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Los mártires de la UCA: amigos de Dios y profetas. “Memoria, discernimiento y profecía”
eca
Estudios Centroamericanos
Vol. 76, núm. 767, año 2021, pp. 545-552
ISSN 2788-9580 (en línea) ISSN 0014-1445 (impreso)
Los mártires de la UCA: amigos de Dios
y profetas. “Memoria, discernimiento y
profecía”. Homilía del cardenal Gregorio
Rosa Chávez
1
, 16 de noviembre de 2021, en
el XXXII Aniversario de los Mártires de la
UCA
1 Obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San Salvador.
The UCA Martyrs: Friends of God and prophets. “Memory,
discernment and prophesy”. Homily of Cardinal Gregorio Rosa
Chávez November 16, 2021, on the 32nd Anniversary of the UCA
Martyrs
Palabras claves
Mártires de la UCA, memoria, discernimiento, profecía.
Keywords
Martyrs of the UCA, Memory, Discernment, Prophesy
DOI: https://doi.org/10.51378/eca.v76i767.6593
Fecha de recepción: 20/1/22
Fecha de aceptación: 30/1/22
Resumen
La homilía predicada en la celebración eucarística en ocasión del
XXXII aniversario de los Mártires de la UCA inicia rememorando los
mártires del Paraguay, Roque González y compañeros mártires, cuya fiesta
conmemorativa se celebra el mismo día que los mártires de la UCA. Se
destacan algunos hechos significativos de la vida de Roque González como
ilustrativo de lo que significa la defensa de los pobres. La inatención a la
memoria se critica porque lleva a la indiferencia y a la persecución. Hoy
en día, la persecución se hace por medio de la mentira, la calumnia y la
acusación infundada. La relación entre memoria, discernimiento y profecía
se resaltan como centrales en la vida de los Mártires de la UCA. Se exhorta
a soñar proféticamente como muestra de estar atentos a la palabra de Dios y
a una vida cristiana comprometida.
Homilías
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Abstract
The homily delivered during the Eucharistic celebration on the 32
nd
Anniversary of the UCA martyrs begins by evoking the Martyrs of Paraguay,
Roque Gonzalez and companions, whose feast is celebrated the same day
of the UCA martyrs. Some significant events of the life of Roque Gonzalez
are underscored as illustrating the meaning of the defense of the poor. An
inattention to memory is criticized because it leads to indifference and perse-
cution. Nowadays, persecution is performed with lies, slander and unfounded
accusations. The relationship between memory, discernment and prophesy is
underlined as central to the lives of the martyrs of the UCA. An exhortation is
made to dream prophetically as means of demonstrating attentiveness to God’s
words and an engaged Christian life.
Muy querido P. José Domingo Cuesta, provincial de los jesuitas de América Central
y Panamá;
Querido P. Andreu Oliva, rector de la UCA;
Queridos sacerdotes concelebrantes;
Saludo al P. Sobrino, sobreviviente de la masacre de la UCA;
Queridas religiosas;
Honorables invitados especiales;
Hermanos y hermanas en el Señor,
y quienes nos siguen a través de los medios de comunicación en esta tarde tan
especial.
Evocación de los mártires del Paraguay
Hoy celebramos a los mártires del Paraguay. En una misa como hoy,
alguien recordó ese dato. A mí me llamó la atención esa coincidencia. El padre
Roque González y sus compañeros mártires se recuerdan en la familia jesuita
en este día.
Los obispos de Paraguay describen al padre Roque González con las siguientes
palabras:
El deseo de llevar el evangelio a todo el mundo lo animaba a seguir adelante. El
22 de marzo de 1615 fundó una reducción en Itapúa (actual ciudad argentina
de Posadas) la cual pronto se trasladó a la otra orilla del río, en lo que es hoy
Encarnación, Paraguay. Por eso se le reconoce como fundador y patrono de
ambas ciudades. Otras dos Reducciones fundadas por San Roque González son:
Concepción (1619) y Candelaria (1627).
Gran amante de la Virgen María. Con ella conquistaba corazones para Cristo. Por
eso le llamaba “conquistadora”. Se cuenta que muchas veces con solo levantar
el cuadro de la Virgen, los indios admiraban la belleza de María y sin pronunciar
palabras, se convertían.
