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Volumen 76 Número 764 Año 2021
eca
Estudios Centroamericanos
Mi caminar con Ignacio Ellacuría
Episcopal de El Salvador, en 1974, monseñor
Romero escribió una recensión del libro de
Ellacuría Teología política. La recensión fue
crítica. Estaba basada en argumentos teoló-
gicos de los años cuarenta, con lógica, pero
sin el espíritu de Medellín. En cualquier caso,
sí estaba escrita con respeto y educación, lo
cual no ocurría siempre cuando criticaban los
obispos.
Ellacuría a su vez fue crítico de monseñor,
pues, aunque este aceptase teóricamente a
Medellín por ser un documento de la jerarquía
eclesiástica, no parecía que se sintiese cómodo
con Medellín y menos con las teologías lati-
noamericanas que lo pusieron a producir. Esto
llevó a Romero a mostrar fuerte desconanza
y a expresar fuertes críticas contra el clero,
seminaristas, comunidades —también contra
la UCA— que buscaban ponerlo en práctica.
Con el asesinato de Rutilio Grande el 12
de marzo de 1977, ocurrió “con claridad”
el cambio y la conversión de monseñor
Romero. Y yo empecé a percibir también un
inicio de conversión en Ignacio Ellacuría. El
encuentro entre Romero y Ellacuría se hizo,
desde entonces, cada vez más coincidente
en la visión histórica de la sociedad salva-
doreña, en lo que debía ser el seguimiento
de Jesús y la praxis de la Iglesia. Y a la base
estaba la comprensión de Dios como Dios
de vida en lucha con los ídolos de muerte.
En lo personal, pienso que la relación entre
ambos llegó a ser muy cercana. En el caso
de Ellacuría, a quien conocí más de cerca,
su relación con monseñor fue entrañable.
Ellacuría llegó a tener veneración por
monseñor Romero.
Por decirlo en otras palabras, creo que
Ignacio Ellacuría deseaba ser discípulo de
monseñor. Cuando tenía 47 años y llevaba
trabajando 10 en la UCA, a Ellacuría se le
“apareció” —opthe—, monseñor Romero.
Y uso el término “aparecer”, lenguaje en
que se narran las apariciones del resucitado,
conscientemente, para expresar, con todas
15 “LaUCAanteeldoctoradoconcedidoaMonseñorRomero”,ECA,437,1985,167-176.CompiladoenEscritos
teológicos (t. 3). UCA Editores, 2001, 101-114.
las analogías del caso, lo que en ello hubo de
inesperado, no sé cuánto de destanteador, y
ciertamente mucho de bienaventurado.
No fue el primer encuentro que tuvo
Ellacuría con personas a quienes consideró
maestros, mentores o padres en el espíritu:
Miguel Elizondo en el noviciado, Aurelio
Espinosa Polit en el estudio de las huma-
nidades en Quito, el poeta vasco-nicara-
güense Martínez Baigorri. Por lo que toca a
la teología, durante cuatro años fue alumno
de Rahner en Innsbruck. Y por lo que toca a
la losofía, estudió y trabajó con Zubiri, fue
su colaborador intelectual más cercano, y de
varias formas inspirador suyo hasta su muerte.
Ellacuría les estuvo agradecido, y les podía
reconocer —lo que decía con claridad en el
caso de Zubiri— superioridad en el quehacer
intelectual. Pero, de algún modo, también
podía considerarse “colega” de quienes
habían sido sus mentores. Sin embargo, nunca
se consideró colega de monseñor Romero.
Para Ellacuría, monseñor fue un referente que
“iba delante”. Solía decir: “Monseñor ya se
nos había adelantado”.
En 1985, reconoció pública, explícita y
solemnemente la superioridad de monseñor
Romero sobre la UCA. El 22 de marzo, a los
cinco años de su martirio, la UCA concedió
a monseñor un doctorado póstumo honoris
causa en teología. En esta ocasión, Ellacuría
tuvo un importante discurso sobre monse-
ñor.
15
Quiso contestar a las acusaciones de
que la UCA manipulaba a monseñor Romero,
y sobre todo quiso confesar públicamente la
importancia de monseñor para la UCA y la
superioridad de monseñor sobre la UCA.
“Se ha dicho malintencionadamente que
monseñor Romero fue manipulado por nuestra
universidad. Es hora de decir pública y solem-
nemente que no fue así. Ciertamente monseñor
Romero pidió nuestra colaboración en múltiples
ocasiones y esto representa y representará para
nosotros un gran honor, por quien nos la pidió