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Volumen 76 Número 764 Año 2021
eca
Estudios Centroamericanos
Mi caminar con Ignacio Ellacuría
Mi caminar con Ignacio
Ellacuría
1
Jon Sobrino
2
Palabras clave:
IgnacioEllacuría,monseñorRomero,
Dios, fe, pandemia.
1 Este escrito procura mejorar en algunos detalles el texto que grabé con anterioridad para ser presentado el 25
de noviembre de 2020 en el segundo día de las Jornadas Ignacio Ellacuría.
2 ProfesoreméritodelaUniversidadCentroamericanaJoséSimeónCañas.
Resumen
En este trabajo, Jon Sobrino comparte
acerca de su vida, sus experiencias con
Ignacio Ellacuría y lo impactante de su fe
como legado para la presente y las futuras
generaciones. La fe de Ellacuría, a juicio de
Sobrino, se vio iluminada por la aparición de
monseñor Romero en la turbulenta época de
dictadura militar y guerra civil, por lo que es
posible hablar de un proceso de conversión
que partió de los estudios de teología en
Innsbruck y culminó con el asesinato del P.
Rutilio Grande y el encuentro, ministerio y
asesinato de monseñor Romero. La fe, desde
estas reexiones, no es una realidad acabada
ni una experiencia que se pueda dar por
sentada, sino un esfuerzo que congura el
talante y la radicalidad de la persona, para los
casos que presenta este escrito, de la huma-
nidad de Ignacio Ellacuría, monseñor Romero
y del propio Jon Sobrino, y el misterio del
avizoramiento del Dios liberador en medio
de la oscuridad de nuestros días. Finalmente,
Sobrino presenta una posible perspectiva
ellacuriana para el contexto actual de la
pandemia y cómo, desde el encuentro y el
escrutinio de la realidad, todavía es posible
abrir las puertas a la historia de la salvación
desde los oprimidos.
Introducción
Mi buen amigo Héctor Samour el año
pasado me pidió participar en el Coloquio
Internacional Conmemorativo de los 30 Años
del Asesinato de Ignacio Ellacuría. Mi primera
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
respuesta fue que ya había hablado y escrito
suficientemente sobre Ellacuría y que no
tenía nada nuevo que decir, sobre todo en
un coloquio organizado por dos instituciones
que se dedican a tareas especícas. Una, a la
losofía; otra, al análisis de la realidad política
y social. Mi amigo Héctor insistió y acepté.
Después, al recibir la invitación ocial, caí
en la cuenta de que el encuentro pretendía
más en concreto “poner al día y evaluar” la
vigencia “del pensamiento” de Ellacuría. Me
pareció importante y oportuno, pero pensé, y
sigo pensando, que no estoy bien preparado
para poner al día y evaluar “el pensamiento”
de Ellacuría.
En la presentación que hago ahora, recor-
daré lo más importante de lo que dije hace
un año. Me volveré a concentrar en el ser
humano Ignacio Ellacuría Beascoechea tal
como lo conocí, con quien conviví, trabajé,
gocé y padecí 15 años, en comunidad con
otros jesuitas, cinco de ellos asesinados con
él. Y abordaré más especícamente “el asunto
Dios”, tema que siempre me ha impactado a
mí y pienso que también a Ellacuría en sus
últimos 20 o 30 años.
Dada la realidad actual, al final me
preguntaré qué diría hoy Ellacuría sobre “la
pandemia”, qué hacer en ella y con ella. No
tengo una respuesta clara, pero procuraré
no caer en comentarios triviales que serían
impropios en Ellacuría.
Para organizar un poco este texto, expli-
caré por orden cada uno de los términos del
título. Y lo que pretendo en denitiva es que
“mi caminar con Ellacuría”, modesto, pueda
ayudar a que otros y otras caminen con él y
como él.
I
“Mi” caminar
Comienzo con unas palabras sobre mi
persona, lo que haré en forma de pequeña
digresión.
Hace unos 10 años, la editorial PPS
Madrid tuvo la idea de publicar una serie de
libros de autores de lengua española, bien
conocidos y de edad avanzada. Les pedía
que explicaran cómo han hecho teología y
como ayuda les ofrecía que un teólogo o
una teóloga fueran haciéndoles preguntas. El
título de los libros sería Conversaciones con
[…] a cargo de […]. En 2014, apareció el
primer libro: Conversaciones con José Ignacio
González Faus a cargo de Javier Vitoria. Tenía
248 páginas.
Por esas fechas, me pidieron escribir
para esa colección de libros, y me asignaron
a Charo Mármol, buena conocedora del
mundo de la teología, para que me hiciera
las preguntas. Me reuní con ella en Madrid
y comenzamos a trabajar. De regreso en El
Salvador, por la distancia y con serias di-
cultades de salud, no me fue fácil avanzar en
mi texto. Pero con el esfuerzo de ambos —lo
digo en honor de Charo Mármol— en julio
de 2018 salió el libro Conversaciones con
Jon Sobrino a cargo de Charo Mármol, de
454 páginas. Dos años después, en agosto de
2020, salió la edición de UCA Editores, San
Salvador.
De lo que cuento en esas Conversaciones,
me concentraré en el “asunto Dios”, central
en el libro y en mi vida. En 1960, con 21
años, fui a estudiar losofía e ingeniería a
la universidad de los jesuitas de Saint Louis,
Missouri. Yo era bueno para las matemáticas,
pero la ingeniería no me atraía en absoluto.
me impactó hondamente la losofía. Y lo
primero que ocurrió es que me sentí solo al
pensar las realidades más importantes de mi
vida. Y empecé a dudar. Ya no encontraba
apoyo en autoridades anteriores —familia,
colegio, Iglesia, Compañía de Jesús— para
encontrar respuesta a mis preguntas. Y la
pregunta fundamental fue “la existencia o no
existencia de Dios”. Pronto me enteré de que
alguno de los presocráticos armaba que el
ser humano congura, o puede congurar, la
imagen que tenemos de Dios. Ello me llevó
a pensar si no será que nosotros producimos
la imagen de Dios [rubio para los etruscos,
negro para los etíopes], si nosotros creamos a
Dios. El “asunto Dios”, tal como he dado en
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
llamarlo, me acompañó dolorosamente hasta
que en 1974 regresé a El Salvador.
Allí ocurrieron tres novedades. A las dos
primeras, las he llamado “irrupción”, es
decir, el hacerse presente inesperadamente
una realidad. Irrumpieron “los pobres”, cuya
realidad fui comprendiendo como “los que
no dan la vida por supuesto, ni la salud,
ni la alimentación, ni la educación, ni el
descanso…”. E irrumpieron “los mártires, los
que no simplemente mueren, sino que son
matados, y antes difamados, perseguidos…”.
