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Volumen 76 Número 764 Año 2021
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Estudios Centroamericanos
Realidad histórica, pandemia y liberación en América Latina
Realidad histórica, pandemia y liberación en
América Latina
Tenemos el honor de presentar en el actual número de ECA algunos de
los trabajos que se expusieron durante las Jornadas Ignacio Ellacuría de 2020,
realizadas entre el 24 y el 26 de noviembre, con el tratamiento del eje proble-
mático de “Realidad histórica, pandemia y liberación en América Latina”. Esta
temática y problema se determinó a raíz del brusco cambio que ha sufrido la
realidad histórica latinoamericana y global como consecuencia de la pandemia
por COVID-19, la cual ha puesto en cuestión la viabilidad del estilo de vida
actual, la fragmentación comunitaria, el incremento de las ya escandalosas
desigualdades económicas y la fragilidad de la institucionalidad en muchos
países, concretamente en el funcionamiento de los sistemas educativos, de
salud y de seguridad. Las razones expuestas suponen un llamado a la reexión
y al análisis académico riguroso que permita iluminar otras posibilidades de
superación de la actual crisis, las cuales, a su vez, abran la actual historia a la
conguración de otros mundos posibles donde abunde la vida, el respeto a
los derechos humanos y la dignidad de toda la familia humana.
Los trabajos que se reproducen en este dossier abordaron los problemas
de la realidad histórica de la pandemia por COVID-19 y la necesidad de un
enfoque ecológico que rompa con el dinamismo de explotación de la casa co-
mún, las propuestas liberadoras de un nuevo modelo educativo para el análisis
del caso chileno en el marco de la elaboración de una nueva Constitución, la
praxis instituyente de liberación frente al modelo neoliberal y la invitación del
legado de Ignacio Ellacuría a caminar como él en esta historia para construir
un mundo nuevo y mejor. Contamos con la participación de la Dra. María
Elizabeth de los Ríos Uriarte, de la Universidad Anáhuac, México; el Dr. Héc-
tor Samour, catedrático e investigador del Departamento de Filosofía de la
UCA-El Salvador y especialista en el pensamiento de Ignacio Ellacuría; la Dra.
Pamela Soto García, del Centro de Estudios del Pensamiento Iberoamericano
de la Universidad de Valparaíso, Chile; el Dr. Alejandro Rosillo Martínez, de
la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México; y, nalmente, del P.
Jon Sobrino, S. J., del Centro Monseñor Romero de la UCA-El Salvador y
teólogo de la liberación.
El primer trabajo lo presenta María Elizabeth de los Ríos Uriarte, titulado
“La respectividad de realidades en Ignacio Ellacuría: reexiones sobre la
pandemia por coronavirus”. En él, nos presenta el contexto al que nos en-
frentamos: la realidad globalizada de nuestra época que ha logrado mayor
interconexión entre los pueblos. La actual pandemia de COVID-19 es la
prueba más fehaciente de cómo la vinculación entre humanidad como con-
junto, individuos, sociedad, historia y naturaleza es innegable, constitutiva y
Editorial
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compleja. Lo que acontece en una parte del mundo inevitablemente afectará
al resto del planeta. La razón de este vínculo dinámico radica en el carácter
estructural, unitario y diversicado de la realidad, tal y como lo consideró
Ignacio Ellacuría en Filosofía de la realidad histórica.
La realidad, desde la perspectiva ellacuriana, nos dice la autora, es una
unidad procesual dinámica, donde cada forma nueva se despliega a partir de
las anteriores y descansa sobre ellas, de modo que podemos hablar material
y realmente de una sola realidad, y no de un conjunto de partes unicado
por algún principio externo a sí mismo. Es así como la historia y la naturaleza
están estructuralmente coimbricadas, se codeterminan, de modo que lo que
sucede en una repercute en la otra. Esta unidad dinámica posibilita que lo que
acontezca en la realidad sea siempre algo en perenne apertura, nunca cerrado
ni determinado de antemano.