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La visión de San Roque sobre las reducciones se conserva en una carta a
su hermano Francisco: “Nosotros trabajamos por la justicia. Los indios nece-
sitan estar libres de la esclavitud y de la dura servidumbre personal en la que
ahora se encuentran. En justicia ellos están exentos de esto por ley natural,
divina y humana”.
En 1931, Roque González de Santa Cruz y sus dos compañeros mártires,
el padre Alfonso Rodríguez y el padre Juan del Castillo, fueron beatificados.
San Roque fue canonizado por san Juan Pablo II en su visita al Paraguay, en
la ciudad de Asunción, en mayo de 1988.
Un día me invitaron a una proyección de cine en première a ver la película
La misión, que describe esta maravillosa aventura de los jesuitas del Paraguay.
Me impactó muchísimo esa proyección, que muestra en forma admirable, con
paisajes de las cataratas de Iguazú y paisajes de Cartagena, en Colombia, la
exuberante naturaleza latinoamericana.
En el calendario litúrgico se dice: san Roque González y compañeros
mártires. Eso me recordó a monseñor León Kalenga, que un día nos hablaba
del padre Rutilio Grande y nos decía: “Cuando sea canonizado, diremos
Rutilio Grande y compañeros mártires”. Ya sabemos sus nombres, dos laicos:
Manuel y Nelson Rutilio. Y me pregunto, ¿algún día podremos decir en la
liturgia Ignacio Ellacuría y compañeros mártires de la UCA? Dios dirá.
Hace algunos años, le preguntaron al padre Tojeira: “¿Cuándo ustedes
comienzan la causa de los jesuitas de la UCA?”. Respondió: “Esperemos que
llegue a los altares antes Monseñor Romero”. Romero llegó a los altares y de
repente surgió Rutilio Grande, quien no estaba en la lista en ese momento,
y con él Manuel y Nelson, como representantes de los mártires anónimos de
El Salvador.
Conocí al padre Rutilio cuando yo era seminarista en los años sesenta.
Tuve clases con él de Liturgia, de Cooperativismo y de Pastoral. Lo fui cono-
ciendo como un apasionado de Jesucristo y de la misión. Un hombre con un
increíble amor por los campesinos; los quería ver realmente libres en una zona
donde después trabajó él como párroco de Aguilares, donde pudo conocer de
cerca la injusticia estructural. Rutilio será beatificado el próximo 22 de enero,
junto con el padre Cosme Spessotto y dos laicos. Vamos en ruta hacia esa
fecha. Por eso, esta homilía quiere tener como título tres palabras del papa
Francisco pronunciadas en África al hablar a la vida consagrada: Memoria,
discernimiento y profecía.
Memoria
Somos un pueblo sin memoria. Y sin memoria no hay futuro, porque no
sabemos quiénes somos, de dónde venimos y para dónde vamos. Hay un
esfuerzo grande para recuperar la memoria de esta Iglesia martirial. Cada año
hacemos esto acá en la UCA, antes al aire libre, a veces bajo de la lluvia, ¿se
acuerdan?, después en el aula magna y ahora en el polideportivo, que es de
la juventud, la que ahora no está aquí. Estos jóvenes no quieren saber del
pasado. Están enganchados de su aparatito tecnológico, están conectados,
pero no están comunicados. Les cuesta ese diálogo de tú a tú, prefieren estar
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conectados muchas veces con gente anónima que muchas veces les engaña.
Una juventud indiferente, sin brújula muchas veces, sin ilusión, sin sueños. No
les interesa la masacre de 1932, ni la de El Mozote, ni la muerte de Monseñor
Romero, de las monjas norteamericanas, de tantos sacerdotes y de los mártires
de la UCA, parte de nuestra memoria.
Cada año nosotros queremos hacer memoria, pero es una memoria
inquietante, una memoria que nos pone en camino, que nos desafía, que nos
reta. Hay dos frases famosas en el camino de los jesuitas. Una se pronunció en
1989, en las exequias de los padres jesuitas, la dijo el provincial de entonces,
el padre Tojeira. Dijo: “A la UCA no la han matado, no la han matado”. Y
todos aplaudimos. Eran tiempos tremendamente dolorosos, de orfandad,
porque la UCA estaba descabezada literalmente. Era difícil en ese momento
hablar de esperanza.