Y junto con estas dos irrupciones ocurrió una
tercera novedad: “el asomo de Dios”. No
hablo aquí de irrupción, pues “Dios” no se
hizo presente con la contundencia de “pobres”
y “mártires”. Por eso digo que “se asomó”. En
1989, Ellacuría escribiría algo parecido: se
avizora a Dios”.
II
El “caminar”
Dudé de cómo terminar mis Conversaciones
y acabé escribiendo un largo epílogo. Pensé
que “caminar” era la mejor expresión de lo que
había sido mi vida y de lo que podría ser en lo
que me quedase de ella. Al hablar ahora de mi
“caminar”, no me vienen a la mente las palabras
de Antonio Machado, “existenciales y creadoras
donde las haya”, y coneso que me encanta
cómo canta ese caminar Joan Manuel Serrat.
Caminante son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante no hay camino,
se hace camino al andar.
Lo que me viene a la mente son las pala-
bras de Pedro Casaldáliga.
Camino que uno es,
que uno hace al andar.
Para que otros caminantes
puedan el camino hallar.
Para que los atascados
se puedan reanimar.
Para que los muertos
no dejen de estar.
Don Pedro comparte con Machado que
el caminante “se enfrenta él solo”, sin un
camino programado con el caminar. Pero,
a diferencia de Machado, insiste en “lo que
debe pretender el caminante”. Lo he llamado
un caminar “jesuánico”. Deseé que ojalá
hubiese sido así mi vida. Y pensé que ese
caminar le cuadraba bien a Ellacuría.
Que otros caminantes puedan el
camino hallar.
Que los atascados se puedan
reanimar.
Que los muertos no dejen de estar.
III
Con” Ignacio Ellacuría
Beascoechea
Ellacuría me impactó ante todo como un
“ser humano: Ignacio Ellacuría Beascoechea”.
Y procuro evitar que “Ellacuría” se convierta
en “sonsonete poderoso y solemne”, por
comprensible que esto sea. En el próximo
apartado, hablaré de las cosas suyas que más
me impactaron. Ahora, sin embargo, voy a
mencionar algo que para fue muy impor-
tante. “Con ese ser humano entablé rela-
ciones humanas importantes y cordiales, y en
ámbitos de la realidad que no parecieran ser
muy propicios para ello”. Me voy a explicar.
Del Ellacuría pensante y cientíco aprendí
muchas cosas, y a través de él —como por
ósmosis— también creo que aprendí algunas
cosas de Zubiri. Lo que quiero añadir es que
él también aprendió y aprovechó algunas
cosas que yo pensaba. Y eso lo entendí como
“relación humana, cordial”, sin que desapare-
ciera la asimetría entre sus saberes y los míos,
más profundos los suyos que los míos. Dos
ejemplos.
De la teología que yo traía de Alemania,
le llamó la atención “el reino de Dios”. Para
él era una novedad mayor y me vino a
Camino que uno es,
que uno hace al andar.
Para que otros caminantes
puedan el camino hallar.
Para que los atascados
se puedan reanimar.
Para que los muertos
no dejen de estar.
Que otros caminantes puedan
el camino hallar.
Que los atascados se puedan reanimar.
Que los muertos no dejen de estar.
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
preguntar sobre ello. El presupuesto era que
sobre ese tema yo sabía más que él. Cuál fue
el impacto del “reino de Dios” en Ellacuría
se puede colegir de lo que dijo en Córdoba,
España, en 1987, en un encuentro de teólo-
gos.
3
“Lo mismo que Jesús vino a anunciar
y realizar, esto es, el reino de Dios, es lo que
debe constituirse en el objeto unicador de
toda teología cristiana, así como de la moral
y de la pastoral cristiana: la mayor realización
posible del reino de Dios en la historia es lo
que deben perseguir los verdaderos seguidores
de Jesús”. Y añadió que “entre los teólogos
de la liberación” este servidor es “quien más
ha insistido cristológica y teológicamente sobre
este punto” (RLT, 10, 1087, 8-9).
Y también reaccionó con sorpresa y
aprobación ante mi audacia —digamos— de
añadir a su estupenda tríada de “hacerse
cargo de la realidad”, “encargarse de la
realidad” y “cargar con la realidad”, una
cuarta cosa: “dejarse cargar por la realidad”.
Saqué el tema en la defensa de una tesis
sobre Zubiri en la que él era el presidente del
tribunal y yo un miembro, tal como él me
pidió. Le pregunté al estudiante candidato
“qué decía Zubiri sobre la gracia”. Ellacuría
se volvió a mirarme con un cierto aire de
sorpresa. Yo pensé que mi pregunta tenía
sentido y le pareció provechosa. Y que lo que
es gracia bien puede formularse en lenguaje
de lo humano como un “dejarse cargar por
la realidad”.
Ellacuría era superior a este servidor en
ciencia y en conocimientos; me queda muy
claro. Pero también en estos ámbitos lo vi ante
todo como ser “humano”, capaz de relacio-
narse humanamente.
Muchas veces me han pedido participar
en encuentros sobre Ellacuría y, si mal no
recuerdo, siempre he aceptado. Y por tener
delante al Ellacuría ser humano creo que
siempre me he jado en cosas de Ellacuría
3 Esteescritosetitula“Aportedelateologíadelaliberaciónalasreligionesabrahámicasenlasuperacióndel
individualismoydelpositivismo”,publicadoenRevista Latinoamericana de Teología, 10, 1987, 3-28.
4 En Ignacio Ellacuría. Aquella libertad esclarecida. UCA Editores, 1999, 11-26.
5 En Revista Latinoamericana de Teología, 79, 2010, 69-96.
que no suelen ser lo normal en esos encuen-
tros, lo cual obviamente no quiere decir que
mis reexiones sean mejores ni más útiles
que lo que exponen otros, pero pienso que
son necesarias. Por ejemplo, en 1999, en
un libro que recogía artículos importantes
sobre la persona de Ellacuría, me pidieron
escribir el prólogo y me vino a la mente un
tema que no era tratado en los artículos:
“la fe de Ellacuría”. Al escribir el prólogo,
lo completé: “Monseñor Romero y la fe de
Ignacio Ellacuría
4
.
En 2010, escribí un artículo que titulé “El
Ellacuría olvidado”. Lo que no se puede dila-
pidar.
5
Y mencioné tres cosas de Ellacuría que
pienso que no rara vez se solían olvidar: 1. El
pueblo crucicado es siempre “el” signo de los
tiempos. 2. La salvación que viene de abajo,
en especial la “civilización de la pobreza”. 3.
