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Volumen 76 Número 766 Año 2021
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Estudios Centroamericanos
Problemas, paradojas y paradigmas
Problemas, paradojas y paradigmas.
Una reflexión educativa en el año
bicentenario
Educación: problema y solución
Hace casi 20 años, Fernando Reimers, profesor de la Universidad de
Harvard, Estados Unidos, y participante en la reforma educativa salvadoreña
de 1994, publicó un ensayo en el cual señaló tres paradojas educativas en
América Latina que siguen siendo vigentes hoy en día1. La paradoja que
más llama la atención es que las escuelas, de manera simultánea, son parte
del problema y parte de la solución de los desafíos socioeconómicos que
enfrentan los países. El año bicentenario salvadoreño ofrece una oportunidad
de reflexionar sobre la educación y su aporte o, al contrario, su obstáculo en
el desarrollo. Al revisar los desafíos educativos en El Salvador, se encuentra
que el problema educativo es sumamente complejo y está arraigado en las
realidades económicas, sociales y culturales del país. La complejidad de las
dinámicas educativas genera unas paradojas que van contracorriente a las me-
tas desmesuradas que se han trazado en la política educativa. La respuesta de
solución es una cuestión de fondo: supone la transformación de paradigmas
que subyacen la visión y formas de pensar sobre qué es educar y que sostie-
nen la participación de cada actor educativo y las estructuras organizativas que
desarrollan procesos educativos.
El problema educativo: síntomas de una enfermedad
Basta con preguntar a sus amistades o extraños en la calle, o revisar los
medios de comunicación, para palpar los problemas educativos que padece
la población salvadoreña. Desde antes de la pandemia por la covid-19, se
percibía un descontento latente debido a que la educación no está cumpliendo
su función ni llenando las expectativas de sus beneficiarios. La publicación
anual de los resultados de la PAES (Prueba de Aprendizajes y Aptitudes para
Egresados de Educación Media) es como la película de terror del año por la
zozobra que genera en la sociedad salvadoreña. La gran cantidad de estudian-
1 Reimers, F. (2002). Tres paradojas educativas en Arica Latina. Sobre la
necesidad de ideas públicas para impulsar las oportunZidades educativas. Revista
Iberoamericana de Educación, 29, 131-155. https://doi.org/10.35362/rie290954
Editorial
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tes que opta por no estudiar, especialmente después de tercer ciclo, refleja la
ambigüedad sobre los beneficios de la educación. El “dime que te diré” sobre
el trabajo docente que entretiene en las redes sociales; los anhelos de una
mejor infraestructura y mayores recursos (como computadoras); aunado a esto,
la violencia social que cohíbe la asistencia escolar, y las bajas tasas de matrí-
cula y altas de repitencia dibujan un retrato no muy alentador de la situación
educativa. A pesar de todo, la educación sigue siendo considerada un factor
de éxito para la vida en la mayor parte de la población.
Más allá de la vox populi, hay datos que deben preocuparnos a quienes
estamos pensando la educación nacional. A casi 30 años de la última reforma
educativa, mucho se ha invertido para fortalecer el rol de la educación en el
desarrollo del país. Sin embargo, la tasa neta de matrícula antes de la pande-
mia por la covid-19 era más baja que 15 años antes y se iba disminuyendo
con el avance de los grados. Si bien hay que aplaudir que el promedio global
de escolaridad en El Salvador va en aumento, los niños, niñas y jóvenes no
están completando su educación secundaria y, por ende, no acceden a una
formación más especializada posbachillerato. Los esfuerzos desde el 2010 para
proveer uniformes, paquetes escolares y alimentos no han sido suficientes
para revertir la tendencia de abandono de la escuela. Y es de esperar que la
situación se agudice con los efectos de la pandemia.
Después de más de 30 años, es preocupante la falta de asistencia escolar.