La otra frase es reciente, del actual rector de la UCA, el padre Andreu
Oliva, en un campo pagado que todos hemos leído: “No tenemos nada que
ocultar”. Son frases que impactan, porque indican un camino a seguir, un
camino recorrido hasta el momento, buscando ser coherentes con lo que
predicamos.
Yo estuve hace muchos años en un país suramericano en tiempos de
elecciones presidenciales. Pregunté ingenuamente: “Qué tal los candidatos”.
A cual peor”, me respondieron… “y pensar que todos pasaron por nuestros
colegios católicos”. No es fácil comunicar valores. Sin embargo, sin valores no
podemos construir un futuro realmente humano.
Monseñor José Luis, nuestro arzobispo, rinde homenaje a los sacer-
dotes jesuitas asesinados en su artículo de fin de semana en el semanario
Orientación. Dice lo siguiente:
“Sábado 11 de noviembre de 1989, a las 21 horas, San Salvador escuchó
estallidos, fuegos de metrallas y pequeños contingentes de hombres encapu-
chados y armados corriendo a paso militar. ¡Confusión, prisas por retornar al
hogar! ¡Lágrimas, pánico! Nadie sabía qué sucedía. Los noticieros informaban
sobre ataques en distintas partes de la ciudad. El ejército comenzó a movili-
zarse para dar el contraataque y no fue sino hasta el amanecer que la verdad
salió a luz y fue confirmada: la ofensiva ‘hasta el tope’ había iniciado. El obje-
tivo de la guerrilla era mostrar el poder militar y su incidencia en la sociedad.
El 16 de noviembre, aprovechando el desorden suscitado por los ataques
inesperados y el pánico causado en consecuencia de estos, los asesinos
se aprovecharon de eso para perpetrar uno de los crímenes más nefandos
que este país ha conocido. El papa Juan Pablo II calificó este hecho como
execrable. ¿Qué otro calificativo podía darse al crimen de seis sacerdotes
jesuitas y sus dos colaboradoras?”.
Sigue diciendo:
“Monseñor Arturo Rivera y Damas, arzobispo de San Salvador de aquella
época, denunció la trama urdida para asesinar a los indefensos sacerdotes.
Dijo: ‘No cabe duda de que tan nefanda acción había sido decida con antela-
ción y preparada por la irresponsable campaña de acusaciones y calumnias,
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sobre todo en algunos medios impresos, contra varios de los distinguidos
académicos de la UCA que ahora ya están muertos. Tales acusaciones y
calumnias envenenaron las mentes y terminaron armando los brazos asesinos’.
Dichas calumnias —señala nuestro actual arzobispo— fueron difundidas
días antes del crimen como justificándolo. Después de reiteradas y apasio-
nadas acusaciones anónimas que se escucharon en la Cadena Nacional de
Radio y sin que nadie lo esperara, el crimen fue cometido en la noche del
16 de noviembre de 1989. Sus cuerpos ensangrentados fueron encontrados
al siguiente día. Curiosamente quedaron en la misma posición que los sacer-
dotes toman cuando son ordenados y la comunidad entera eleva las letanías,
rogando les conceda la gracia del ministerio sacerdotal. Los cuerpos de Elba
y Celina gritaban al mundo el amor que una madre debe sentir por sus hijas.
Abrazaba la madre a su joven hija Celina, como queriendo salvarla, pero el
calibre de las balas atravesó su cuerpo y ambas perecieron”.
Lo mismo estamos viviendo hoy con otras fórmulas. Lo recordaba el padre
Tojeira en una entrevista que hemos visto difundida ampliamente: la mentira,
la calumnia, la acusación infundada son armas homicidas.
Discernimiento
Memoria, discernimiento y profecía. Hay que ser sabios para discernir. Esto
supone, como le pasó al joven rey Salomón, saber escuchar. Dios le pregunta:
“¿Qué quieres que haga por ti?”. Y pidió: “Dame, Señor, un corazón que
escuche”. En nuestro país no se escucha. Se insulta, se ofende, se desprestigia.