“Con monseñor Romero, Dios pasó por El
Salvador”. Al hablar de olvidos, mi intención
no era en absoluto molestar a nadie, aunque
no sé si siempre lo conseguí. Recuerdo una
vez que al analizar cómo “se puede diagnos-
ticar la enfermedad de la realidad”, citando
a Ellacuría, usé el término “coproanálisis,
examen de heces”. Y después de la confe-
rencia oí que alguien comentaba —sin maldad
y con gracejo, pero con sorpresa—: “Total,
nos hemos enterado de que Ellacuría habló
de coproanálisis”.
IV
Lo que más me impactó de Ellacuría
Del Ellacuría ser humano me impactó el
Ellacuría “jesuita, discípulo de san Ignacio,
seguidor de Jesús”. Vivió largos años a vueltas
con Dios. Y en los últimos años pienso que
pasó por un proceso de conversión.
Lo humano de Ellacuría lo vi en su pensar
e inteligir, en su lucha por la justicia y los
derechos humanos, y más especícamente
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en su “defensa” de los oprimidos en contra
de sus opresores, no solo en su “ayuda”. Por
cierto, así habla Puebla de la opción de Dios
por los pobres: “Dios busca su defensa y los
ama”.
Tuve con él una buena amistad. Con cierta
frecuencia hablamos de cosas de teología
y alguna vez de filosofía en ocasiones
paseando por Madrid y también de cosas
personales. Algunas veces me corrigió con
sensatez y acierto, y a veces aprobaba lo que
yo hacía, incluso con alguna alabanza. Alguna
vez yo le llamé la atención y lo aceptó con
sencillez
A continuación voy a decir “tres cosas”
que me impactaron mucho de Ellacuría.
1. Ellacuría cambió y se convirtió
Voy a distinguir tres momentos de un
proceso que no fue lineal.
a) En una primera época, hubo un
cambio importante en su temperamento.
A él mismo le contar —una vez pasada esa
primera época— que de estudiante jesuita
tuvo discusiones fuertes con sus superiores,
con el rector del teologado de Innsbruck a
comienzos de los sesenta. Cuando ya en
Madrid estuvo con Zubiri preparando el
doctorado en losofía, al ver los revuelos que
causaba Ellacuría entre los estudiantes de la
Universidad de Comillas, un jesuita en auto-
ridad le dijo: “¿No ha pensado usted en dejar
la Compañía?”. Ellacuría le contestó: “Yo no.
¿Y usted?”. Podía ser adusto sin contempla-
ciones. Y, a veces, podía ser tan rme en sus
convicciones y decisiones que se mostraba
duro y prepotente.
Por otra parte, Ellacuría también podía
ser buen amigo y aun cariñoso. Era dado a
defender a los jesuitas cuando eran atacados
por poderosos de derecha o cuando eran
incomprendidos dentro de la Compañía por
defender causas justas, lo que generaba albo-
6 Ellacuría, I. et. al. El Salvador: año político 1971-1972. UniversidadCentroamericanaJoséSimeónCañas,1973.
7 ECA, 337, 1976, 637-643.
rotos al interior de las comunidades. Por otra
parte, pienso que evitó ser injusto con nadie
y que no deseaba mal a nadie. Con los años,
aunque no puedo poner fechas, en buena
medida se fueron limando los excesos y las
aristas, sobre todo su dureza y prepotencia.
A continuación, al hablar ahora de
“conversión” me reero al cambio que se
fue operando en él “en los años que vivió
y trabajó en El Salvador entre nales de los
sesenta y nales de los ochenta”. Para ser más
preciso, diría que cambió en dos momentos
que conguraron otras dos épocas, siendo la
segunda de mayor profundidad personal. Y
quiero insistir en que no fue solo un cambio
de temperamento.
b) De 1968 a 1977, Ellacuría como ser
humano, jesuita y cristiano, hizo una opción
por los pobres, una opción radical por la
justicia, y llevó a cabo una lucha contra la
injusticia que empobrecía a las mayorías.
Sobre lo que ocurría en El Salvador, defendió
la validez de la huelga de maestros de 1971
sobre la que la UCA publicó un libro poco
después, y el gobierno le retiró el modesto
subsidio que había asignado a la UCA.
Denunció el fraude electoral de 1972, sobre
lo que, junto con otros, publicó el libro El año
político
6
. En 1976 defendió las promesas de
reforma agraria, por pequeñas y aun falaces
que fueran, de parte del gobierno del presi-
dente Molina. Y cuando este se echó para
atrás, Ellacuría escribió su conocido editorial
“A sus órdenes, mi capital”
7
. En todo ello
estaba muy presente el Ellacuría pensador,
lósofo y teólogo.
A nivel de su vida interior, son muestra de
“conversión” en aquellos años los ejercicios
de san Ignacio que impartió en 1969, abiertos
a todos los jesuitas de la provincia, y los de
1971 a los jesuitas jóvenes recién llegados de
sus estudios.
c) En 1977, con el asesinato de
Rutilio Grande, el cambio de Ellacuría
llegó a ser muy radical. Sobre todo, desde
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
ese momento, me gusta usar el término
“conversión” al hablar de Ellacuría, como
lo hice al hablar de monseñor Romero. En
esos años, Ellacuría mostró veneración por
monseñor Romero. Con Monseñor profundizó
y radicalizó su opción por el pueblo y por
la justicia, y su disposición a que le diesen
muerte en el empeño. Con monseñor quiso
acercarse al misterioso Dios.
2. Ellacuría puso a monseñor
Romero en estrecha relación con Dios
Ellacuría escribió una vez: “difícil hablar de
Monseñor Romero sin verse forzado a hablar
del pueblo”
8
. Y así lo hizo. Siguiendo la lógica
de esa formulación, armamos ahora que
para Ellacuría fue “difícil hablar de Monseñor
Romero sin verse forzado a hablar de Dios”.
He encontrado tres textos en los que
Ellacuría relaciona a monseñor Romero explí-
citamente con la realidad de Dios. Cuando
los leí, me llamó la atención que Ellacuría
menciona simplemente a “Dios” de forma
distinta a como lo hacía normalmente. Para
decirlo de manera gráca, en esos textos
habló de Dios “a secas”.
“El primer texto” es de los inicios del
ministerio arzobispal de monseñor Romero.
Está en la carta de Ellacuría a monseñor el
9 de abril de 1977
9
. “El segundo” está en
un artículo que le pidió la revista Razón y Fe
pocos meses después de su asesinato
10
. “El
tercero”, y más radical, son las palabras que
pronunció en la homilía de la misa del funeral
de monseñor en la UCA. En estos textos,
Ellacuría relaciona a monseñor Romero con
“Dios a secas”, pero justica ampliamente
relacionar a monseñor Romero con “Dios”,
mencionando una serie de realidades llevadas
a cabo por monseñor, cada una de las cuales
es expresión de “lo cristiano” —expresión
8 “ElverdaderopueblodeDiossegúnMonseñorRomero”,ECA, 392, 1981, 530.