¿Por qué no asisten a la escuela? Las razones son complejas e intrincadas. En
buena medida, están relacionadas con la demanda, es decir, vinculadas a fac-
tores económicos de las familias salvadoreñas. En otras palabras, las personas
en edad escolar no estudian porque la familia prefiere que trabajen, o no pue-
de cumplir con los compromisos económicos mínimos que implica estudiar,
como transporte, refrigerios o algunos materiales. Para las niñas, hay mayor
presión de apoyar en las tareas domésticas y, en los varones, de contribuir al
ingreso económico. Otra razón recurrente de abandono es la simple falta de
interés por el estudio.
Sin embargo, la no asistencia y el abandono escolar también están vincula-
dos a factores por el lado de la oferta, especialmente relacionada con la poca
seguridad social. El ambiente de violencia social en los entornos comunitarios
y escolares afecta la oferta de una educación segura. Aunque las escuelas
reportan varias razones de abandono de los estudios, tres pueden estar vin-
culadas a la inseguridad: la migración, el cambio de domicilio y el acoso de
pandillas. La presencia de pandillas afecta la asistencia por su dinámica de
control territorial, en la cual los estudiantes que residen en una zona contro-
lada por una pandilla pueden tener dificultades en cruzar a la zona de otra
agrupación rival. Efectivamente, una escuela ubicada en el límite de las zonas
de dos pandillas representa un riesgo mayor. Al interior de la escuela, los estu-
diantes vinculados a una pandilla pueden contribuir a un ambiente inseguro si
realizan actividades de reclutamiento, acoso, venta de drogas, o incentivando
el abandono escolar.
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Las condiciones físicas, la infraestructura y los recursos contribuyen tam-
bién a la baja percepción de calidad de la educación. Numerosas escuelas
públicas aún no cuentan con luz eléctrica, servicios sanitarios lavables ni agua
de cañería. En cuestiones de equipamiento para el aprendizaje, es preocupante
que se observe como normal una escuela sin aulas de cómputo o informática,
bibliotecas o laboratorio de ciencias, áreas recreativas o sala de profesores.
En todos estos recursos, el sector privado de educación es obligado a tenerlos
en su proceso de acreditación, mientras que el sector público carece de estos
apoyos valiosos al aprendizaje.
Finalmente, bajo la lupa está el actor principal en la educación: los docen-
tes. Mucho se enfatizan las aparentes carencias en formación inicial y continua,
ya que los pocos resultados de aprendizaje se atribuyen equivocadamente, en
una línea directa, a las deficiencias docentes. No obstante, un análisis más sis-
témico pone en evidencia que el marco legal docente es ambiguo y reducido
y no contribuye a una carrera verdaderamente profesionalizante, por fallas
en la gestión de la labor docente e infrahumanas condiciones de trabajo. El
ecosistema educativo no estimula ni garantiza una labor docente de calidad,
como se merece la niñez y la juventud salvadoreña, sus familias y la sociedad,
y los mismos docentes.
Asistir a la escuela es el primer paso, pero la calidad de la oferta educativa
contribuye a mantener la asistencia y el avance en los aprendizajes. La calidad
es compleja y difícil de conceptualizar y medir. En El Salvador, suele valorarse
por los resultados de la educación, la oferta de condiciones físicas y el trabajo
docente. En aspectos de resultados, la única medida universal es la PAES y,
en el 2020, la prueba Avanzo. La primera evaluó el dominio de competencias
en las cuatro asignaturas básicas y la última incluye aspectos actitudinales,
socioemocionales y de orientación vocacional. Con una nota global de repro-
bación durante la mayoría de los años, se refleja poco aprendizaje en relación
con el currículo. Aunque la prueba estandarizada no es la única medida válida,
genera la interrogante sobre la calidad de los aprendizajes de quienes asisten
a la escuela. En fin, expresa síntomas de algo que no anda bien.
Las paradojas: contra la lógica
El conjunto de problemas educativos introduce y subraya las paradojas
propias del sistema educativo salvadoreño. La primera paradoja de la educa-
ción es que sus actores clave —la familia y el profesorado— son simultánea-
mente el problema y la solución. El discurso es siempre acusador: la familia no
dedica tiempo, no apoya a sus hijos, interfiere a los docentes, demanda mucho
de la escuela. Los docentes no tienen buena formación, les falta vocación,
están desactualizados, son “haraganes” y un largo etcétera. La tendencia es
siempre buscar un culpable, incluyendo hasta los medios de comunicación y
los teléfonos celulares por sus malas influencias. La paradoja es que la edu-
cación, como compromiso colectivo, necesita unir esfuerzos, no dividir a sus
actores en culpables y víctimas. Este es un síntoma de una enfermedad estruc-
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tural que, a falta de soluciones, termina acusando a otros antes que asumir
responsabilidades.