El aparecimiento de la pandemia, además de ser una novedad en mis-
ma, también implicó la alteración del dinamismo de la vida como lo conocía-
mos hasta ese momento, dando paso a la novedad de la integración de las
nuevas tecnologías como posibilidad de interconexión y restablecimiento de
los nexos sociales alterados como resultado de la pandemia. Esta instalación
de la nueva forma de realidad que implica el COVID-19 dentro del marco de
los dinamismos históricos conduce, siguiendo la propuesta de la autora, a la
vuelta a la pregunta por la naturaleza y la manera como las formas inferiores
de realidad afectan a las superiores: cómo la realidad del virus altera y code-
termina a la realidad humana individual y socialmente considerada, así como
el rumbo que ha de tomar la historia según las posibilidades que se asuman
para hacerse cargo de la realidad a nivel colectivo y mundial. Así, De los Ríos
Uriarte se pregunta si las medidas tomadas para salvaguardar la vida, como el
connamiento forzado, la crisis de las estructuras económicas, el colapso de los
sistemas sanitarios a nivel mundial, etc., son las máximas posibilidades que se
nos han ofrecido, o si hay otras por las cuales podríamos optar para orientar
el curso del dinamismo de la historia actual.
Precisamente estas preguntas son las que nos colocan cara a cara con la
relación que el ser humano ha tenido y tiene con la casa común, y pone en
cuestión las relaciones de dominación y explotación tanto medioambientales
como hacia los seres humanos con los que conformamos una gran familia
global. En este sentido, la reexión sobre las circunstancias actuales y sus raíces
profundas también se ofrece como posibilidad de una vuelta a la utopía y a
la esperanza, pues —siguiendo la impronta de Ignacio Ellacuría— la situación
actual, más que nunca, nos invita a enfrentarla con la responsabilidad y el
espíritu que requiere la renovación liberadora de nuestro mundo.
El segundo artículo lo presenta Héctor Samour, con el título “El pensamien-
to ecológico de Ignacio Ellacuría. Continuidades y rupturas con la ecología
integral del papa Francisco”, donde apunta el problema fundamental señalado
por la encíclica Laudato si y Ellacuría: la inminente catástrofe planetaria por
la creciente depredación ambiental, el aceleramiento del cambio climático y
el agotamiento de los recursos hídricos y energéticos, así como el aumento de
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las desigualdades a escala global. Ellacuría no alcanzó a ver las condiciones
actuales, ni las cifras más recientes sobre la degradación medioambiental que
sufrimos en la actualidad, donde las víctimas siempre son los más pobres. La
degradación es global, al ser la realidad planetaria una unidad estructural don-
de la acción humana repercute en la totalidad de la vida planetaria. La con-
cepción de realidad histórica rompe con las visiones idealistas, reduccionistas e
individualistas de la historia, pues parte de la consideración de la unidad total
de la realidad como una de carácter material. Dicha unidad es diversicada,
compleja y dinámica, por lo cual la acción de uno de sus momentos estruc-
turales repercutirá en todos los demás. De modo que, siguiendo a Samour,
no hay ni separación ni oposición entre naturaleza e historia, por lo que la
accionalidad es de toda la estructura. Precisamente por esto es que las fuerzas
naturales son una de las fuerzas históricas o fuerzas que mueven la historia.
Lo anterior implica, según el autor, que estas fuerzas apoyadas en la base
material de la historia condicionan tanto la marcha del proceso histórico, como
las opciones que tengan los colectivos como sujeto de la historia de cara a
su propia emancipación. El problema medioambiental, por tanto, no está
desconectado del problema histórico en el pensamiento de Ignacio Ellacuría,
pues es un componente capital de su análisis del dinamismo de la realidad
histórica. Su crítica a la civilización del capital también apunta a los límites
ecológicos, al derroche y depredación que ejercen los países ricos y también
a la relación instrumental-explotadora que viene aparejada con esta forma de
vida que sigue siendo la nuestra.
Evidentemente, Laudato si y el pensamiento ellacuriano comparten la
misma preocupación por la crisis medioambiental, sustentada en la idea de la
codeterminación e imbricación mutua entre humanidad y medioambiente; y
aunque el foco de la primera es teológico y del segundo es losóco, no por
ello yerran al armar que nos encontramos ante una sola crisis que se objetiva
en diversos fenómenos: calentamiento global y pobreza no son dos realidades
separadas, cuyas soluciones no tengan que ver entre sí, sino que obedecen a
una sola raíz que es menester dilucidar. En este punto, la reexión de Fran-
cisco en Laudato si y la de Ellacuría se reencuentran, pues el pecado en sus
dimensiones personal, social e histórico puede considerarse como la fuente
radical del mal que afecta a la humanidad, sobre todo a los más débiles y des-
protegidos. Ellacuría, además, lleva el análisis del pecado a un nivel más alto
respecto del pecado personal, pues señala que la raíz del este último también
radica en el pecado histórico, cuyo carácter estructural nos conduce a hablar
de un mal común que afecta a todo el cuerpo social y hace malos a sus miem-
bros: la maldad social también congura la maldad individual y viceversa.