9 Publicada en Carta a las Iglesias, 640, 2013, 12-13.
10 “MonseñorRomero,unenviadodeDiosparasalvadorasupueblo”,tambiénenSal Terrae, 81, 1980, 825-832;
en Diakonía, 17, 1981, 2-8 y en Revista Latinoamericana de Teología, 19, 1990, 5-10. Compilado en Escritos
teológicos (t. 3). UCA Editores, 2001, 93-100.
esta que le gustaba usar a Ellacuría— de
monseñor.
A veces abreviaré y a veces me alargaré
para llegar más al fondo del ser humano
y cristiano Ignacio Ellacuría. [A continua-
ción recojo en lo sustancial lo que dije ante
un grupo de estudiosos del pensamiento
de Ellacuría cuando se reunieron en San
Salvador el 12 de agosto de 2013, y lo que
escribí en mi libro Conversaciones con Jon
Sobrino, ya mencionado]. Veamos los tres
textos.
“He visto en la acción de usted el
dedo de Dios”
“Desde este lejano exilio quiero mostrarle
mi admiración y respeto”; así comienza la
carta que escribió a monseñor Romero el 9
de abril de 1977 desde su exilio en Madrid. Y
menciona tres aspectos que ha captado en la
actuación de monseñor en los que aparece “lo
cristiano”.
“El primer aspecto que me ha impresio-
nado es el de su espíritu evangélico […].
Esto me hace ver un segundo aspecto: el
de un claro discernimiento cristiano […]. El
tercer aspecto lo veo como una conclusión
de los anteriores y como su comprobación.
En esta ocasión y apoyado en el martirio del
padre Grande, usted ha hecho Iglesia y ha
hecho unidad en la Iglesia. Bien sabe usted
lo difícil que es hacer esas dos cosas hoy en
San Salvador. Pero la misa en la catedral y la
participación casi total y unánime de todo el
presbiterio, de los religiosos y de tanto pueblo
de Dios muestran que en esa ocasión se
ha logrado. No ha podido entrar usted con
mejor pie a hacer Iglesia y a hacer unidad en
la Iglesia dentro de la arquidiócesis. No se le
escapará que esto era difícil. Y usted lo ha
logrado. Y lo ha logrado no por los caminos
del halago o del disimulo, sino por el camino
del Evangelio: siendo el a él y siendo valiente
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con él. Pienso que mientras usted siga en esta
línea y tenga como primer criterio el espíritu
de Cristo martirialmente vivido, lo mejor de la
Iglesia en San Salvador estará con usted y se
le separarán quienes se le tienen que separar.
En la hora de la prueba se puede ver quiénes
son eles hijos de la Iglesia, continuadora de
la vida y de la misión de Jesús, y quiénes son
los que se quieren servir de ella. Me parece
que en esto tenemos un ejemplo en la vida
última del padre Grande, alejada de los
extremismos de la izquierda, pero mucho más
alejada de la opresión y de los halagos de la
riqueza injusta, que dice san Lucas”.
A Ellacuría esto le llevó a decir que
en monseñor ha visto “el dedo de Dios”.
Desconozco por qué usó estas últimas pala-
bras, pudiendo usar otras. Lo que me impacta
es que monseñor Romero hizo que Ellacuría
“se viese movido y aún forzado a hablar de
Dios”.
“Monseñor Romero fue un enviado de
Dios para salvar a su pueblo
En ese artículo Ellacuría insiste en tres
cosas. Una es el “martirio de monseñor
Romero”. La segunda es que monseñor
“Romero fue y trajo salvación”. La tercera es
que “monseñor Romero ha sido gracia para
el pueblo”.
Ellacuría se detiene en describir el martirio
de monseñor Romero. “Un 24 de marzo, caía
ante el altar monseñor Romero. Bastó con
un tiro al corazón para acabar con su vida
mortal. Estaba amenazado hacía meses y
nunca buscó la menor protección. Él mismo
manejaba su carro y vivía en un indefenso
apartamento adosado a la iglesia donde
fue asesinado. Lo mataron los mismos que
matan al pueblo, los mismos que en este año
de su martirio llevan exterminadas cerca de
diez mil personas, la mayor parte de ellas
jóvenes, campesinos, obreros y estudiantes,
pero también ancianos, mujeres y niños que
son sacados de sus ranchos y aparecen poco
después torturados, destrozados, muchas
11 Ibid., 93.
12 Ibid., 94-99.
veces irreconocibles. No importa determinar
quién fue el que disparó. Fue el mal, fue el
pecado, fue el anticristo, pero un mal, un
pecado y un anticristo históricos, que se han
encarnado en unas estructuras injustas y en
unos hombres que han elegido el papel de
Caín. Solo tuvo tres años de vida pública
como arzobispo de San Salvador. Fueron
sucientes para sembrar la palabra de Dios,
para hacer presente en su pueblo la gura
de Jesús; fueron demasiados para los que no
pueden tolerar la luz de la verdad y el fuego
del amor”
11
.
Estas palabras no necesitan comentario.
Son Ellacuría puro. Comienza con la pasión,
pero a continuación se sigue preguntando qué
había hecho en su vida monseñor Romero. Y
en formulación concentrada —muy querida
para Ellacuría— “lo que hizo monseñor fue
traer salvación a su pueblo”. No trajo salva-
ción “como un líder político, ni como un
intelectual, ni como un gran orador”, dice
Ellacuría. “Se puso a anunciar y realizar el
Evangelio en toda su plenitud y con plena
encarnación”, puso a producir la fuerza histó-
rica del Evangelio. Comprendió “de una vez
por todas —dice Ellacuría con fuerza y criti-
cando la ausencia habitual de lo que dirá a
continuación— que la misión de la Iglesia es
el anuncio y la realización del Reino de Dios
[…] pasan ineludiblemente por el anuncio de
la Buena Nueva a los pobres y la liberación de
los oprimidos”. Monseñor buscó y trajo “una
auténtica salvación del proceso histórico”.
Habló a favor del pueblo “para que él mismo
construyese críticamente un mundo nuevo,
en el cual los valores predominantes fueran la
justicia, el amor, la solidaridad y la libertad”
12
.
Ellacuría vio en monseñor Romero don y
gracia. “Fue un enviado” —dice—, no mero
producto de nuestras manos. Se convirt—no
para todos por igual— en el gran “regalo de
Dios”, y un regalo muy especial. “Los sabios
y prudentes de este mundo, eclesiásticos,
civiles y militares, los ricos y poderosos de
este mundo decían que hacía política. Pero el
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
pueblo de Dios, los que tienen hambre y sed
de justicia, los limpios de corazón, los pobres
con espíritu, sabían que todo eso era falso
[…]. Nunca habían sentido a Dios tan cerca,
al espíritu tan aparente, al cristianismo tan
verdadero, tan lleno de gracia y de verdad”
13
.
