia, la vulnerabilidad y la desigualdad continúan como
problemas graves. La propaganda gubernamental de paz, felicidad y desarrollo
encubre las privaciones existentes. Y sus mensajes de felicidad se convierten
rápidamente en insultos, amenazas y formas de persecución cuando las voces
críticas recuerdan la pobreza o las violaciones estatales de derechos humanos.
La corrupción, la arbitrariedad autoritaria, la debilidad de las instituciones, la
escasa protección social, la ausencia de un diálogo sincero sobre los problemas
socioeconómicos, el machismo, el abuso del débil, la tendencia a clasificar
como amigos o enemigos según la crítica o la alabanza proferida, y la prolife-
ración de un lenguaje de odio contra el pensamiento o la información crítica,
continúan siendo un desafío para la convivencia y para cualquier proyecto de
desarrollo justo y solidario.
Frente a esta dura realidad social, la vida y muerte de Rutilio, así como
su resurrección en la vida de muchos salvadoreños, manifestada en la alegría
de su beatificación y la de sus compañeros, nos invita a recuperar la profecía
y la propuesta de un desarrollo democrático y social coherente con la igual
dignidad de toda persona. Hoy tenemos más recursos que en el pasado, cono-
cemos mejor las experiencias de otros pueblos, hemos desarrollado una mayor
conciencia de la realidad, leemos mejores estudios y documentos que nos dan
luz sobre la vida personal y social, la doctrina social de la Iglesia abarca cada
día más la complejidad de las situaciones actuales. Nos queda como desafío
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revitalizar nuestro modo de ser católico” (Aparecida, 13), llenándonos de
pasión misionera y evangelizadora, abriendo nuestra conciencia al clamor de
los pobres, convirtiéndonos en profetas y testigos de una sociedad diferente en
la que la fraternidad supere toda tendencia a dividirnos, clasificarnos y ubicar
en la vida al prójimo y al hermano como superiores o inferiores. Rutilio fue un
ejemplo hace casi medio siglo de lo que era revitalizar la fe en una situación
compleja e injusta. Permanece para nosotros como impulso y fuerza, como
ánimo y luz del espíritu. Que la celebración de su beatificación que marcó
el inicio de este año nos conduzca a la planificación y la construcción de un
futuro más fraterno y más justo.