La segunda paradoja de la educacn salvadoreña es que, en lugar de ser
un mecanismo equilibrador, no solo mantiene, sino que aumenta las brechas y
desigualdades en la sociedad. La excelente idea de universalizar la educación
conlleva una teoría implícita de que ir a la escuela llevará a una nivelación de
oportunidades, independientemente de los factores socioeconómicos de origen
de los aprendices. Pero nuestro sistema no logra contribuir a nivelar inequida-
des económicas y sociales, realidad que se ha evidenciado y agudizado aún
más en tiempos de pandemia por la covid-19. El quintil más bajo de ingresos
asiste menos a la escuela y su escuela es de menor calidad, especialmente en
la zona rural, que ofrece inferiores condiciones y menos grados educativos. El
quintil más alto de ingresos asiste más a la escuela y completa más grados. Por
lo tanto, la educación no cierra las brechas socioeconómicas; los empobrecidos
tienen una educación pobre y abandonan la escuela porque no encuentran en
ella una oportunidad.
La tercera paradoja es que los obstáculos para estudiar son mayores que
los beneficios. Quisiéramos creer que a mayor educación mayor oportunidad
de empleo; sin embargo, el sistema económico actual no sostiene esa teoría.
Predomina, al contrario, el acceso a capital cultural y la cercanía a las zonas
urbanas que contribuyen más al éxito laboral que la educación obtenida. Te-
ner educación en una comunidad rural no garantiza un trabajo significativo ni
digno para desarrollarse plenamente; las oportunidades urbanas y relaciones
sociales influyen más. Y, aunque la educación también aporta al desarrollo
personal, a desarrollar las competencias ciudadanas y a la cohesión social,
estos beneficios son difíciles de percibir en un contexto de crisis económica.
En resumen: los obstáculos para asistir a la escuela son múltiples. Van
desde la necesidad de mano de obra que contribuya al ingreso familiar, hasta
la inseguridad, las distancias geográficas para acceder a otro nivel educativo y
las creencias familiares y comunitarias sobre la poca importancia de la educa-
ción. Y, al sopesar los beneficios percibidos frente a los obstáculos, a menudo
ganan los obstáculos y los estudiantes optan por no ir a la escuela. Si estudiar
no significa mejorar las oportunidades, no vale la pena el esfuerzo.
La pandemia por la covid-19 ha cimentado y profundizado este hecho,
con el surgimiento de nuevos obstáculos para el estudio, como el acceso a
internet o a un dispositivo móvil, y el aumento en la precariedad económica
de las familias. Aunque gracias a la Constitución de la República la educación
es gratuita, siempre hay costos asociados; ahora incluyen el pago de internet
y saldo para el teléfono. Las familias pueden valorar conceptualmente que la
educación es importante, pero en realidad, cuando la necesidad económica, la
distancia, el peligro y la carencia de dispositivos la obstaculizan, resulta mejor
no estudiar.
La covid-19 puso en evidencia las debilidades de la educación en El Sal-
vador y agudizó la crisis de un sistema cuyos resultados no logran contribuir a
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superar inequidades económicas y sociales. Es un mal histórico que no se ha
podido corregir aún después de varias reformas educativas parciales, que no
han logrado transformar la esencia de la organización del sistema educativo.
De ahí que el mayor desafío en la educación salvadoreña hoy día es
convertirla en una oportunidad de igualar oportunidades en la vida de los
salvadoreños, no condenarse a seguir en el mismo ciclo vicioso de la pobreza.
Y esto requiere de una transformación estructural —en palabras del padre
Ignacio Ellacuría— y una transformación de las personas —como afirma el
pedagogo brasileño Paulo Freire— porque la educación cambia a las personas
que van a cambiar el mundo.