Todo ello “le ganó el amor del pueblo opri-
mido y el odio del opresor. Le ganó la perse-
cución, la misma persecución que sufría su
pueblo. Así murió y por eso lo mataron”
14
.
En lo personal, pocas palabras de Ellacuría
o de Rutilio o de monseñor me han impac-
tado más que estas. En monseñor Romero,
“nunca habían sentido a Dios tan cerca”. A
Ellacuría esto le llevó a decir que monseñor
Romero fue “un enviado de Dios”.
Con monseñor Romero, Dios pasó
por El Salvador.
El pensamiento de Ellacuría sobre
monseñor alcanzó su punto culminante en sus
conocidas palabras “Con monseñor Romero,
Dios pasó por El Salvador”. Las pronunció
en la homilía en el funeral que tuvimos en
la UCA. Ellacuría se expresa con máxima
radicalidad lingüística, estableciendo un
paralelismo con Jesús de Nazaret con quien
“Dios” pasó por Galilea y Judea. En estas
palabras hay genialidad de pensamiento, y
no conozco pastores ni teólogos, ni lósofos
ni políticos, que conceptualicen y formulen
realidades con tal radicalidad. Las palabras
pueden extrañar y sorprender a creyentes, y
el impacto de monseñor Romero en Ignacio
Ellacuría también a no creyentes. Pudieran
parecer poco cientícas y poco universita-
rias, y, aunque teologales, quizás no suenen
en exceso religiosas y piadosas, y suenen
alejadas del lenguaje de Calcedonia. Pero
debo confesar que para son verdaderas y
son fructíferas. Al menos expresan más verdad
y producen más fruto que otras que he escu-
chado sobre monseñor Romero.
Ellacuría vio en la historia de monseñor
una ultimidad y una radicalidad que, en ese
grado, no encontró en ninguna otra realidad,
13 Ibid., 98.
14 Ibid., 100.
aunque esas realidades fuesen la verdad y la
libertad, la democracia y el socialismo, ni, que
yo recuerde, en otras personas del pasado,
por muy venerables que hubiesen sido. Vio
que el paso de Dios en monseñor producía
bienes, personales y, novedosamente, bienes
sociales difíciles de conseguir, y una vez
conseguidos, difíciles de mantener. Producía
justicia sin ceder ante la injusticia. Producía
defensa y liberación de los oprimidos, y
producía compasión y ternura hacia los inde-
fensos. Producía verdad sin componendas, no
aprisionada por la mentira, ni por el eterno
peligro de ceder a lo políticamente correcto.
Mantenía una esperanza que no muere y una
llamada permanente a la conversión.
A Ellacuría, monseñor Romero le habló
de un Dios de pobres y mártires, ciertamente,
liberador, exigente, profético y utópico. En un
palabra, le habló de lo que en Dios hay de
“más acá”. Pero también le habló de lo que
en Dios hay de inefable, no adecuadamente
historizable, de lo que en Dios hay de “más
allá”, de misterio insondable y bienaventu-
rado. Y a quien el término “Dios” le resulte
extraño, piense en estas otras palabras de
Ellacuría: “Lo último de la realidad es el bien
y no el mal”. Eso es lo que con monseñor
Romero pasó por El Salvador.
“Ellacuría fue llevado por la fe de
monseñor Romero
Quiso caminar —pienso que sin decírselo
a mismo explícitamente— con y como
monseñor Romero. Y aunque de estas cosas
solo se puede hablar con temor y temblor
y solo se puede entrar en ellas de puntillas,
pienso que su ilusión fue “creer” como
monseñor Romero. Él no era dado a hablar
de estas cosas, pero ese deseo es lo que capté
y se me impuso, sobre todo después del asesi-
nato de monseñor.
No fue siempre así. Hasta 1977, fueron
años de desencuentro entre ambos. Baste
una muestra. Por encargo de la Conferencia
83
Volumen 76 Número 764 Año 2021
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Estudios Centroamericanos
Mi caminar con Ignacio Ellacuría
Episcopal de El Salvador, en 1974, monseñor
Romero escribió una recensión del libro de
Ellacuría Teología política. La recensión fue
crítica. Estaba basada en argumentos teoló-
gicos de los años cuarenta, con lógica, pero
sin el espíritu de Medellín. En cualquier caso,
estaba escrita con respeto y educación, lo
cual no ocurría siempre cuando criticaban los
obispos.
Ellacuría a su vez fue crítico de monseñor,
pues, aunque este aceptase teóricamente a
Medellín por ser un documento de la jerarquía
eclesiástica, no parecía que se sintiese cómodo
con Medellín y menos con las teologías lati-
noamericanas que lo pusieron a producir. Esto
llevó a Romero a mostrar fuerte desconanza
y a expresar fuertes críticas contra el clero,
seminaristas, comunidades —también contra
la UCA— que buscaban ponerlo en práctica.
Con el asesinato de Rutilio Grande el 12
de marzo de 1977, ocurrió “con claridad”
el cambio y la conversión de monseñor
Romero. Y yo empecé a percibir también un
inicio de conversión en Ignacio Ellacuría. El
encuentro entre Romero y Ellacuría se hizo,
desde entonces, cada vez más coincidente
en la visión histórica de la sociedad salva-
doreña, en lo que debía ser el seguimiento
de Jesús y la praxis de la Iglesia. Y a la base
estaba la comprensión de Dios como Dios
de vida en lucha con los ídolos de muerte.
En lo personal, pienso que la relación entre
ambos llegó a ser muy cercana. En el caso
de Ellacuría, a quien conocí más de cerca,
su relación con monseñor fue entrañable.
Ellacuría llegó a tener veneración por
monseñor Romero.
Por decirlo en otras palabras, creo que
Ignacio Ellacuría deseaba ser discípulo de
monseñor. Cuando tenía 47 años y llevaba
trabajando 10 en la UCA, a Ellacuría se le
“apareció” opthe—, monseñor Romero.
Y uso el término “aparecer”, lenguaje en
que se narran las apariciones del resucitado,
conscientemente, para expresar, con todas
15 “LaUCAanteeldoctoradoconcedidoaMonseñorRomero”,ECA,437,1985,167-176.CompiladoenEscritos
teológicos (t. 3). UCA Editores, 2001, 101-114.
las analogías del caso, lo que en ello hubo de
inesperado, no cuánto de destanteador, y
ciertamente mucho de bienaventurado.