¿Qué es ser sabio? Hay dos conceptos. Uno intelectual, académico;
tiene que ver con bibliotecas y títulos de universidades. El otro concepto
es sapiencial, saborear las cosas de Dios. Dice el Libro de la Sabiduría que
hemos escuchado: “Dios ama al que convive con la sabiduría”. Eso es lo que
queremos hacer esta tarde, convivir con la sabiduría. Dice también que la
sabiduría nos hace amigos de Dios y profetas.
Esto pasó con los mártires jesuitas de la UCA, fueron sabios en los dos
sentidos: una capacidad intelectual asombrosa, pero sobre todo una capacidad
de escuchar a Dios y escuchar el dolor del pueblo. Amigos de Dios y profetas.
El justo llega a la plenitud de su vida con la muerte, en cambio los
malvados torturados por su propia conciencia al ser acusados y juzgados por
sus maldades se darán cuenta de lo equivocadas que fueron sus acciones
cuando despreciaban al justo y se burlaban de él. Dicen que cuando
D’Aubuisson ordenó la muerte de Monseñor Romero después confesó que
sentía que llevaba un cadáver sobre sus espaldas. No tenía paz.
Hemos leído hoy en el texto de la primera lectura:
“Entonces el justo se mantendrá de pie, completamente seguro frente a
aquellos que lo oprimieron y despreciaron sus padecimientos”. Eso son los
mártires. Dice también: “Pero los justos viven para siempre; su recompensa
está en el Señor y el Altísimo se preocupa por ellos”. Los mártires —dice el
papa Juan Pablo II— son lo mejor que tiene la Iglesia. Un sacerdote que está
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de visita desde Nueva York me decía que se siente emocionado al ver esta
Iglesia martirial.
Somos una Iglesia martirial, de tantos mártires anónimos que queremos
recuperar en la ceremonia del 22 de enero. Pero el discernimiento lleva al
discipulado, el tema del Evangelio de hoy. Dice: “Serán verdaderamente discí-
pulos míos”. En el caminar latinoamericano de la Iglesia, hay un lema para
estos últimos meses, que es: “Somos discípulos misioneros en salida”. Eso
son los mártires que estamos recordando hoy. Dice Jesús: “Si se mantienen
fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, conocerán la verdad y la
verdad les hará libres”. Verdad y libertad. Luego les dice: “Yo sé que ustedes
son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque no aceptan
mi palabra”.
Eso pasa con los mártires. Su palabra es insoportable al malvado, quieren
callarla. Eso decía Monseñor Romero el día antes de morir, en su homilía del
23 de marzo, quisieran que esta palabra la callaran, la mataran, y añadió:
“Suceda lo que Dios quiera, pero la Palabra de Dios no está encadenada”.
Eso dijo en la víspera de su martirio. Venimos, pues, a buscar fortaleza, a
seguir caminando con testimonio martirial.
Jesús dice: “Ahora intentan matarme a mí, al hombre que les dice la
verdad que ha oído de Dios”. No es fácil evangelizar en un mundo de
violencia, de injusticia, de terrorismo mediático. Habla uno y surgen millones
de reacciones de odio y de descalificación. ¿Qué hay detrás de todo esto? Hay
una realidad diabólica.
Dice Jesús: “Su padre era homicida desde el principio; no se mantuvo
en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando dice mentiras habla su
lenguaje, porque es mentiroso y padre de la mentira”. Hoy hablaba el padre
Tojeira de que vivimos en un mundo lleno de mentiras. ¡Qué difícil es conocer
la verdad de nuestra realidad salvadoreña!
Aquí surgió la Cátedra de Realidad Nacional, fundada por el padre
Ignacio Ellacuría. Fue invitado un día a la cátedra Monseñor Romero. Esa
cátedra sigue abierta, hay que seguir aprendiendo quiénes somos como país.