Este mal común ancado en nuestra civilización actual ha traído consigo
una cultura del descarte, la insolidaridad, el desperdicio y de la destrucción
desmedida de la casa común. Por lo que la historia tiene de proceso abierto,
pero también por la mutua determinación de todas sus estructuras, no es po-
sible armar que la actual altura histórica vaya a dar de sí un futuro mejor. La
instalación del mito del progreso y la concepción de la disponibilidad innita
de recursos naturales que sean sucientes para el nivel de consumo que hoy
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en día se sostiene se convierten así en un llamado a un cambio de rumbo
para la historia de la humanidad. Se hace cada vez más necesario empezar la
construcción de un proyecto común donde toda la humanidad quede incluida,
donde se instalen nuevas relaciones con los demás, la naturaleza, el desarrollo
tecnológico, el consumo y la convivencia.
En este sentido, Laudato si plantea una conversión ecológica que conduzca
a la humanidad al cuido de la naturaleza que, en la consideración de Samour,
coincide en el planteamiento ellacuriano de la necesidad de una civilización de
la pobreza. Sumado a esto, la impronta de la propuesta de Ellacuría radicaliza
lo planteado por Francisco, pues supone una superación total del modo de
vida actual, dando paso a una nueva forma de vida que humanice y libere de
las ataduras del pecado histórico actual. Pero cuál sea la manera más ecaz
de construir este proyecto es algo que ni Francisco ni Ellacuría denen, pues
dependerá siempre del discernimiento de las coordenadas actuales lo que
nos dará las pistas para llegar a este bien común tan necesario en esta hora
histórica.
El tercer artículo lo presenta Pamela Soto, con el título “Una educación
liberadora”. Este trabajo se enmarca en las revueltas de 2019 en Chile, antece-
dente de la resistencia y la organización estudiantil para protestar contra el alza
del pasaje del metro, cuyo núcleo problemático y foco del malestar radicaba
en las profundas inequidades y en el altísimo costo de la vida en ese país. La
concreción de este creciente malestar social desembocó en la redacción de una
nueva Constitución. El problema incardinado en esta manifestación popular
que persigue la renovación de la sociedad chilena, según Soto, radica en la
posibilidad de repensar la realidad de Chile de forma renovada frente a la
subjetividad neoliberal arraigada desde tiempos de dictadura. La autora con-
sidera que la losofía de la liberación puede dar importantes pistas sobre cómo
reconstruir y transformar esta subjetividad, dando paso a otra de carácter no-
vedoso, abierto y dispuesto a construir este proyecto de nación tan necesario
para salvaguardar la vida de los más débiles, no solo de los más privilegiados.
El análisis del problema educativo chileno arranca con la constatación de
su inserción en un contexto neoliberal, el cual, advierte Soto, puede ser en-
tendido como biopolítica que deriva en tanatopolítica. De este modo, la con-
guración actual del sistema educativo chileno se convirtió en un mecanismo
reproductor de las políticas del “hacer vivir y dejar morir”, como resultado del
desmantelamiento de la educación pública por parte de la dictadura pinoche-
tista. En este modelo educativo neoliberal, el Estado se limitó a determinar la
calidad educativa remitiéndose a cifras, sin intervenir en la manera como se
implementaron las prácticas educativas o el tipo de personas que estas habían
de formar, además de la reducción de la inversión, el aumento de los costos
educativos y la disminución de la tasa de matrícula. Todos estos elementos
han repercutido históricamente en la estigmatización de la labor docente y en
la instalación de la idea de educación como formación de capital humano,
con la marca distintiva de su alta competitividad y productividad. En este
sentido, el acto educativo se orienta a la producción de estos individuos alta-
mente ecientes en la reproducción del sistema, cuya actividad es mensurable
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y, por esto, su humanidad se ve reducida a la mera funcionalidad respecto
del engranaje económico al cual deben servir. Esta mensurabilidad de los re-
sultados de la eciencia educativa es lo que históricamente ha condicionado
la asignación de fondos e inversión, aumentando la brecha de acceso a una
educación de calidad.