No fue el primer encuentro que tuvo
Ellacuría con personas a quienes consideró
maestros, mentores o padres en el espíritu:
Miguel Elizondo en el noviciado, Aurelio
Espinosa Polit en el estudio de las huma-
nidades en Quito, el poeta vasco-nicara-
güense Martínez Baigorri. Por lo que toca a
la teología, durante cuatro años fue alumno
de Rahner en Innsbruck. Y por lo que toca a
la losofía, estudió y trabajó con Zubiri, fue
su colaborador intelectual más cercano, y de
varias formas inspirador suyo hasta su muerte.
Ellacuría les estuvo agradecido, y les podía
reconocer —lo que decía con claridad en el
caso de Zubiri— superioridad en el quehacer
intelectual. Pero, de algún modo, también
podía considerarse “colega” de quienes
habían sido sus mentores. Sin embargo, nunca
se consideró colega de monseñor Romero.
Para Ellacuría, monseñor fue un referente que
“iba delante”. Solía decir: “Monseñor ya se
nos había adelantado”.
En 1985, reconoció pública, explícita y
solemnemente la superioridad de monseñor
Romero sobre la UCA. El 22 de marzo, a los
cinco años de su martirio, la UCA concedió
a monseñor un doctorado póstumo honoris
causa en teología. En esta ocasión, Ellacuría
tuvo un importante discurso sobre monse-
ñor.
15
Quiso contestar a las acusaciones de
que la UCA manipulaba a monseñor Romero,
y sobre todo quiso confesar públicamente la
importancia de monseñor para la UCA y la
superioridad de monseñor sobre la UCA.
Se ha dicho malintencionadamente que
monseñor Romero fue manipulado por nuestra
universidad. Es hora de decir pública y solem-
nemente que no fue así. Ciertamente monseñor
Romero pidió nuestra colaboración en múltiples
ocasiones y esto representa y representará para
nosotros un gran honor, por quien nos la pidió
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Estudios Centroamericanos
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
y por la causa para la que nos la pidió […],
pero en todas esas colaboraciones no hay
duda de quién era el maestro y de quién era el
auxiliar, de quién era el pastor que marca las
directrices y de quién era el ejecutor, de quién
era el profeta que desentrañaba el misterio y de
quién era el seguidor, de quién era el animador
y de quién era el animado, de quién era la voz
y de quién era el eco”
16
.
Ellacuría confesaba humildemente —a lo
que no era muy dado— y agradecidamente
—a lo que era dado— la deuda de la UCA
con monseñor. Y es importante recordar
qué fue lo más especíco de ese impacto.
Ciertamente le impactó, como a muchos
otros, su profecía y denuncia, su compasión
y esperanza, su cercanía a los pobres y su
lucha por la justicia, su disponibilidad a que le
arrebatasen la vida, y el mantenerse el hasta
el nal sin dejarse desviar por ningún riesgo
ni amenaza. Por lo que toca a esto último, en
contra de lo que comentaban algunos amigos
de monseñor, Ellacuría aprobaba los riesgos
que este asumía, e insistía: “Monseñor debe
aceptar correr esos riesgos. Es lo que debe
hacer”.
Pero pienso que el impacto más nove-
doso, y el más poderoso, se lo produjo la fe
de monseñor Romero. La fe de monseñor
Romero suponía para Ellacuría alguna forma
de discontinuidad mayor. Pienso que Ellacuría
sintió que en monseñor Romero había algo
diferente, superior, no solo cuantitativa, sino
cualitativamente. A él no le empequeñecía,
pero le ayudaba a saberse y ubicarse mejor
como ser humano.
Lo que acabamos de decir lo podemos
reformular, con sencillez y algo de audacia,
diciendo que Ellacuría fue “discípulo de
monseñor Romero en la fe”. Dando un paso
más, “Ellacuría fue llevado en la fe y por la fe
de Monseñor”.
17 “Discernirelsignodelostiempos”enVida Nueva, 1258-1259, 1980-1981, 35-36 y en Diakonía, 17, 1981, 57-59.
Compilado en Escritos teológicos (t. 2). UCA Editores, 2000, 133-135. Algunos fragmentos fueron reproducidos
coneltítulo“Elpueblocrucificado”enCarta a las Iglesias, 388, 1997.
Lo he dicho muchas veces. En 1969, en
una reunión en Madrid, le decir: “Rahner
lleva con elegancia sus dudas de fe”, con lo
cual venía a decir —esa fue mi convicción—
que tampoco para él la fe era algo obvio. Sus
palabras no me sorprendieron, pues aquellos
eran años recios para la fe, la mía propia y la
de otros compañeros e incluso profesores.
Como muchos otros en aquellos años,
pienso que Ellacuría anduvo a “vueltas con
Dios”. En palabras de la Escritura, pienso que
“luchó con Dios”, como Jacob. Lo que creo
que ocurrió años después es que monseñor
Romero, sin proponérselo Ellacuría, le impulsó
y le capacitó para ponerse activamente, y
mantenerse, ante el misterio último de la
realidad.
De monseñor le impresionó profunda-
mente cómo se remitía a Dios, no solo en la
reexión y en la predicación, sino en la más
profunda realidad de su vida. Dios era para
monseñor absolutamente “real”, y Ellacuría
vio que con ese Dios monseñor humanizaba
a personas y traía salvación a la historia. La fe
de monseñor Romero se le impuso a Ignacio
Ellacuría como algo bueno y humanizante.
Se alegraba de que monseñor fuese hombre
de fe, y de que esa fe fuese contagiosa. Algo
o mucho —en denitiva solo Dios lo sabe—
pienso que le entró a Ellacuría. El misterio
cobró novedad y cercanía.
Y ese Ellacuría mencionaba a “Dios” con
toda naturalidad para dar fuerza a una idea,
también cuando no tenía por qué hacerlo.
En una dura crítica escribió: “todo importa
más que escuchar realmente la voz de Dios
que […] se escucha en los sufrimientos como
en las luchas de liberación del pueblo”.
17
Y
más allá de temas concretos, remitiéndose
al pensar y sentir de monseñor Romero,
Ellacuría hablaba con toda naturalidad de
la “trascendencia”. Citamos un texto, signi-
cativo porque incluye muchos temas impor-
85
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
tantes, que culmina con la trascendencia de
Dios.
Monseñor Romero nunca se cansó de repetir
que los procesos políticos, por muy puros e idea-
listas que sean, no bastan para traer a los hombres
la liberación integral. Entendía perfectamente aquel
dicho de san Agustín que para ser hombre hay que
ser ‘más’ que hombre. Para él, la historia que solo
fuese humana, que solo pretendiera ser humana,
pronto dejaría de serlo. Ni el hombre ni la historia
se bastan a sí mismos. Por eso no dejaba de llamar
a la trascendencia. En casi todas sus homilías salía
este tema: la palabra de Dios. La acción de Dios
rompiendo los límites de lo humano”
18
.
