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Celebración eucarística del XXXII Aniversario de los Mártires de la UCA
eca
Estudios Centroamericanos
Vol. 76, núm. 767, año 2021, pp. 553-558
ISSN 2788-9580 (en línea) ISSN 0014-1445 (impreso)
amor. Según el evangelio, no se puede mostrar mayor amor que llegar hasta
dar la vida por aquellos a los que se ama.
Sin duda que la multitud de mártires salvadoreños, el padre Rutilio
Grande, Nelson, Manuel, fray Cosme Spessoto (que pronto serán beatifi-
cados), san Óscar Romero, Julia Elba y su hija Celina, y los seis compañeros
jesuitas que fueron asesinados en este campus, habían mostrado con creces
en su vida, en su trabajo, que lo que daba sentido a sus vidas era el amor,
el compromiso con el evangelio, el servicio a su pueblo. Ellos hicieron carne
el amor del que habló Jesús y que san Pablo descubrió como lo más valioso
en la vida del ser humano. No hay nada más grande que el amor y es el
amor el que nos hace ser plenamente humanos y plenamente cristianos.
“Sin amor nada somos” (1.
a
Carta a los Corintios 13, 2).
Esta lectura nos ayuda a saber distinguir cuándo se ama de verdad o
cuándo se finge amar. El apóstol Pablo nos da los criterios para conocer el
amor verdadero: “El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no
tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio
interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto,
sino que se goza en la verdad” (1.
a
Carta a los Corintios 13, 4-6).
¡Qué importante es revisar a la luz de estos criterios la verdadera intención
del corazón de aquellos que dicen amar a su pueblo, para saber si es verda-
dero amor o un amor fingido o un falso amor! Hoy podemos preguntarnos,
a la luz de estas palabras de la 1.
a
Carta de Pablo a los Corintios, qué vemos
en nuestros gobernantes: ¿vemos ese amor paciente y comprensivo? ¿Vemos
un amor que se goza con la verdad? Lamentablemente, tenemos que afirmar,
con tristeza y dolor, que lo que vemos es mucha apariencia, deseo de poder y
de riquezas, auténtica vanagloria. Vemos que se prefiere la mentira y el ocul-
tamiento a la verdad. Vemos acciones llenas de bajeza (difamaciones, falsas
acusaciones, tergiversación y violación a la ley, condenas sin fundamento) con
el fin de lograr intereses mezquinos. Vemos un afán para destruir a los que ya
han calificado de enemigos, solamente porque les señalan su falsedad, sus
corrupciones, sus injusticias, sus verdaderas intenciones y son una piedra de
tropiezo para sus proyectos perversos. Vemos en nuestros gobernantes mucha
ira, una total incapacidad de perdonar, un gran deseo de venganza, de dividir
más y más a este pueblo, de llenarlo de odio, que es lo contrario al amor.
Los gobernantes de una nación pueden gobernar para buscar con since-
ridad el bienestar de su pueblo, o para satisfacerse a sí mismos, enriquecerse
a costa de su pueblo, seguir sus propios intereses y vanagloriarse de su poder.
Es trágico que lo segundo es más común que lo primero, y así lo hemos
constatado por siglos en El Salvador, y qué lamentable es que aquellos que
prometieron gobernar bien y respetar la ley, y así engañaron a todo un pueblo
para lograr su voto y alcanzar el poder, una vez en el poder, estén haciendo
lo contrario de lo que prometieron. Y qué triste es que no solo están repi-
tiendo lo mismo de siempre, sino que superen con creces la maldad de los
gobiernos anteriores y sean más eficaces en sus deseos de someter a todo
un pueblo bajo su yugo opresor. Ya lo avisó san Óscar Arnulfo Romero en
su homilía del 6 de enero de 1980: “Yo creo que los que verdaderamente
quieren gobernar al pueblo para un verdadero bien, tienen que contar con la