Esta conguración del sistema educativo según los requerimientos de la
racionalidad neoliberal, a su vez, ha impactado en la normativización de la
exclusión social bajo el manto de la meritocracia, congurando tanto a privi-
legiados como a desechados por el sistema en individuos cuyo ser y hacer se
desarrolla desde el horizonte de la eciencia y la competitividad. El campo de
las prácticas y relaciones entre los individuos en el seno de la sociedad chilena
están traspasados por la disciplina, el saber y las relaciones proporcionados
por el sistema educativo neoliberal: relaciones de competencia voraz, posibi-
litadas y permitidas por la administración tanatopolítica del Estado chileno,
la cual hace vivir a aquellos más aptos para la reproducción de la estructura
social y deja morir a aquellos que no rendirán los benecios esperados.
¿Cómo cambiar esta dinámica instalada en el sistema educativo? Soto
propone que, frente a una tanatopolítica o una política que sistemáticamente
erradica la vida, debe posicionarse una biopolítica armativa que potencie la
vida. Es aquí donde el planteamiento ellacuriano cobra relevancia, pues Soto
considera que su aporte es fundamental para proponer una educación para
desideologizar y romper con la racionalidad neoliberal, que se ha instalado
como un sustitutivo ocultador de la irracionalidad imperante. En este sentido,
el sistema educativo chileno debe dar un viraje radical en otra dirección, una
que le permita desenmascarar las estructuras e ideologías que reproducen la
injusticia y que, a su vez, brinde posibilidades de pensar otras formas de ser,
de vivir y de convivir que sean viables y reproduzcan, pleniquen y potencien
la vida de todas y todos. Se trata de devolver a la educación su carácter eman-
cipador y de inaugurar un nuevo sistema de posibilidades que haga operativa
la nueva Constitución chilena según estos ideales de mayor democracia, vida
y posibilidades para todos.
El cuarto artículo, de Alejandro Rosillo, se titula “Praxis instituyente de
liberación e historización de derechos humanos”. Aquí, el autor expone el con-
cepto de “lo común”, en conexión con la historización de los derechos huma-
nos y la praxis histórica de liberación en el pensamiento de Ignacio Ellacuría.
Lo común o procomún se entienden aquí como categoría de construcción de
relaciones y espacios sociales frente al avasallante individualismo y fragmenta-
ción producidas por el capital y también como alternativa a lo privado o a la
noción de propiedad, que agotan los recursos escasos al ponerlos al servicio
de unos pocos, quienes los explotan a n de obtener las máximas ganancias.
Frente a este problema, tradicionalmente se han postulado dos soluciones: la
propiedad pública o la privada de los recursos para la regulación del uso y
agotamiento de estos. Sin embargo, Rosillo plantea que la solución de la pro-
piedad privada es tan solo aparente, pues el ámbito de lo común ha sido una
dimensión constitutiva de la humanidad y su erradicación ha sido resultado
de los procesos de expansión del capital a partir de la Modernidad. Por otro
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lado, contra la segunda solución, el autor argumenta que lo fundamental de
lo común no es el bien material en y por mismo, sino la praxis instituyente
por la cual lo común es común.
Este cercamiento de lo común ha afectado no solo en la disponibilidad de
los recursos naturales y otros bienes que puedan ser accesibles para la comu-
nidad, sino también en la privatización de los cuerpos y la reproducción feme-
ninos, los saberes, la cultura y el arte. Esta práctica, consolidada por la lógica
de la mercantilización y privatización de los haberes para la reproducción de la
vida, aunque se ha instalado en las relaciones económicas, sociales, de género
y culturales, entre otras, también ha sido enfrentada por diversas modalidades
de resistencia a lo largo de la historia, que han buscado la recuperación de lo
común y la autogestión de cada forma de vida.
La praxis instituyente es, a juicio del autor, una vía de constitución de
otras instituciones y relaciones alternativas a la privatización de lo común. Esta
praxis instituyente, pues, no es de un sujeto o institución particular, sino de un
sujeto común que mediante su praxis constituye lo común y lo preserva para
el goce del bien común. En este sentido, señala Rosillo, la praxis instituyente
como constitución de lo común no es algo abstracto, ni cerrado o ahistórico:
es un dinamismo que siempre puede dar más de sí, donde los sujetos que
participan se constituyen en individuos que deliberan y toman las riendas del
destino colectivo. Es aquí donde la idea de praxis de liberación de Ignacio
Ellacuría resulta importante, pues la praxis se comprende como una liberación
de nuevas y más ricas realidades, al ser la realidad histórica un ámbito intrín-
secamente dinámico por la complejidad de su unidad estructural.