Monseñor Romero vino a ser para
Ellacuría como el rostro del misterio que
asoma en nuestro mundo. Con exquisita deli-
cadeza, monseñor le ofrecía aquello en lo que
él era eximio y en lo que los demás somos
mucho más limitados.
Un día en 1983, al regreso de su segundo
exilio, estando refugiada la comunidad en
Santa Tecla, Ellacuría presidió la eucaristía
y nos habló del “Padre celestial”. No era
lenguaje muy suyo, pero algo importante
y bueno quería decir con estas palabras el
Ellacuría cerebral y crítico. Pero también
pasó por oscuridad. Nunca sentí que caía
en desesperación, pues siempre se le ocurría
cómo seguir trabajando, pero sentí en él un
malestar personal. Las cosas no marchaban
nada bien para el país, y Ellacuría no parecía
sentir un asidero seguro en su lucha por el
diálogo. Una vez me dijo, como de pasada,
“solo queda la estética”.
Como monseñor, tomó en serio la posibi-
lidad de una muerte violenta. No hablaba de
eso, y ciertamente no para darse importancia.
Pero era muy consciente de esa posibilidad.
Conmigo habló alguna vez. Meses antes de
su muerte, me dijo: “Ahora que trabajo por
el diálogo y la negociación, mi vida corre más
peligro que cuando me tenían por izquier-
dista y revolucionario”. Y en el mismo tono
racional le oí decir: “Me han dicho que el
18 “MonseñorRomero,unenviadodeDiosparasalvarasupueblo”,enEscritos teológicos (t. 3), op. cit., 98-99.
19 “Eldesafíodelasmayoríaspobres”enECA, 493-494, 1989, 1078.
20 Ibid.
dolor de un disparo solo dura 20 segundos”.
En medio de estas experiencias personales
sobre el sentido y el sinsentido de la vida,
Ellacuría siguió luchando.
El talante de constatar y desenmascarar la
negatividad de la realidad le acompañó hasta
el nal de su vida. En su último discurso,
el 6 de noviembre de 1989, al recoger en
Barcelona el premio Comín, dijo: “nuestra
civilización está gravemente enferma y […]
para evitar un desenlace fatídico y fatal, es
necesario intentar cambiarla desde dentro
de sí misma”
19
. De ahí, la imperiosa nece-
sidad de “revertir la historia”. Sin embargo,
Ellacuría insistió también hasta el nal en
que en la negatividad puede haber principio
de salvación. Escribió repetidas veces sobre
la salvación que trae el siervo de Jahvé,
“sufriente y destrozado”; los mártires “asesi-
nados”, una iglesia de “pobres y oprimidos”.
Y en el discurso de Barcelona, para sanar a
la sociedad enferma se remitió a lo que está
“abajo en la historia”. “Sólo utópica y espe-
ranzadamente uno puede creer y tener ánimos
para intentar con todos los pobres y oprimidos
del mundo revertir la historia, subvertirla y
lanzarla en otra dirección”
20
.
V
Una pregunta. Qué pensaría y qué
haría hoy Ellacuría ante la pandemia
No lo sé, y me voy a explicar. Hace años
le dije que sería bueno que él escribiese algo
importante que pudiese cambiar en algo el
modo de comprenderse y de actuar las univer-
sidades llevadas por los jesuitas en Estados
Unidos. Me respondió que él no lo haría. Y
la razón era que para decir algo ecaz para
cambiar realidades de suma importancia hay
que vivir y estar activamente en ellas. En
El Salvador, muy seriamente inserto en la
realidad, Ellacuría pudo conocerla y analizarla
bien, proponer caminos adecuados de solu-
ción a los problemas y exigir a los miembros
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Estudios Centroamericanos
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
de la UCA que pusiesen manos a la obra. Y
también pudo formular con novedad, profun-
didad y agudeza expresiones que llegaban a
lo más hondo de lo que estaba en cuestión.
Ejemplos bien conocidos son “a sus órdenes,
mi capital”, crítica, y “con monseñor Romero
Dios pasó por El Salvador”, admiración.
Pues bien, cuando se empezó a conocer
mejor que había estallado la pandemia del
covid-19, tengo muy presente que el 31 de
marzo el secretario general de las Naciones
Unidas, Antonio Guterres, advirtió: “el
mundo enfrenta la crisis más grave desde la
Segunda Guerra Mundial: una pandemia que
provocará una recesión que probablemente
no tiene paralelo en el pasado reciente”. Y
al mencionar la Segunda Guerra Mundial
tenía presente el horror de Auschwitz y de
otros campos de concentración, bombar-
deos, millones de muertos. La pandemia
que comenzaba iba ser muy muy grave.
Desgraciadamente estaba en lo cierto.
Ellacuría no vivió esa crisis, ni las que vivió
fueron de tal magnitud. Por eso he dicho que
no sé qué diría hoy sobre la pandemia y qué
hacer en ella y con ella. Sin embargo, algo
podemos decir. En lo personal, pienso que no
se precipitaría y no se apuntaría a cualquier
visión y praxis poco seria. Creo también
que reaccionaría con dureza intelectual ante
estupideces notorias como las que hoy se
escuchan incluso a personajes públicos cono-
cidos, de quienes se esperaría más sensatez. Y
ante esas estupideces es posible que le saliese
alguna frase genial como las que acabo de
mencionar.
Creo también que apoyaría ideas y
exigencias sensatas de personajes inuyentes,
como el papa Francisco y el director de la
Organización Mundial de la Salud. Y, dentro
de sus posibilidades, cooperaría con todos
aquellos y aquellas que tratan de aliviar los
inmensos y dolorosos sufrimientos de muchos
millones de seres humanos. Por todas aquellas
personas que estos días arriesgan sus vidas
por salvar a los apestados, sentiría veneración.
Y ciertamente animaría a trabajar con total
entrega y sin descanso por lograr soluciones
ecaces. A la UCA se lo exigiría.
Y ahora quiero mencionar algo por lo
que tengo interés personal, y sobre lo que
hoy no se oye hablar. Pienso que Ellacuría se
preguntaría —no si en público, pero dudo
que al menos no lo hiciese en privado— “qué
hace y qué no hace Dios en esta pandemia”.
Y sería raro que no le viniesen a la mente
grandes catástrofes que causaron ingente
destrucción y llevasen a pensadores serios a
preguntarse por Dios. Ejemplo clásico es lo
ocurrido tras el terremoto de Lisboa. No sé si
y cómo Ellacuría se preguntaría por Dios en la
pandemia de hoy. Pero no me parece inútil, al
menos para mí, hacerse esa pregunta.