Los paradigmas: clave de transformación
Ante un cuadro tan desalentador del estado de la educación en El Salva-
dor, es importante reconocer los esfuerzos valientes de los docentes superhé-
roes que luchan a diario por llevar adelante la educación en situaciones no
óptimas. Hay que destacar los esfuerzos de aquellas familias que hacen el
máximo sacrificio por apoyar a sus hijos en la escuela. Y estos esfuerzos llevan
en mismos un germen de esperanza: todo problema es una oportunidad
para construir soluciones. Develar los problemas y las paradojas de la educa-
ción salvadoreña implica también examinar los paradigmas sobre los cuales
se concibe y se hace educación. Si se quieren otros resultados, la solución de
fondo pasa por transformar los paradigmas.
¿Para qué educar? Esta es la pregunta de fondo. La base del sistema edu-
cativo pasa por la racionalidad y la lógica de comprensión de la educación y
de su función en la sociedad. Por una parte, la educación puede compren-
derse como un beneficio personal o colectivo, que contribuye al desarrollo
económico nacional o al desarrollo personal. Por otra parte, no hay consenso
sobre la función de la formación escolar de reproducir la cultura o de trans-
formarla, de buscar homogeneidad o aceptar la diversidad. Y, por último, no
hemos dedicado tiempo a pensar preguntas como: ¿a quién le corresponde
educar? ¿Es un compromiso del Estado o un compromiso y tarea de la fami-
lia? ¿Cuáles son los espacios de educación? ¿La escuela, la familia, los medios
de comunicación, las amistades, el internet?
El microsistema escolar vigente está cada vez más desconectado de su
propio contexto. Concentra sus esfuerzos en desarrollar los contenidos de las
asignaturas básicas y deja de lado el aprendizaje de la convivencia humana
y las habilidades para la ciudadanía constructiva. El contenido principal de la
educación se ha comprendido como el dominio de materias disciplinares en
detrimento de las relaciones educativas basadas en la igualdad de género, la
convivencia pacífica, la participación democrática y la mediación pedagógica.
Más que desarrollar teorías pedagógicas o debatir enfoques educativos, el
paradigma de fondo es la racionalidad de cómo se define el problema educa-
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tivo y cuál es su relación con la solución. Y acá entran en conflicto ideologías
políticas y económicas. Las ideas tan surtidas sobre educación vislumbran
unas disyuntivas y tensiones por resolver ante los distintos paradigmas de la
educación.
Los problemas, las paradojas y los paradigmas llaman a enfrentar diversas
amenazas hacia un futuro educativo incierto: el aumento de inequidades, el
ensanchamiento de las brechas en oportunidades, la pérdida de interés en la
educación formal, el rezago de habilidades para el futuro, la imposición de
mayor control en lugar de mayor flexibilidad. Sin embargo, el escenario edu-
cativo actual también ofrece oportunidades, como una creciente preocupación
colectiva por la educación, mayor participación de las familias, el cuestiona-
miento de la relevancia de la escuela, la formación de redes docentes, el uso
de las TIC y una mayor autonomía de las escuelas ante los problemas locales.
El cambio de paradigma para enfrentar los problemas y las paradojas en
la educación salvadoreña requiere de una transformación de estructuras, lo
que permite mayor participación e involucramiento en educación por parte
de sus actores clave. Hay que reconocer que la escuela no es el único espa-
cio educativo, por lo que debe coordinarse e integrarse más con la familia,
la comunidad y la cultura más amplia. Educar es un proceso a lo largo de la
vida, continuo e integral, no limitado a un currículo y a un horario estándar
para todo el país. La educación cambia a las personas, quienes pueden trans-
formar su realidad como sujetos activos, con las herramientas obtenidas en
una formación más integral, con amplios conocimientos, diversas habilidades
y capacidad crítica. En este bicentenario, es momento de impulsar un diá-
logo profundo para transformar el paradigma colectivo sobre la educación,
vinculando múltiples actores y procesos sociales para enfrentar problemas y
resolviendo las paradojas. De esta manera, la educación puede ser solución
para un buen desarrollo del país; al contrario, la escuela podrá desaparecer
como institución social relevante.