La praxis histórica, desde el pensamiento de Ellacuría, es la totalidad del
proceso dinámico de la historia en el sentido ya descrito. Esto es así, explica
Rosillo, porque la historia es un estrato cuya emergencia y estabilidad es
posible al estar sustentada estructural y dinámicamente en todos los otros
momentos estructurales de la realidad: la naturaleza, la vida, el aparecimiento
de la especie humana y la constitución de lo social, así como el sistema de
valores que emerge de dichas relaciones. Cuando nos situamos en el ámbito
propiamente histórico, encontramos las intervención de diversas fuerzas que
conguran el carácter de la historia, pero también las posibilidades y capacida-
des desde las cuales los individuos y el cuerpo social irán dando forma tanto
a sus destinos personales como a la colectividad.
Desde este análisis, la praxis histórica debe comprenderse como la libera-
ción e innovación de la realidad a partir de la actualización de las posibilidades
que, aunque se apoyan en el poder de la realidad, se convierten en estrictas
posibilidades respecto de la vida humana. Vista de esta forma, la praxis no se
agota en la constitución de condiciones materiales de vida, sino que también
comprende un proceso de unicación de lo histórico y la absolutización de
esta. Hay, pues, más de una forma de realizar la praxis, por lo que el curso
de la historia no está denido y está siempre abierto al futuro. La praxis no
está desvinculada, en este sentido, del problema de la liberación de condicio-
namientos materiales, políticos y sociales. La libertad, pues, es un proceso de
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realización de la realidad y no una abstracción. Los resultados de este proceso
son ambiguos, pues no hay una sola praxis. Lo que la realidad vaya dando
de sí dependerá de cuáles posibilidades se constituyan y realicen según los
nes que persigan los pueblos. Por esta razón, en el pensamiento de Ignacio
Ellacuría, la cuestión de la praxis y la liberación están vinculadas con la op-
ción y los nes que se persigan, razón por la cual toda verdadera praxis de
liberación optará por los más pobres y oprimidos de la historia como horizonte
de liberación.
Esta concepción de la liberación y de la praxis conecta con el análisis de
los derechos humanos, pues estos últimos se entienden como concreción del
bien común y no como ideales abstractos. La historización de la idea de los
derechos humanos, sin embargo, pone de relieve la máscara de universalidad
bajo la cual se ocultan intereses privados, de modo que lo que es derecho de
todos se consolida en privilegio de pocos. Esto implicaría, pues, que lo que
hay es un mal común como polo dialéctico negador de lo que debería ser el
bien común y su concreción en el disfrute de los derechos humanos para todos
los pueblos. Desde esta perspectiva, Rosillo considera que la praxis instituyente
es una de las modalidades que cobra la praxis histórica, al ser un proceso de
constitución de lo común que parte desde un sujeto colectivo, no una indi-
vidualidad cuya racionalidad es la de medios-nes. Por tal razón, la praxis
instituyente también es momento de constitución de los derechos humanos
como proceso de concreción del bien común.
Finalmente, tenemos el trabajo de Jon Sobrino, “Mi caminar con Ignacio
Ellacuría”, una reactualización de su presentación en el Coloquio Internacional
Conmemorativo de los 30 años del asesinato de Ignacio Ellacuría, celebrado
en noviembre de 2019. En este texto, recorremos algunas de las cuestiones
fundamentales que Sobrino trató sobre la dimensión humana de Ellacuría: su
fe y el misterio salvíco de Dios revelado en la persona de monseñor Romero.
La idea que no se pierde de vista en las reexiones del autor es la conversión:
Ellacuría se convirtió. Esto, continúa el texto, es una clara indicación de que
la fe nunca es algo obvio ni ganado, sino algo que se va constituyendo y que,
a su vez, radicaliza a la persona de fe. El acto de conversión no es denitivo,
sino un proceso donde la realidad de Dios se va revelando a través de la reali-
dad humana a través de la vivencia estrictamente personal o por las vivencias
de los demás. En la realidad personal e íntima de Ignacio Ellacuría, pudieron
encontrarse hitos donde Dios se le apareció, sobre todo en la experiencia de
opresión de los más pequeños y sencillos de corazón del pueblo salvadoreño,
en Rutilio Grande y en Romero.