Dicho esto, me parece bien preguntarse
qué de Ellacuría es útil en este tiempo de
pandemia, Y me parece oportuno que en
estas jornadas se aborde el tema “El análisis
de la realidad histórica de la pandemia a la luz
del pensamiento de Ellacuría”.
VI
Ellacuría, “una antorcha”
En el ache de aniversario del año pasado,
se decía de los mártires de la UCA que “llenan
de luz la historia”. Y está muy bien dicho. Yo
preero hablar de ellos como “antorchas”
antes que como “luz”. Una cosa es destapar
la verdad enterrada vilmente con la mentira,
y otra desentrampar la verdad, entrampada
por multitud de intereses que están dispuestos
a todo para que la verdad no salga a la luz.
Siguiendo con metáforas, para lo primero es
necesario, y puede bastar, ser una especie de
“lámpara” que ilumina. Para lo segundo es
necesario ser “antorcha” que ilumine y que
arda para mover el corazón y eliminar lo que
impide ver.
Una antorcha surge con alguna persona de
extremada lucidez en el juicio sobre cómo es
y cómo está objetivamente la realidad, cómo
hay que encargarse de ella, cómo hay que
cargar con ella y cómo hay que dejarse cargar
por ella. Entre nosotros, antorchas fueron el
87
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
padre Rutilio Grande y monseñor Romero.
Antorcha fue Ignacio Ellacuría. Y, aunque de
diversa forma, antorcha fue Runa Amaya.
En sus últimos años, escuché a Ellacuría
tres frases que lo mostraban con la lucidez y el
vigor de una antorcha. Adecuadamente actua-
lizadas, pueden ayudar combatir la pandemia.
Las recuerdo muy brevemente.
“La necesidad de una tercera fuerza”.
Lo mencionó en una cátedra de realidad
nacional. No gustó a la derecha, lo cual no
era sorpresa, pero tampoco a varios de la
izquierda, pues Ellacuría habría caído en
tercerismo, en un tercer sistema entre socia-
lismo y capitalismo. La tercera fuerza era, en
verdad, una fuerza social en la que todos —al
menos un grupo numeroso— estuvieran total-
mente de acuerdo en una cosa: “ni un muerto
más”. Lo que Ellacuría buscaba era acumular
voluntades que quisieran que terminase la
guerra y la muerte en el país, aunque cada
quien pudiese mantener sus propias ideas
y utopías. En lo personal, me pareció una
idea genial, cosa típica de Ellacuría, y que
mantuvo a pesar de las críticas. Y me llevó
a pensar en lo que para monseñor Romero
era lo peor que estaba sucediendo en el país:
que los campesinos salvadoreños, además de
morir, se matasen unos a otros por buscar las
mismas cosas: sacar adelante a la familia.
“Hay que empujar el carro de la
historia”. Varias veces pronunció esta metá-
fora para responder a la pregunta de lo que
hay que hacer. Tal como la entendí, Ellacuría
exigía una actitud humana —y cristiana— de
la que debía estar transida cualquier actividad
para cambiar y revertir la historia.
Para explicar mejor en qué consiste la
metáfora, suelo parodiar sus términos de esta
manera. El carro puede ser un carro normal,
un carromato, casi nunca un Cadillac. Puede
rodar por buenas “autopistas”, rara vez, o por
caminos pedregosos o embarrados. Pero lo
que hay que empujar es siempre el carro de
la “historia real”, tal como la vivimos. Y a esa
realidad no solo hay que conocer y juzgar,
sino “empujar”. Y hay que empujar de atrás
para adelante, “con nuestras fuerzas” sea
cual fuere el agotamiento propio. “Lo que no
podemos dejar de hacer es empujar”.
“Salvar la civilización de la pobreza”.
Ellacuría estaba convencido de que un mundo
congurado por la civilización de la riqueza,
que se construye acumulando en benecio
propio y en que se disfruta gozando de lo
acumulado, solo podrá ser salvado por una
civilización de la pobreza. Desde 1980 a 1989,
Ellacuría abordó el tema en cinco ocasiones.
Admiradores de Ignacio Ellacuría, entre ellos
Pedro Casaldáliga y González Faus, preeren
no usar el lenguaje de “civilización de la
pobreza”, sino otro lenguaje en la línea de
“civilización de la austeridad compartida”. Es
comprensible. Sin embargo, Ellacuría nunca
cambió el término “pobreza” para proclamar
una civilización que salve y sane a una
sociedad enferma de muerte.
A ese Ellacuría, caminante, con esas acti-
tudes, convicciones y praxis, queriendo llevar
a otros y sabiéndose llevado por otros, con
monseñor Romero a la cabeza, le he llamado
“antorcha”.
¿Cómo terminar? Voy a terminar con unas
palabras de Ellacuría sobre Jon Cortina en un
momento importante.
Mi gran amigo Jon Cortina se doctoró
en ingeniería civil. Llegó a El Salvador a
mediados de 1974. Vivió en la comunidad de
mártires y enseñó en la UCA con brillantez.
Con el asesinato del padre Grande, también
él pasó por una “conversión”. Empezó a
visitar a los campesinos y en sus últimos años
se desvivió para encontrar a los niños que
habían sido robados, a veces arrebatados
de brazos de sus madres, por miembros del
ejército ocial para venderlos a buen precio.
Jon Cortina trabajó mucho para encontrarlos
y fundó la institución Pro-Búsqueda, activa
hasta el día de hoy en encontrar a niños y
niñas robados, y con éxito. No tengo datos
actuales exactos, pero a 18 años de su funda-
ción había resuelto 377 casos. La alegría de
sus papás ha sido inconmensurable. De ese
Jon Cortina ya se han escrito textos de gente
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Mi caminar con Ignacio Ellacuría
que caminó con él. Jon siguió de profesor en
la UCA, pero es fácil de comprender que no
cumpliese con sus obligaciones a cabalidad.
Ellacuría, el rector, estaba molesto.
Después de esta digresión termino. En
una reunión de muchos jesuitas de todo
Centroamérica, cada día, al comienzo de la
eucaristía, un jesuita de uno de los seis países,
explicaba la realidad de ese país en que él
trabajaba. El día que tocó explicar la situación
de El Salvador, los organizadores eligieron
a Ellacuría para hablar del país. Ellacuría,
desde un ambón, comenzó con estas palabras.
“Para hablar de la realidad de El Salvador, no
debería estar yo aquí, sino Jon Cortina”.
En las palabras de esta presentación han
salido Ignacio Ellacuría, monseñor Romero,
Pedro Casaldáliga, Jon Cortina y muchas
otras personas. Me han hecho un gran bien.
Mi deseo es que esas personas y muchas otras
de este país mártir sigan haciendo el bien y
revirtiendo la historia.
5 de enero de 2021
Santa Tecla, El Salvador