Conocer tres cosas: el país que tenemos, el país que queremos y el país que
necesitamos. Ahora tenemos un país en total desencuentro, de ausencia de
diálogo, donde no se sabe pedir perdón ni reconocer los errores, en donde se
pierde la brújula hacia donde caminamos. El país que necesitamos es un país
justo, fraterno, solidario y en paz. El país en el que soñaron nuestros mártires.
Profecía
Tercera palabra, profecía. Es el país que soñamos. Aquí veo cada año
gente soñadora. Nunca falta la gente de la Embajada de España, a quienes
saludo con mucho cariño una vez más, gente que valora los sueños de este
pueblo. Dice el papa Francisco que hay una pintura que a él le encanta; es la
pintura de un anciano cargado por un joven robusto y que abajo dice un texto
del profeta Joel: “Los ancianos tendrán sueños y los jóvenes tendrán visiones”.
Hay que juntar al anciano con el joven para aprender de la sabiduría y
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aprender dónde están sus raíces. La apuesta por el diálogo entre generaciones,
porque no nos logramos entender.
Esta noche queremos comunicar nuestra visión, nuestros sueños de futuro
en forma litúrgica, haciendo de la memoria un memorial que tenga a Cristo
aquí presente entre nosotros. Queremos comunicar también a los jóvenes que
es posible, que vale la pena soñar y comprometerse en una aventura en la que
somos todos constructores de la sociedad que Dios quiere.
Los discípulos misioneros tienen tres características. Primero escuchan,
segundo meditan, tercero actúan. Y eso supone tener líderes verdaderos, como
fue Juan XXIII, cuando convocó al Concilio Vaticano II. Ese anciano tuvo
una visión clara: que la Iglesia necesitaba cambiar radicalmente. Y fue capaz
de comunicar esa visión al mundo entero, y convocó a los obispos de todo
el mundo. Y él fue delante mostrando el camino. Así lo hicieron Monseñor
Romero y los Mártires de la UCA: nos fueron mostrando el camino, cada uno
según su propia experiencia.
Un líder como estos tiene credibilidad. Cuando uno no cree en nadie, no
tiene razones para vivir y escuchar. Los obispos de El Salvador hemos escrito
un anuncio de la beatificación en el que decimos lo siguiente:
“Nos parece providencial que podamos contemplar juntos a un jesuita
salvadoreño, a un franciscano italiano y a dos laicos de nuestro pueblo. Un
joven y un anciano que tienen en común el haber derramado su sangre por
Cristo en medio del fragor de una guerra que muchos no vivieron y muchos
más no quisieran conocer, ni examinar a la luz de la fe para que una expe-
riencia tan dolorosa no vuelva a repetirse jamás. Cada uno de estos testigos
de la fe tiene un aporte original que ofrecer a la Iglesia para que se mantenga
fiel a su misión de hacer presente hoy y aquí a Jesucristo muerto y resucitado,
único salvador del mundo”.
Cosme Spessotto, sacerdote franciscano, no era un gran orador; sus homi-
lías no están escritas; hablaba como quien da consejos de familia y dejó en
una cartita sellada que todos conocemos; es su testamento espiritual. Fray
Cosme Spessotto escribió:
Presiento que, de un momento a otro, personas fanáticas me pueden quitar la vida.
Pido al Señor Dios que en el momento oportuno me dé la fortaleza para defender
los derechos de Cristo y de la Iglesia. Morir mártir sería una gracia que no merezco;
lavar con la sangre vertida por Cristo mis pecados, defectos y debilidades de la vida
pasada sería un don gratuito del Señor. De antemano perdono y pido al Señor la
conversión de los autores de mi muerte. Agradezco a todos mis feligreses [que] con
sus oraciones y sus manifestaciones de aprecio me han animado a dar el último
testimonio de mi vida para que ellos también sean buenos soldados de Cristo.
Espero seguir ayudándoles desde el cielo.
Concluyo con el salmo responsorial como conclusión de esta reflexión:
“Voy a proclamar lo que dice el Señor:
el Señor promete la paz,
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la paz para su pueblo y sus amigos,
y para los que se convierten de corazón.
El amor y la verdad se encontrarán;
la justicia y la paz se abrazarán;
la verdad brotará de la tierra,
y la justicia mirará desde el cielo”.
Alabado sea Jesucristo.