Sobrino considera que la conversión de Ellacuría se evidencia en tres mo-
mentos importantes: el primero, durante su juventud, cuando regresa a El Sal-
vador tras su formación teológica y losóca en Europa; el segundo, de 1968
a 1977, en el que la represión política y la agobiante miseria entre la población
salvadoreña condujeron al enfrentamiento con los poderes fácticos y produc-
tores de maldad histórica, como se evidenció tanto en el asesinato de Rutilio
Grande y sus colaboradores, como a los ataques a la UCA tras la publicación del
artículo “A sus órdenes, mi capital”; y el tercero, desde 1977 hasta su muerte en
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1989, años en los que se dio el encuentro con monseñor Romero y con la bru-
talidad de la maldad que se muestra como signo de negación del bien último,
pero también como oscuridad donde refulge con más fuerza el asomo de Dios
en la historia y entre los hombres y las mujeres de buena voluntad.
Vemos así, a lo largo de las páginas donde Sobrino nos cuenta de forma
íntima, pero no por ello menos profunda y radical, cómo en este largo proceso
de conversión Ignacio Ellacuría se vio paulatinamente movido, de forma lenta
pero constante, hacia la realidad de Dios. Es, además, profundamente diciente
la dicultad para hablar de Dios y, a la vez, la naturalidad con que la evi-
dencia de su bondad se manifestó en cada ocasión que Ellacuría habló de Él
cuando hablaba sobre monseñor Romero. Sobrino subraya lo enigmático de la
expresión “he visto en usted el dedo de Dios” en la carta enviada por Ellacuría
a Romero en 1977 y, sin embargo, a lo largo de las páginas que comprenden
el texto, se torna evidente la razón del uso de la expresión: en los artículos,
discursos y palabras que Ignacio Ellacuría compartió con otros acerca de Ro-
mero, podría decirse que lo que se hizo patente en la humanidad de Romero
fue la encarnación de la ultimidad del bien, que nos remite inenarrablemente
a la realidad de Dios. Se puede deducir del trabajo de Sobrino que, por lo
anterior, Ellacuría no podía hablar de Romero sin hablar de Dios a secas.
La cueztión de la fe de Ignacio Ellacuría es fundamental para entender y dar
la justa dimensión a su humanidad. Es ante el enigma del fundamento de la fe
donde se muestra con mayor fuerza la pequeñez de la persona individualmente
considerada, pero también la poderosidad del bien que se encarna en la per-
sona. Ellacuría quiso creer como monseñor Romero, nos dice Sobrino, porque
su persona trajo salvación y esperanza a los oprimidos de El Salvador. La vida,
obra y praxis política de Ellacuría se vieron guiadas por esa fe, ese ejemplo y
esa honradez que había en monseñor Romero. Ellacuría caminó con él, y como
él también terminó martirizado.
Estas son algunas de las pistas que nos pueden ayudar a caminar como
Ignacio Ellacuría para hacernos cargo de la historia, asumir sus posibilidades y
enfrentarnos con las dicultades que implica el compromiso con la liberación,
la construcción del Reino de Dios y el cambio de rumbo histórico que tan ur-
gentemente necesitamos. Este llamado también conduce a repensar la actual
situación de pandemia por COVID-19. La pregunta, de acuerdo con Sobrino,
es: ¿qué hace y qué no hace Dios en la pandemia? Aunque es una cuestión de
difícil respuesta, nos conduce a pensar en cómo podemos hacernos cargo de la
realidad, seguir empujando el carro de la historia y ser fuego que enciende la
esperanza en un mundo lleno de miedo e incertidumbre. Frente a estos retos,
caminar con Ignacio Ellacuría es un llamado a sumergirnos en lo más hondo
de la realidad con responsabilidad y espíritu utópico, conocer la realidad de
este país y seguir haciendo el bien.
Esperamos que estos trabajos iluminen nuestra realidad salvadoreña y lati-
noamericana, y sean invitación a continuar escrutando lo más profundo de esta,
para enfrentarla, hacernos cargo de y encargarnos de ella, siguiendo el espíritu
crítico de Ignacio Ellacuría.